Solemnidad: Todos los Santos
San Mateo 5, 1-12ª

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Ap 7, 2-4.9; Sal 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

Toda la liturgia de esta Solemnidad nos habla de la santidad. En los actuales tiempos para saber cuál es el camino de la santidad, a la cual todos los creyentes estamos llamados por el bautismo, subamos junto con los Apóstoles a la montaña de las bienaventuranzas, acercándonos a Cristo, a la escucha de sus palabras de vida; para alcanzar así una adhesión total y confiada a Dios y a su voluntad. A veces se piensa que la santidad es una condición de privilegio reservada a unos pocos elegidos. En realidad, ser santo es la dignidad de todo cristiano, de todo hijo de Dios: «…Dios nos ha bendecido y nos ha escogido en Cristo ‘para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor…».

En el evangelio de este día la palabra bienaventuranza expresa ya la condición de la persona con relación a Dios. Esto quiere decir que no solamente se debe pensar que el bienaventurado es uno que es protegido por Dios o ayudado o asistido por Dios, sino que el bienaventurado es el hombre que ha sido transformado por Dios, su vida ha sido reconstruida, es el hombre que vive en Dios; dicho de otra manera el bienaventurado se puede resumir en las palabras de San Pablo: «…ya no soy yo, es Cristo que vive en mí…».

Por eso Cristo cuando inaugura este discurso de la montaña, al decir bienaventurados en plural, nos está desvelando el hombre nuevo, el hombre que ha nacido de Dios, en otras palabras Cristo con su vida pública desvela y encarna la vida del bienaventurado en Dios. Ya los profetas e incluso los libros sapienciales expresan muchos rasgos de este bienaventurado que Cristo en su vida pública ha encarnado, asumiéndolo para llevar a cumplimiento la voluntad amorosa y fiel de Dios para con los hombres.

Lamentablemente en nuestros días en una sociedad que cada día deshumaniza al hombre, se nos hace ver estas actitudes del bienaventurado como actos inhumanos, líricos o poéticos, pero verdaderamente en la medida en que el cristianismo se encarne en nuestra vida brotarán, como fruto de esta vida santa del bienaventurado, estas actitudes que describe el evangelio: pobre, sufrido, sed de justicia, calumniado, perseguido, corazón limpio, hambriento de Dios.

En esta Solemnidad de Todos los Santos, si cogiéramos cualquier vida de algún santo de la Iglesia: Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís, el Padre Hurtado, San Maximiliano Kolbe, etc., podríamos ver con claridad como en la vida de estos santos, como en la de otros, se encarnan las bienaventuranzas.
Ya decía nuestro querido y recordado siervo de Dios Juan Pablo II, vivir la vida cristiana: lo ordinario como extraordinario, es vivir como un mártir anónimo en esta sociedad o como un santo; pero siempre teniendo en cuenta que los santos han sido los primeros en cuanto han escuchado la voz del pastor y han seguido detrás de sus huellas.

Al respecto dice el Papa Benedicto XVI: «…Las Bienaventuranzas nos muestran la fisonomía espiritual de Jesús y así manifiestan su misterio, el misterio de muerte y resurrección, de pasión y de alegría de la resurrección. Este misterio, que es misterio de la verdadera bienaventuranza, nos invita al seguimiento de Jesús y así al camino que lleva a ella. En la medida en que acogemos su propuesta y lo seguimos, cada uno con sus circunstancias, también nosotros podemos participar de su bienaventuranza. Con él lo imposible resulta posible e incluso un camello pasa por el ojo de una aguja (cf. Mc 10, 25); con su ayuda, sólo con su ayuda, podemos llegar a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (cf. Mt 5, 48)…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Todos los Santos, 1 de noviembre de 2006).

En consecuencia, debemos dar gracias a Dios porque en este día en que celebramos la Solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a participar ya como algo anticipado nuestra vida futura junto al Señor en la vida eterna, por eso esta fiesta nos debe ayudar a sacudirnos del lastre con el cual muchas veces el demonio nos quiere engañar para pegar nuestro corazón en las cosas pasajeras de esta vida, como puede ser un cargo o una responsabilidad que se puede desarrollar en el interior de la Iglesia para el bien de los hermanos, sino que todo lo que podamos realizar en este mundo que lo realicemos con un corazón dispuesto y vigilante en la espera de Nuestro Señor.