Fiesta: Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclo C

San Lucas 2,41-52

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

1S 1, 20-22. 24-28;   Sal 83;   1Jn 3, 1-2. 21-24;   Lc 2, 41-52 

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando." El les dijo: "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. 

Desde el Belén nuestra mirada se dirige idealmente a la humilde morada de Nazaret donde Jesús, que se hizo nuestro hermano, quiso vivir y crecer en una familia. En esta celebración ponemos nuestra mirada en Jesús, María y José, y adoramos el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen María, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. Al hacerlo así, santificó la realidad de la familia, colmándola de la gracia divina y revelando plenamente su vocación y misión.

Es fundamental tener presente que la Iglesia, a través del Magisterio dedica gran atención a la familia, en la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II nos dice: «… Los cónyuges son testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo (…) Así la familia cristiana participa de la vocación profética de la Iglesia: con su estilo de vida proclama en voz alta tanto los valores del reino de Dios ya presentes como la esperanza en la vida eterna…» (Lumen gentium, 35). El bien de la persona y de la sociedad está íntimamente vinculado a la "buena salud" de la familia (Gaudium et spes, 47). Por eso, la Iglesia está comprometida en defender y promover "la dignidad natural y el valor del matrimonio y de la familia.

El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto de esta Solemnidad: «…Al contemplar el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José, invito a las familias cristianas a experimentar la presencia amorosa del Señor en sus vidas. Asimismo, les aliento a que, inspirándose en el amor de Cristo por los hombres, den testimonio ante el mundo de la belleza del amor humano, del matrimonio y la familia. Esta, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, constituye el ámbito privilegiado en el que la vida humana es acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural. Por eso, los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana….» (Benedicto XVI, Ángelus del 30 de diciembre de 2007).

Para nosotros los creyentes, la familia, fiel reflejo de la comunión trinitaria, tiene como modelo a la Familia de Nazaret, en cuyo seno se desarrolló la historia humana del Redentor y de sus padres. Pensemos en las dificultades que María y José debieron afrontar con ocasión del nacimiento de Jesús; y, luego, durante su exilio en Egipto, para huir de la persecución de Herodes. Nazaret ha llegado a ser el símbolo de la "normalidad" de la vida diaria, característica de la existencia de toda familia, que Dios nos ha revelado desde los primeros capítulos del libro del Génesis y los evangelios.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «… Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, que encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10)…» (Benedicto XVI, Ángelus del 31 de diciembre de 2006).

Que la Sagrada Familia, que hoy veneramos ayude a cada hogar a ser una pequeña "iglesia doméstica", escuela de virtudes humanas y religiosas. Que el Señor haga por la gracia de su Espíritu Santo de cada familia un santuario de amor y un auténtico lugar de acogida; y que los esposos sean fieles colaboradores en la transmisión de la vida, viendo en cada hijo el Don de Dios para ellos como para la humanidad.