XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 60-69

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Jos 24, 1-2ª. 15-17.18b; Sal 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".

La lectura del evangelio de la presente semana es una continuación de la temática de los domingos anteriores, es importante hacer presente esta continuación porque el evangelista puntualiza sobre algunos aspectos que explicitarán la profecía que Simeón le dijo a María en el templo cuando Jesús fue presentado cumpliendo lo establecido en la ley sobre un primogénito: “…este será para Israel motivo de alegría… pero también de tropiezo para muchos para que quede al descubierto la intención de sus corazones…”. En este sentido va la orientación del evangelio y el diálogo que Jesús entabla con sus discípulos, por eso el evangelio comienza diciendo: “…es duro este lenguaje…”; es así que en la primera lectura del libro de Josué, cuando el pueblo respondiendo a la pregunta de Josué dice: “…lejos de nosotros abandonar al Señor…”, ésta no es una respuesta de carácter afectuoso a Dios, porque detrás del contenido de esta respuesta está la historia de salvación que Dios ha hecho para con su pueblo, empezando desde Abraham.

Esto quiere decir que el pueblo es consciente de la realidad y cumplimiento de las promesas que hasta ahora ha recibido por parte de Dios, y al mismo tiempo el pueblo es consciente que ante esta fidelidad por parte de Dios, ellos, el pueblo, no se han visto rechazados por Dios aún en medio de la dureza de su corazón y su constante rebeldía. Entonces cuando a Jesús le dicen sus oyentes “…es duro este lenguaje…” el evangelista nos está manifestando que cuando el hombre está ciego ante la historia de salvación que Dios realiza, rechaza todo aquello que viene de parte de Dios, muchas veces sin entenderlo, pero simple y lamentablemente negándose a acoger todo aquello que viene de Dios; por eso en los evangelios sinópticos se nos presenta la curación de ciegos, porque el pecado ha debilitado tanto nuestra naturaleza que nos impide ver la historia de amor de Dios; por eso el evangelista a continuación pone: “…y murmuraban de él…”, como una expresión de un rechazo y prejuicio ante la historia de amor de Dios, que se presenta en el mayor de los casos no de acuerdo a las urgencias o expectativas de los hombres.

Este lenguaje e duro, como lo señala el evangelista porque detrás del discurso del pan de vida tenemos todo el misterio de la pasión redentora de Cristo, entonces cuando Cristo invitaba a sus oyentes a comer su carne y beber su sangre, está anunciando que la obra del Padre culminará en su muerte redentora en la cruz con la cual redimirá a todo hombre de la muerte y del pecado. El evangelista al hacer presente que las palabras de Jesús son palabras de vida, está anunciando que poder aceptar el misterio de la pasión redentora de Cristo no es un hecho que el hombre por sí solo pueda hacerlo, pues tenemos un episodio que evidencia esta realidad humana, cuando el mismo Cristo dice: “…nadie viene a mí si el Padre no lo atrae…”.
La respuesta de Pedro casi al final del evangelio, ante la pregunta de Jesús: “…también ustedes se quieren marchar…”, tiene un gran significado: “…Sólo tú tienes palabras de vida eterna…”, porque está expresando la fe de la comunidad cristiana en el Cristo resucitado, pues solamente después de una experiencia de encuentro con Cristo resucitado el hombre puede decir: “…adónde iremos, sólo tú tienes palabras de vida eterna…”. Porque sólo el hombre tocado por el don de la fe que surge por la experiencia histórica con el Dios vivo, puede vivir como dice el evangelio de Mateo: “…buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura…”.

En la vida de tantos creyentes se da el vacío que es el abandono en la confianza en Dios, pues muchas veces pensamos que tener fe en Dios y creer en Dios significa creer en aquello que Dios nos tiene que otorgar o dar, cuando la fe se expresa a través del abandono y la obediencia en la voluntad de Dios Padre por medio de Cristo; San Pedro en el, evangelio dice : “…adónde iremos Seños, sólo tú tienes palabras de vida eterna…”; y con estas palabras nos está invitando a que vivamos en la garantía del amor de Dios la historia de amor; ante lo novedoso y cautivante de esta sociedad moderna, podamos decir: hacia dónde iremos, o hasta dónde llegaremos, si sólo de Dios recibimos y vivimos como un anticipo en este mundo la vida eterna.

El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «…Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra: "…Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna…" (Jn 6, 68). Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos…» (Benedicto XVI, Homilía en el Congreso Eucarístico, 11 de noviembre de 2005).