I Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 21, 25-28. 34-36
Autor: Padre Oscar Balcázar Balcázar
Jr 33, 14-16; Sal 24, 1 Ts 3, 12-13; 4, 1-2; Lc 21,
25-28. 34-36
Habrá en efecto señales en el sol, en
la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada
por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por
el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque
las fuerzas de los cielos se tambalearán. Y entonces verán venir al Hijo del
hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas
cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.
Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la
embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso
sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la
faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis
fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.
Con este primer Domingo de Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico en la
Iglesia, a través del cual domingo tras domingo, y semana tras semana, el mismo
Cristo actualizará su obra de salvación en el tiempo, entregándose a su Esposa
la Iglesia. En este nuevo año el guía principal será el evangelista Lucas dentro
del Ciclo C del leccionario. Es necesario pues, preparar adecuadamente el
ambiente de la celebración, creando un clima de fiesta, de gloria y gratuidad.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «… Dios conoce el corazón del
hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro; por eso no
cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. El
Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan
llegar a conocerlo. Este es también el sentido de un nuevo año litúrgico que
comienza: es un don de Dios, el cual quiere revelarse de nuevo en el misterio de
Cristo, mediante la Palabra y los sacramentos…» (BENEDICTO XVI, Homilía en la
celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento, 1 de diciembre
de 2007).
La liturgia del Adviento desarrolla una auténtica espiritualidad, centrada en la
venida del Señor y su espera vigilante. Este es el tema en este domingo: la
vigilancia en la venida del Señor; la esperanza «...porque se acerca vuestra
liberación...». Mediante la liturgia, la Iglesia nos quiere hablar y llamarnos a
la conversión. Jesucristo se manifiesta a través de la Palabra, saliendo al
encuentro de todos los hombres, para dar cumplimiento a la promesa «…buscar y
salvar lo que estaba perdido…» (Lc 19, 10). De esta manera, la celebración del
tiempo de Adviento es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa continua
de Dios Esposo, «…que es, que era y que viene…» (Ap 1, 8). A los creyentes que
muchas veces no tenemos tiempo para Él, Dios nos ofrece otro tiempo, un tiempo
nuevo para volver a Él, para ponernos de nuevo en camino, encontrar y vivir el
sentido de la esperanza cristiana.
El Año Litúrgico comienza con una visión anticipada del retorno de Cristo. Con
ello se nos enseña a esperar en su venida definitiva. La Sagrada Escritura nos
dice constantemente que con la Encarnación de Cristo comienza la etapa final de
la historia de la salvación: «... para que muchos caigan y se levanten...» (Lc
2, 34). La Palabra encarnada de Dios puede ser causa de crisis o división, pero
viene para la salvación del mundo. Lo que consideramos como un intervalo de
tiempo entre Navidad y el juicio final no es más que el plazo que se nos da para
la conversión. Algunos dirán sí, pero «... el que me rechaza y no acepta mis
palabras ya tiene quien lo juzgue: la palabra que he comunicado, esa lo juzgará
el último día...» (Jn 12, 47 ss). El Señor vino al mundo no para traer paz sino
espada. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «… El Adviento invita a los
creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena
como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las
semanas, de los meses: Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana,
sino hoy, ahora.
El único verdadero Dios, "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" no es un Dios
que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino
que es el Dios-que-viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y,
respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y
visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros.
Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide
nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos…» (BENEDICTO XVI,
Celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento, 2 diciembre
2006).
Así cuando en la primera lectura, el profeta clama «... el Señor, es nuestra
justicia...», está expresando el anhelo por el cumplimiento de la promesa de
Salvación que Dios hace a Israel. Nos anuncia la llegada de un vástago legítimo
que "hará justicia", un descendiente de David que gobernará tal como Dios
quiere, con justicia y bondad. Y esta justicia divina de la alianza no se mide
según el concepto de la justicia humana. La justicia de Dios se identifica más
bien con la rectitud de toda acción salvífica de Dios, que a su vez se
identifica con su fidelidad a la alianza pactada. Por eso, esta lectura renueva
nuestra esperanza que se funda en la fe en Cristo Resucitado, vencedor del
pecado y de la muerte. Por eso nos dice el Papa Benedicto XVI: «…
La esperanza verdadera y segura está fundamentada en la fe en Dios Amor, Padre
misericordioso, que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3,
16), para que los hombres, y con ellos todas las criaturas, puedan tener vida en
abundancia (cf. Jn 10, 10). Por tanto, el Adviento es tiempo favorable para
redescubrir una esperanza no vaga e ilusoria, sino cierta y fiable, por estar
«anclada» en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación…» (BENEDICTO
XVI, Homilía en la celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de
Adviento, 1 de diciembre de 2007). En consecuencia como el evangelio de esta
semana nos invita, estemos atentos a que nuestro corazón no se embote de: falsas
esperanzas y promesas.
Porque muchas veces ante las dificultades y sufrimientos de la vida, si no
estamos cimentados en Cristo Nuestra Roca, vacilamos y nuestra vida se puede
enrumbar ante sugerencias o estilos de vida contrarios al evangelio, y sobre
todo en este tiempo en que se nos presenta a través de la sociedad que el
Misterio de la Encarnación de Cristo (la Navidad), es un tiempo y una
celebración que se vive rodeado de cosas y situaciones, cuando como dice el
evangelio nuestro corazón debe esperar vigilante a su Señor, y en esto consiste
entrar en el gozo de la celebración y de la fiesta.