Solemnidad: La Asunción de la Santísima Virgen María
San Lucas 1, 39, 56

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Ap 11, 19; 12, 1-6; Sal 44; 1Co 15, 20-26; Lc 1, 39-56

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Hoy domingo celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos, al respecto el siervo de Dios Juan Pablo II nos dijo: «…la Asunción es, por consiguiente, el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz…» (Juan Pablo II, Catequesis La Asunción de María, verdad de fe, 2 de julio de 1997). Por eso la liturgia de hoy enlaza la Asunción de María con el misterio de la visitación a Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de la anunciación, como leemos en el evangelio de San Lucas: "...en aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá...". María, habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu Santo, en la Madre del Hijo de Dios? Sin embargo, Isabel la precedió y, bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con palabras suyas el saludo del ángel. Si Gabriel había dicho: "...Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...", ella, como prosiguiendo, añadió: "...Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno...". Así pues, entre la anunciación y la visitación, se forma la plegaria mariana más difundida: el Ave María.

En la solemnidad de la Asunción, la Iglesia vuelve idealmente a Nazaret lugar de la anunciación y saluda a la Madre de Dios con las palabras: “¡Ave, María!", y junto con Isabel, proclama: "... ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!...".

El misterio de la Asunción de María está unido a su coronación como Reina del cielo y de la tierra; que nos invita a contemplar en este hecho una participación singular de María en la resurrección de Cristo. San Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte, que Cristo consiguió con su resurrección, "...porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte..." (1 Cor 15, 25-26). La victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre él, es decir sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «…Ante el triste espectáculo de tantas falsas alegrías y de tanto dolor que inunda el mundo, debemos aprender de María a convertirnos en signos de esperanza y de consolación, debemos anunciar en nuestra vida la Resurrección de Cristo. La Asunción al cielo de María en cuerpo y alma, es señal de esperanza segura y consolación para todos nosotros. Se trata de la fiesta mariana más antigua, y una ocasión para ascender con María a las alturas del Espíritu donde se respira el aire puro de la vida sobrenatural y se contempla la belleza más auténtica, que es la santidad. La fiesta de hoy nos impulsa a elevar la mirada hacia el cielo. No hacia un cielo hecho de ideas abstractas, o un cielo imaginario creado por el arte, sino el cielo de la verdadera realidad, que es Dios mismo. Dios es el cielo. Y Él es nuestra meta, la meta y la demora eterna de la que procedemos y a la que nos encaminamos…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción de María, 15 de agosto de 2008).

Como dice la teología de la Iglesia Oriental: «…María es figura de la vida cristiana…», por lo tanto al contemplarla, en su vida desvela la vida del creyente, de esta manera no sólo estamos llamados a: llevar a Cristo, anunciar a Cristo, sufrir con Cristo, morir con Cristo, sino también en Cristo ser llevados al cielo. La Solemnidad de la Asunción señala el privilegio de la Madre de Dios ante toda criatura.