Solemnidad: Natividad del Señor

San Mateo 2, 1-12

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 52, 7-10;  Sal 97;    Hb 1, 1-6;   Jn 1, 1-18 

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: "Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo." Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. 

En el nacimiento del Niño Jesús se expresa el nacimiento de la nueva humanidad. El acontecimiento producido en Belén se ha considerado como el inicio de la nueva historia: la era cristiana, inicio definitivo del nuevo período de la vida de la humanidad. Es parte del diseño divino del Padre, que ha querido hacer del humilde nacimiento de Jesús la inauguración del nuevo inicio de la nueva humanidad. Así hoy escuchamos este maravilloso anuncio. La Palabra se hizo carne que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, la Palabra ha acampado entre nosotros.

Dios Padre ha mandado a su Hijo al mundo, para que con su presencia en medio de nosotros se manifieste su amor y misericordia a través de un nacimiento similar al de cualquier ser humano. Así el misterio de la Encarnación pone de manifiesto que Aquel que es la persona divina se convierte en hombre tomando en totalidad la condición humana, en otras palabras se hace hombre igual a nosotros, menos en el pecado, como nos dice San Pablo.

La Iglesia nos invita en este día de paz a descubrir que la paz podemos vivirla solamente en el reconocimiento de que Cristo es nuestra riqueza, es la luz que ilumina nuestra vida e ilumina el camino por donde vamos a andar, y esta luz brota de la única verdad que es Cristo. Por esta razón, dirigiendo nuestra mirada hacia el recién nacido estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe, de la alegría y la fuente de nuestra esperanza, el don de nuestro amor. Para que así podamos entrar plenamente en el misterio de la filiación divina que nos viene de aquel Niño que hoy adoramos; por lo tanto la participación de esta filiación transforma e ilumina toda nuestra vida.

El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Natividad del Señor, 25 de diciembre de 2007).

En consecuencia el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo, si salimos al encuentro de esta humildad (Cristo), entonces tocamos el cielo. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en este día Santo, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios: el corazón de Dios. Feliz Navidad, y que el Niño Jesús tenga su posada entre los hombres, encuentre posada en nuestro corazón, para que así nazca en cada uno de nosotros y transforme nuestra vida.