XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7,31-37

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Effatá", que significa: "Ábrete". Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

 

 

Este domingo se nos hace presente una profecía que en Cristo se cumplirá, así lo que acabamos de escuchar en la primera lectura, lo que había anunciado gozosamente el profeta Isaías, se cumple en Jesús de Nazaret, que ha venido a anunciar el reino de Dios con palabras y manifestaciones concretas (milagros). El evangelio de este domingo nos lo recuerda de manera sencilla cuando Jesús atiende la petición de la gente que le rodea y se interesa por un sordomudo, que le traen a su presencia. Jesús abre los oídos del sordo para que pueda oír y escuchar, luego desata su lengua para que pueda hablar y expresarse. Porque Jesús pone al hombre, herido o destruido por el pecado y encerrado en sí mismo, en una situación de apertura, para que así escuche y pueda responder, para que salga de su individualidad egoísta y entre en el abandono y obediencia confiada en el Padre, para que escuche la palabra de Dios, y responda llevando a la realidad de su vida el amar a Dios a través de los hermanos.

En la primera lectura del profeta Isaías, escuchamos un pregón que resuena en medio de nosotros, más aún podemos decir que es como el anuncio de una buena noticia, una llamada al retorno de los cautivos a vivir en la libertad. Aunque el contexto de la palabra se encuentra en torno al cautiverio babilónico, debe resonar en medio de nosotros como una voz potente de esperanza. La descripción que hace el profeta sobre el poderoso paso de Dios, donde el retorno del cautiverio se expresa en la curación de los ciegos, de los sordos y de los cojos, anuncia proféticamente la obra redentora del  Padre, que en Cristo se llevará a cumplimiento. Pero este hecho da también a entender que Dios no abandona al hombre aunque este haya faltado a la alianza o no haya creído en sus promesas. Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, lo ha creado libre, es libre como se recibe el amor  y como también se ama; así el hecho de que tantas veces en nuestra vida nos consideremos desterrados o abandonados puede ser por la causa de nuestra libertad mal usada, mal vivida o mal llevada ante el plan que Dios tiene para nosotros.

En la segunda lectura el apóstol Santiago hace presente de una manera radical el criterio equivocado en el cual muchas veces podemos caer, si no tenemos como orientación aquello que dignifica a toda persona humana, pues la  dignidad de la persona humana le viene del mismo Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, según lo dice el texto sagrado en el libro del Génesis. Porque la fe en Jesucristo, el único Señor de todos los creyentes, no se compagina con la acepción de personas. Por eso en otro pasaje de la escritura Santiago dice: «…mirad hermanos no hay sabios ni doctos entre ustedes…». El autor establece aquí un principio general: Por lo tanto, no debemos estimar a los hombres por lo que aparentan o lo que tienen, sino por lo que son delante de Dios. La acepción de las personas que se practica muchas veces en la vida de los creyentes es un escándalo y un desconocimiento de Cristo, el Señor, que se ha identificado con los más pobres. Los criterios del mundo son muy distintos de los criterios cristianos, ya que Jesús llamó bienaventurados a los pobres. Si halagamos a los ricos y despreciamos a los pobres, nos apartamos en la práctica de la verdadera fe y no somos ya discípulos de Jesús. Si Dios ha elegido a los pobres del mundo y los ha hecho herederos del reino ellos son los verdaderos ricos en la fe.

El evangelio del presente domingo está dado en un contexto de enseñanza, para hacer comprender que la vida cristiana es un don de Dios, y para que podamos aceptar vivir este don de Dios necesitamos ser llevados. Este hombre sordomudo según las catequesis patrísticas pre-bautismales, hace alusión al hombre que no conoce a Dios y que vive sordo a su voz y por lo tanto no puede proclamar la grandeza de Dios. El credo de Israel al inicio dice: «…Escucha Israel…», por eso Jesús le dice a Tomás: «…dichosos los que han creído sin haber visto…». Se ha comparado estos dos textos porque la misión de Cristo y de la Iglesia es llevar al hombre a escuchar a Dios, pues solamente cuando el hombre escucha a Dios puede acogerlo, y acogiéndolo en su vida podrá bendecirlo, porque la bendición que el hombre hace a Dios es un anuncio de que Dios ha hecho todo bien.

El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… las palabras del Evangelio de Marcos se refieren a la curación de un sordomudo por parte de Jesús. En esta breve perícopa, el evangelista narra que el Señor, después de haber puesto los dedos en los oídos y después de haber tocado con la saliva la lengua del sordomudo, realizó el milagro diciendo: “Effatá”, que significa, “¡Ábrete!”. Al recuperar el oído y el don de la palabra, aquel hombre suscitó la admiración de los demás contando lo que le había sucedido. Todo cristiano, espiritualmente sordo y mudo a causa del pecado original, con el Bautismo recibe el don del Señor que pone sus dedos en la cara y, de este modo, a través de la gracia del Bautismo, es capaz de escuchar la palabra de Dios y de proclamarla a los hermanos. Es más, a partir de ese momento tiene la tarea de madurar en el conocimiento y en el amor de Cristo para poder anunciar y testimoniar con eficacia el Evangelio y hacer más visible su comunión y su fidelidad al mandamiento del Señor…» (Benedicto XVI, Audiencia general, 17 de enero de 2007).

En este sentido para creer en Cristo hay que escucharlo y así como el sordomudo del evangelio es conducido hacia Jesús, para que pueda escuchar a Dios y proclamar sus alabanzas. Tenemos la necesidad de ser conducidos al encuentro con Dios, entonces la Iglesia a través de sus diversas manifestaciones, ya sea movimientos o comunidades que vivan la fe, será el medio por el cual seamos ayudados y llevados para que al estar delante de Cristo, para que Él cure nuestra sordera y nuestra mudez, y como la Virgen María podamos proclamar las grandezas del Señor.