XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-52

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 1 R 19, 4-8;  Sal 33;   Ef 4, 30-52;   Jn 6, 41-52 

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo.” Y decían: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?” Jesús les respondió: “No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel  que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno  come de este pan, vivirá  para siempre; y el pan que  yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.” Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos  a comer su carne?” 

El presente domingo es importante rememorar los evangelios de las dos semanas anteriores, donde se nos presentó a Cristo en la multiplicación de los panes, y a la multitud que lo quiso hacer rey porque no había entendido la misión del Mesías, ya que sólo había visto su actuación en un plano terrenal. La semana pasada vimos a Cristo interpelando a la multitud y, al mismo tiempo, siendo interpelado por ésta de la siguiente manera: “¿qué signo haces para que viéndolo creamos en ti?” Y Jesús responde: “... Yo soy el pan de la vida, el que venga a mí no tendrá hambre...”. Es importante reconocer estos dos elementos de los domingos anteriores: se nos presenta a Jesús como el profeta, el nuevo Moisés, que había provisto el maná para alimentar al pueblo de Dios, y como el pan de vida, manifestándose que quien viene a Él no tendrá hambre ni sed. Pero este alimento que nos ofrece Cristo, no es un alimento en el orden ordinario, es aquí donde tenemos el punto de enlace con el presente evangelio: Cristo invita a participar de un alimento imperecedero, el pan de vida que es Él mismo.

Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «…quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan las cosas técnicas, aunque sean importantes…» (Benedicto XVI, Catequesis con los niños de Primera Comunión, 15 de octubre de 2005).

En este evangelio el evangelista utiliza el término murmuración, que recorre muchos episodios cruciales del antiguo pueblo con relación a Dios, esta es la actitud que caracterizó a los israelitas no sólo durante la travesía del desierto hacia la tierra prometida, sino en el tiempo de la monarquía, durante el cual Israel fue infiel a la alianza. Para San Juan  la “murmuración”, tiene la connotación del pueblo peregrino en el desierto encaminándose hacia la tierra prometida. Y así como Moisés no tuvo crédito ante el pueblo peregrino en el desierto, igualmente sucede ahora con Cristo, el nuevo Moisés, el verdadero profeta, el Hijo de Dios, en quien no creen a pesar del signo de la multiplicación de los panes. Es importante considerar que el hecho de la murmuración está en relación con la no aceptación de la historia que Dios va tejiendo en la vida de los hombres, a pesar de que en esta Dios es quien va proveyendo del sustento necesario. El hombre, en este caso el pueblo de la antigua alianza, no comprende este actuar ni el lenguaje de Dios y se rebela, rechaza aquello que Dios le propone. Pero ¿por qué no se comprende éste actuar de Dios si el hombre se beneficia?

El Papa Benedicto XVI nos dice: «… Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social…» (Caritas in veritate, 34). La sociedad secularizada se debe a que el hombre contemporáneo muchas veces se aferra a cosas –panes- que son perecederos.  Por eso, su vida muchas veces está llena de murmuraciones contra Dios, porque cree que Dios es injusto, que se ha olvidado de él, que no tiene en cuenta las desgracias y la pobreza de los más indefensos. De esta manera, muchas veces nosotros mismos alzamos nuestra bandera de justos, pero de nuestra propia concepción de justicia, sin darnos cuenta que ésta es simplemente una murmuración contra Dios. 

La humanidad parece rechazar el proyecto de Dios para tratar de construir con sus propias manos un mundo sin Dios. Es como si el hombre rechazara "el pan" de Dios para llenarse con otro alimento, que nos recuerda aquel del que Jesús habla en el Evangelio: "Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron" (Jn 6, 58). La verdad es que solamente la Iglesia puede ofrecer a los hombres el pan de la salvación; sólo la Iglesia es portadora de un proyecto de salvación que no es simplemente humano. La Iglesia anuncia y ofrece a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Redentor del hombre y de todo el hombre. Al respecto podemos citar las palabras del Cardenal Bertone en el Congreso Eucarístico de Chimbote: «…En la larga controversia con los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm, después de la multiplicación de los panes, Jesús afirma: "Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 48-51). Al final de esta larga disputa, con un tono incluso hasta dramático, y cuando no pocos discípulos lo abandonan porque su lenguaje es "duro", el evangelista narra la profesión de fe de Pedro. A la provocación que Jesús dirige a los Doce: "¿Quieren marcharse también ustedes?", este apóstol contesta: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 67-69). Las palabras de Jesús y la respuesta de Pedro nos permiten entender que la adhesión a Cristo exige siempre una elección, elección a veces dramática pero indispensable…» (Card. Bertone, Discurso a los Obispos del Perú, 25 de agosto de 2007).

Las palabras de Cristo cuando dice nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae, no están significando una exclusión o que Dios Padre hará acepciones para elegir a aquellos a quienes el Hijo amará, sino que están en función de la alianza nueva, cuya vida estará caracterizada por la recreación del hombre a través de Cristo, donde el pan es un pan que se come en la fe en Cristo, porque sólo nutriéndonos de Cristo podremos contemplar al Padre.