XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 1-6

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Ez 2, 2-5; Sal 122; 2Co 12, 7-10; Mc 6, 1-6

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

Luego de haber celebrado la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, proseguimos con las lecturas del ciclo ordinario las cuales nos ayudan a vivir como creyentes la vida cristiana, porque no solamente estamos llamados a decir que se es creyente sino a ser otros Cristo en nuestras actitudes en la vida diaria. Por ello el Papa Benedicto XVI nos dice: «…así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…» (Deus caritas est, 1).

Comentando la primera lectura, podemos decir que la vida de los profetas según el Antiguo Testamento se presenta frecuentemente como signo de contradicción. Los profetas son objeto constante de escándalo, juicio y desprecio por parte de su propio pueblo, porque en torno al profeta estará un pueblo obstinado y pecador. Es ejemplar la vida del profeta Ezequiel a quien hoy la liturgia propone leer. En estas breves líneas el autor sagrado quiere sintetizar y presentar la razón por la cual es llamado un profeta por parte de Dios.

En tal sentido es importante exponer brevemente la figura o el sentido de la profecía en la Iglesia, pues se puede pensar que este don de Dios ya está extinto en ella. Quizá el sentido de profecía que presentaba el Antiguo Testamento ya no es el mismo en la Iglesia de nuestros días, pero la profecía en el Antiguo Testamento no sólo indicaba o anunciaba lo que Dios iba a cumplir. En el Deuteronomio 18, 21, texto muy importante para poner los fundamentos en cuanto a lo que significa el Profeta de Dios. El profeta ha sido elegido para una misión que muchas veces se rehusará a aceptar. En realidad el verdadero profeta o elegido de Dios (en el sentido cristiano actual) es un hombre elegido para comunicar una verdad que no es la suya, sino que pertenece a Aquel que lo ha elegido y lo ha enviado (Jr 1, 4 ss; etc.).

Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: «… El “profeta” primero escucha y contempla, luego habla, dejándose penetrar totalmente por ese amor por Dios que no tiene miedo de nada y que es más fuerte que la muerte (…) El auténtico profeta no se preocupa tanto de hacer obras, algo sin duda importante, pero nunca esencial, se esfuerza sobre todo por ser testigo del amor de Dios, tratando de vivirlo entre las realidades del mundo, aunque su presencia pueda resultar en ocasiones “incómoda”, pues ofrece y encarna valores alternativos…» (Benedicto XVI, Discurso a la Unión Internacional de las Superioras Generales, 7 de mayo de 2007).

San Pablo señala en sus cartas lo que caracteriza a los falsos profetas: quienes supuestamente en nombre de Dios enseñan doctrinas equivocadas y se erigen a sí mismos como profetas y guías de un pueblo. ¿Cómo podemos distinguir entre un verdadero profeta y uno falso? Expuesto de una manera sencilla y recogiendo lo que dice la primera lectura de Ezequiel y el Evangelio, el verdadero profeta de Dios siempre será un signo de contradicción para sus oyentes pues su misión y la razón de su elección estarán marcadas por hacer una llamada constante a sus oyentes a vivir fieles a la Alianza con Dios, a vivir una fidelidad que surja de lo más profundo del corazón.

Por consiguiente, esta llamada es para que el hombre se una a Dios y no sólo viva cultualmente y ritualmente relacionado con Él. En síntesis, podríamos decir que los falsos profetas son aquellos que predican o dicen en nombre de Dios aquello que su auditorio o sus oyentes quieren escuchar. Dicho de una manera más actual: es el peligro de contemporizar con los hombres de hoy sin llevarlos al encuentro con Dios. De esta manera, el falso profeta recibe en este mundo su paga ya que quizá de manera inmediata obtenga el agradecimiento de sus oyentes, sin embargo, no llevará a los hombres a adherirse a Dios de corazón.

El mismo Ezequiel, en el capítulo 11 de su libro profético, ha proclamado estas palabras: “Yo les daré un corazón nuevo y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios" (Ez 11, 19-20). La humanidad está destinada a nacer a una nueva existencia. El primer símbolo es el del "corazón" que, en el lenguaje bíblico, remite a la interioridad, a la conciencia personal.

De nuestro pecho será arrancado el "corazón de piedra", gélido e insensible, signo de la obstinación en el mal. Dios nos dará un "corazón de carne", es decir, un manantial de vida y de amor. Al respecto nos dice el Siervo de Dios Juan Pablo II: «…En la nueva economía de gracia, en vez del espíritu vital, que en la creación nos había convertido en criaturas vivas (cf. Gn 2, 7), se nos infundirá el Espíritu Santo, que nos sostiene, nos mueve y nos guía hacia la luz de la verdad y hacia "el amor de Dios en nuestros corazones"…» (Juan Pablo II, Catequesis Dios renovará a su pueblo, 10 de septiembre de 2003).

Ante estas lecturas, la Iglesia nos está animando a todos nosotros a que no dudemos que Dios, a través del Bautismo, nos ha hecho miembros de su pueblo sin hacer acepción de nuestra procedencia, según la vocación particular a la cual nos ha llamado (la vida matrimonial o a la vida consagrada) Nos ha elegido por el Bautismo a participar de la triple función o ministerio de Cristo por la cual estamos llamados a ser en este mundo: “sacerdotes, profetas y reyes.” (c. 204).

Sacerdotes: como mediadores entre Dios y los hombres, ya dice San Agustín: «…quien reza por un hermano reza por sí mismo…»; profetas: porque al igual como Jesucristo estamos en esta generación llamados a anunciar la Buena Noticia del evangelio y, lo que lleva a ser un signo de contradicción ante el mundo, pero es necesario para que de esa manera conozcan el amor de Dios a los hombres; y reyes: porque un cristiano, como dice toda la tradición de la Iglesia, no es un hombre esclavo de la fuerza del dmonio, sino que es uno que ha sido liberado por Dios, eso no quita nuestra debilidad humana pero como dice el Salmo: “…el justo peca siete veces y se levanta…”, porque tiene la experiencia del amor de Dios y que la dignidad, mejor dicho su dignidad, le viene de Dios.