XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 2R 4, 42-44; Sal 144; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: “¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?” Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.” Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?” Dijo Jesús: “Haced que se recueste la gente” Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.” Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el signo que había realizado, decía: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.” Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo. 

La semana anterior la Iglesia nos presentaba la figura de los falsos pastores, propuesta en la primera lectura y, en contraposición en el evangelio se nos ponía de manifiesto la figura del verdadero pastor, aquel que entrega su vida por las ovejas. En la liturgia de este domingo contemplamos a Cristo quien además de apacentar a las ovejas encomendadas a su ministerio, ofrece un alimento imperecedero y eterno. Así a través del milagro de la multiplicación de los panes Cristo hace presente al único pan de vida eterna que puede saciar a la humanidad. Al respecto nos dice el Siervo de Dios Juan Pablo II: «…No hay duda sobre el hecho de que, en los Evangelios, los milagros de Cristo son presentados como signos del reino de Dios, que ha irrumpido en la historia del hombre y del mundo…» (Juan Pablo II, Los milagros de Jesús como signos salvíficos, 2 de diciembre de 1987).

En el evangelio podemos ver que Cristo no sólo se presenta como el verdadero profeta enviado por parte de Dios, sino que Él es el verdadero pastor de Dios, sólo Él puede ofrecer el alimento verdadero que apacienta y sacia a las ovejas, a quienes el mismo Dios conoce por su nombre. De esta manera, a través del único pan por el cual podemos ser apacentados y saciados, puede surgir en nosotros la unidad.

El siervo de Dios Juan Pablo II dice sobre este pasaje: «… Como una "señal" de la economía salvífica se presta a ser leído, aun con mayor claridad, el milagro de la multiplicación de los panes, realizado en los parajes cercanos a Cafarnaum. Juan enlaza un poco más adelante con el discurso que tuvo Jesús el día siguiente, en el cual insiste sobre la necesidad de procurarse "el alimento que permanece hasta la vida eterna", mediante la fe "en Aquel que El ha enviado" (Jn 6,29), y habla de Sí mismo como del Pan verdadero que "da la vida al mundo" (Jn 6,33) y también que Aquel que da su carne "para vida del mundo" (Jn 6,51) …» (Juan Pablo II, Los milagros de Jesús como signos salvíficos, 2 de diciembre de 1987).

El evangelista nos pone frente a la realidad del pueblo que había escuchado al Señor durante horas. Al final, Jesús mismo observa que están cansados, que tienen hambre, se pone en claro la misericordia y preocupación permanente de Cristo por sus ovejas, por ello hace saber a los apóstoles que deben dar de comer a toda la gente. Los apóstoles sorprendidos se preguntan: "Pero, ¿cómo?". Andrés, el hermano de Pedro, le dice a Jesús que un muchacho tenía cinco panes y dos peces. "Pero, ¿qué es eso para tantos?” se preguntan los apóstoles. Entonces el Señor pide a la gente que se siente y que se distribuyan esos cinco panes y dos peces. Y todos quedan saciados. Es más, el Señor encarga a los apóstoles que recojan las abundantes sobras: doce canastos de pan (Jn 6,12-13). A continuación, la gente, al ver este milagro –ven un signo mesiánico del nuevo Moisés, por el don del pan del cielo--, quieren hacer a Jesús su rey. Pero Jesús se retira a rezar solo a la montaña. El Papa Benedicto XVI explica este pasaje: «…Jesús interpretó el milagro en la otra orilla del lago, en la sinagoga de Cafarnaúm, no en el sentido de una realeza de Israel, con un poder de este mundo, como lo esperaba la muchedumbre, sino en el sentido de la entrega de sí mismo: "El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6, 51). Jesús anuncia la cruz y con la cruz la auténtica multiplicación de los panes, el Pan eucarístico, su manera totalmente nueva de ser rey, una manera completamente opuesta a las expectativas de la gente…» (Benedicto XVI, Catequesis Pedro el apóstol, 24 de mayo de 2006).

La liturgia nos invita a estar atentos a la escucha de aquellos que han sido constituidos como nuestros pastores, revestidos del ministerio del Orden Sagrado, porque son quienes están llamados a apacentar a los fieles configurados a Cristo. Porque la comunión perfecta entre los creyentes y la unidad perfecta sólo se vive con Cristo. La comunión con Cristo significa que sólo Él es nuestro verdadero profeta y único pastor. Por eso, en la Epístola a los Efesios, San Pablo afirma que esta unidad responde a una vocación para la cual hemos sido llamados, pero tenemos que decir que esta unidad no se da por un sentimiento o una coincidencia de pareceres, de intereses o de fines comunes, sino que está fundada por el cuerpo redentor de Cristo que rompiéndose en la cruz se ha dado como alimento para nosotros. Entonces la unidad se expresa en tener un solo Espíritu, una única esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre de todos; y todo esto sólo es posible a través de la comunión con el único cuerpo glorioso y redentor de Cristo.

Por consiguiente, aquí no hay caminos ambiguos, el creyente está llamado a una radicalidad de vida: o somos de Cristo o no somos de Él. En su homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, el Papa Benedicto XVI dijo: «…En el gesto de Jesús que parte el pan, el amor que se comparte ha alcanzado su extrema radicalidad: Jesús se deja partir como pan vivo. En el pan distribuido reconocemos el misterio del grano de trigo que muere y así da fruto. Reconocemos la nueva multiplicación de los panes, que deriva del morir del grano de trigo y continuará hasta el fin del mundo…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 14 de junio de 2009).  

Un saludo a todos los fieles por las fiestas patrias, unámonos en oración para que el Señor ilumine a nuestros gobernantes y les conceda sabiduría y discernimiento para obrar poniendo siempre por delante el bienestar de todo el pueblo al que representan