Solemnidad: San Pedro y San Pablo, apóstoles
San Mateo 16, 13-19

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Hch 12, 1-11; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas.” Díceles él: “Y vosotros ¿quién decís que soy?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.”

La fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo que se celebra de forma solemne da término al acontecimiento extraordinario del Año paulino, inaugurado oficialmente por el Papa Benedicto XVI junto a la tumba del Apóstol de los gentiles el 28 de junio de 2008 y que culminará con la celebración solemne en la Basílica de San Pablo Extramuros el presente 29 de junio. En realidad, el horizonte trazado por este Año paulino es universal, porque como nos dice el Papa Benedicto XVI: «…San Pablo fue por excelencia el apóstol de aquellos que con respecto a los judíos estaban "lejos", y que "gracias a la sangre de Cristo" llegaron a estar "cerca" (Ef 2, 13). Por eso, también hoy, en un mundo que se ha vuelto más "pequeño", pero donde muchísimos aún no han encontrado al Señor Jesús, el jubileo de San Pablo invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio…» (Benedicto XVI, Ángelus, 29 de junio de 2008).

La dimensión misionera de la Iglesia necesita ir siempre acompañada por la unidad, representada por San Pedro, apóstol que es la "roca" sobre la que Jesucristo edificó su Iglesia. Como nos señala la palabra y la liturgia, los carismas de estos dos grandes Apóstoles son complementarios habiéndose visto como columnas para la edificación del único pueblo de Dios, porque los cristianos no pueden dar un testimonio válido de Cristo si no están unidos entre sí. Este año paulino ha sido una ocasión privilegiada para imitar el vigor apostólico y misionero de este gran Apóstol, que nunca se acobardó a la hora de anunciar en toda su integridad el designio de Dios. San Pablo ha sido presentado y propuesto como el “apóstol modelo” a quien la experiencia vivida en el camino de Damasco transformó de perseguidor de los cristianos en testigo de la resurrección del Señor, dispuesto a dar la vida por el Evangelio.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «… Es interesante notar que los dos grandes Apóstoles son mencionados juntos. Aunque ninguna fuente antigua habla de un ministerio simultáneo suyo en Roma, la sucesiva conciencia cristiana, sobre la base de su sepultura común en la capital del imperio, los asociará también como fundadores de la Iglesia de Roma. En efecto, en san Ireneo de Lyon, a finales del siglo II, a propósito de la sucesión apostólica en las distintas Iglesias, se lee: "Dado que sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, tomaremos la Iglesia grandísima y antiquísima y de todos conocida, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo" (Adv. haer. 3, 3, 2)…» (Benedicto XVI, El martirio de san Pablo, 4 de febrero de 2009).

La liturgia nos hace presente hoy, que la Buena Noticia de Cristo es la confesión de Pedro, la confesión de la Iglesia. Porque por medio de este anuncio se genera la felicidad plena y la esperanza verdadera, que, según la respuesta de Cristo a la confesión de Pedro, toda la humanidad está llamada a vivir: «...Bendito eres Simón Pedro porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre…». Entonces, en la acogida del anuncio del Evangelio todo hombre será bendecido por Dios, porque en Cristo, Dios quiere bendecir al hombre.

Así, la confesión de Pedro apóstol: «... Tú eres el Cristo el Hijo de Dios vivo...», es la proclamación de fe que constituye el depósito en el que la Iglesia se fundamenta. El hecho que la Iglesia esté llamada a transmitir a todas las generaciones el anuncio de la fe, significa la continuidad del ministerio apostólico y, por consiguiente, ésta es la genuina raíz de la praxis de la misión de la Iglesia. Ésta es, por tanto, la genuina tensión-esperanza en la que el mundo está llamado a vivir, ya que espera que este anuncio resuene en la vida de los hombres. Por su martirio, por su fe y por su amor, ambos apóstoles indican donde está la verdadera esperanza y son fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse en modo renovado y siempre en medio de la vieja ciudad humana, que es amenazada por las fuerzas contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres. Ellos mueren por el único Cristo y, en el testimonio por el cual dan la vida, son una sola cosa.

Por consiguiente, la figura del Vicario de Cristo en la Iglesia es una garantía para todos los católicos de que en este peregrinaje por el mundo tenemos al Buen Pastor entre nosotros, que no sólo nos lleva a pastear buenos pastos sino que nos conduce e indica el camino hacia el encuentro con el Padre. Entonces, si vivimos la fe cristiana no sólo estamos llamados a creer en Dios, sino también a creer y amar a la Iglesia que Él ha fundado y a vivir obedientes a aquel en quien Cristo nos deja su presencia: su Vicario, el Papa a quien Dios ha puesto como nuestro hermano mayor pero que está para servirnos en la fe, para guardarnos en el camino correcto hacia el encuentro con el Padre. Este "Año paulino" ha sido un tiempo especial: para escucharlo y aprender ahora de él, como nuestro maestro, "la fe y la verdad" en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo.