XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Pr 9, 1-6; Sal 33; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58


Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".

Jn 6, 51-58


En la liturgia de este presente domingo contemplamos como se nos revela y hace presente al único pan de vida eterna que puede saciar a la humanidad. Las lecturas del parecen centrarnos en el misterio de la Eucaristía, misterio que se desvela en Cristo, hecho hombre igual que nosotros, que es la Sabiduría de Dios que nos invita a un banquete para adquirir inteligencia. Es el Hijo del Padre, que nos quiere hacer partícipes de su vida divina. Es el Señor que nos propone una vida unida a Él en la oración de los salmos y cánticos. Esta semana las palabras de Cristo deben entenderse en relación con la institución de la eucaristía en la última Cena porque el discurso del pan de la vida no se quedó en un simple anuncio, sino que tuvo su cumplimento en los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Es así que en la segunda lectura, San Pablo nos exhorta, con prontitud, a “...no ser insensatos...”. La sensatez de la que habla el Apóstol aquí no es la simple inteligencia, según nuestros conceptos humanos, sino que incluye el júbilo del corazón, que, en alta voz o en silencio, recita ante Dios los cánticos que inspira el Espíritu Santo. Esto no es más que la respuesta al júbilo del corazón de Jesús, que alaba al Padre porque él, el Hijo, puede entregarse por los hombres. Es un júbilo de alegría sobrenatural, algo totalmente opuesto a la algarabía o embriaguez del mundo. Es el júbilo cristiano que puede expresarse en cualquier situación vital, hasta en lo más profundo de las tinieblas de la cruz.

En la primera lectura, la Sabiduría de Dios, nos ha preparado el banquete divino a todos los hombres; ha dispuesto todo, ha enviado a sus criados para invitar al banquete a los comensales. Como es la Sabiduría divina la que invita, la invitación no es para los que ya son sabios, sino para los sencillos, los simples, los ignorantes. Los manjares que la Sabiduría ofrece curan la necedad, la incredulidad y llevan por el camino de la prudencia. La dificultad de esta invitación está en que se dirige a los que no son sabios y que deben dejarse conducir a la Sabiduría. Y si no son sabios es o bien porque se tienen ya por tales (como los fariseos y los letrados), o bien porque no pueden comprender la invitación de la Sabiduría, porque la consideran absurda.

Esta Sabiduría encarnada de Dios es la que nos invita, en el evangelio, a su banquete, un banquete que sólo es comprensible desde dentro de la misma Sabiduría divina. Por eso los que no son sabios, aunque se tengan por tales, discuten entre sí: “...¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?...”. Dentro del mundo de la ignorancia esta objeción es sumamente comprensible. Que un hombre como los demás pretenda ofrecerse como alimento puede parecer el colmo de la insensatez. Pero la Sabiduría de Dios encarnada en Cristo no responde a la objeción, sino que refuerza, por el contrario, lo absolutamente necesario de su oferta: “...Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros...”. Los necios a los ojos de Dios son incluso superados por la locura de Dios: se les obliga a algo que les parece totalmente absurdo. No se les ofrece sólo una ventaja terrenal, sino la salvación eterna: el que se niega a participar en este banquete no resucitará a la vida eterna en el último día. Para poder encontrar una explicación a esto hay que remontarse al misterio último e impenetrable de Dios: al igual que el Hijo vive únicamente por el Padre: “...del mismo modo el que me come, vivirá por mí...”. Los que se creen sabios son colocados ante el misterio para ellos incomprensible de la Trinidad, para hacerles comprender que no pueden alcanzar la vida definitiva más que en virtud de este misterio. El amor de Dios nunca habla duramente aquí a los hombres que no quieren ver, pero que creen que tienen buena vista, porque los coloca ante el Absoluto, que por su dureza de corazón les resulta incomprensible.

Las lecturas de este domingo, en especial el evangelio, son una buena ocasión para recordar y tratar de comprender mejor las palabras de Jesús cuando nos habla de la comunión de su Carne y su Sangre, que es la Eucaristía, pan de vida. Los profetas anunciaban desde antiguo el hambre de la palabra de Dios, comparando el pan con la palabra. Más adelante, rememorando el tiempo del desierto y evocando el festín mesiánico, profetas y sabios hablan del pan que designa la Palabra viva de Dios, la sabiduría divina en persona. Por ello, también para Jesucristo el pan evoca la palabra divina de que se debe vivir cada día. En los evangelios, al deseo del pan que se come en el reino escatológico, responde Jesús con la parábola de los invitados; en la cual se refiere a la aceptación de la persona y de su mensaje. En la multiplicación de los panes, San Marcos quiere explicar que estos panes son símbolo de la Palabra de Jesús al mismo tiempo que de su cuerpo entregado. Y en el presente evangelio, según San Juan, Jesús revela el sentido de este milagro afirmando que es el pan verdadero. Se presenta así como la palabra en que hay que creer, palabra hecha carne que se ofrece en sacrificio, adherirse con fe a ella requerirá necesariamente la comunión en este sacrificio dentro del rito eucarístico. Así, el pan pedido diariamente por el fiel a Dios, alimento necesario y don de Dios en su misma materialidad, viene a significar, con el desarrollo de la fe, la palabra divina y la persona misma del Salvador inmolado, que es el verdadero pan del cielo, el pan de vida, vivo y vivificante: “...el que coma de este pan vivirá eternamente...".

Jesucristo es el pan de vida, primero por su palabra que abre la vida eterna a los que creen, luego por su carne y su sangre dados como comida y bebida, por ello nos dice en el evangelio: “...Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo...".Estas palabras que son el anuncio de la Eucaristía, las dice Jesucristo después de haber alimentado milagrosamente a la multitud, y se enlazan con las maravillas del maná del éxodo, al mismo tiempo que nos sitúan en el horizonte del banquete mesiánico, esperanza e imagen de la felicidad celestial.

Podemos concluir citando las palabras de la homilía de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, en la Solemnidad del Corpus Christi: “En la procesión del Corpus Christi acompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero, como hemos dicho. Y, de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mt 26, 26ss). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato: «Tomad y comed».”

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú