XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13, 24-32

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Más por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Nos acercamos al término del año litúrgico, esta semana la liturgia nos presenta el evangelio de San Marcos, el cual nos ha acompañado durante todo el año. En estas últimas semanas es característico que se nos presente un mensaje sobre el fin de los tiempos, la segunda venida del Señor y el destino definitivo de cada uno de nosotros.
Las lecturas de este domingo nos preanuncian tiempos difíciles de batallas y enfrentamientos entre el bien y el mal, grandes tribulaciones y catástrofes cósmicas, pero no por ello nos quieren transmitir una sensación de miedo; muy por el contrario nos hacen anhelar la serenidad de los tiempos cuando se afirme el dominio de Jesús sobre el mundo y la historia: “... verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad... para reunir a sus elegidos...” .

Es por ello que este evangelio, del fin del mundo, es complejo y heterogéneo. No se trata de descripciones sobre los acontecimientos venideros, sino es un texto que reúne ciertos aspectos que nosotros no tenemos muy presentes. Primero el anuncio del fin de los tiempos, presentado con descripción de desastres y catástrofes terribles, y después la venida del Hijo del Hombre para el juicio, razón por la cual los ángeles reunirán a los elegidos, sólo a ellos. También nos hablan de los signos o señales precursoras, aquellas que se irán sucediendo previamente como indicadores de que el fin está cerca, que es inminente; pero inmediatamente después se dice que “... de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre...”.

Es necesario poner atención que a este tiempo y a esta espera, para el cual vivimos preparándonos, es una llamada a vivir vigilantes. Jesús, por eso no nos reveló el tiempo de su venida, quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela. Entonces, es fundamental que dirijamos nuestra mirada al Señor de la vida y de la muerte y a los momentos de gracia que Dios nos concede diariamente, y que muchas veces no sabemos o no vemos porque estamos dormidos en nuestras preocupaciones o proyectos, o encerrados en la soledad que produce la vida en pecado. Tengamos por eso presente la parábola de las vírgenes prudentes y necias y vayamos por el aceite.

Este evangelio, lamentablemente ciertas comunidades religiosas o de algún tipo de creencia evangélica, distorsionan su sentido y captan a personas por el sentimiento profundo de culpa que les crean y de condenación, cuando Cristo mismo dice en el evangelio: «…yo no he venido a condenar sino a salvar…». Por eso el evangelio de este día nos hace presente que lo caótico de la vida del hombre no está en lo externo sino en la medida como el hombre se aleja de Dios, y al alejarse todo lo que lo rodea se vuelve caótico y trágico. Es como un ladrón que vive tranquilamente de sus robos pero cuando lo apresan todo se vuelve caótico.

Ante este evangelio es necesario por eso hacer referencia a otro pasaje del evangelio de Marcos, que a la instrucción de Jesús dice: «…no es lo de fuera lo que contamina al hombre sino lo que hay en su corazón…», por lo tanto el evangelio de hoy día, a través del lenguaje simbólico en que se expresa, es una invitación a mantenernos en la vigilancia de una santa conversión. Lamentablemente, muchas veces la palabra conversión la damos por supuesta, porque convertirnos a Dios no significa solamente haber recibido el bautismo, sino cada día amar a Dios y vivir según el estado de vida a la cual Él nos ha llamado; por eso la parábola se hace muy actual, la que dice: «…hay una gran diferencia entre el hombre que construye su casa sobre roca y el que construye en la arena…».

Por eso la misión de la Iglesia, como la de Cristo, es la de llevar al hombre a prepararse al encuentro con su Salvador, encuentro que se dará en un tiempo no revelado porque: “...si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así, todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.” (San Efrén, Comentarios sobre el Diatesaron 18, 15).