XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Job 38,1.8-11; Sal.106; 2Co.5,14-17; Mc.4,35-41


Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

Mc 4, 35-41


La Santa Misa, realiza-celebra el Misterio Pascual de Cristo, y en este sentido nos hace presente el octavo día, el día que anuncia la Eternidad, la llamada a la participación de la vida futura. La Constitución dogmática, del Concilio Ecuménico Vaticano II Lumen Gentium, nos dice: "... La Iglesia nace de la eucaristía y se encamina hacia la eucaristía..."; la Eucaristía que en si contiene-significa el misterio redentor de Cristo (pasión-muerte-resurrección-ascensión); es el fundamento de la vida de la Iglesia, por eso los creyentes al inicio del cristianismo, dedicaban el domingo a darle culto a Dios, dejando de realizar las labores que no eran indispensables. De esta manera la Iglesia celebra cada ocho días el misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo o como comúnmente llamamos el día del Señor. Es así que el llamado Tiempo Ordinario, nos lleva a celebrar el misterio de Pascua del Señor sin remarcar algún aspecto de este misterio, como sí se realiza en el tiempo de: adviento, cuaresma y de pascua; el mismo Cristo en el evangelio de San Juan nos ha dicho: “... quien no bebe mi sangre y come mi carne no tiene vida eterna...”. En este misterio pascual, que celebramos cada domingo en la Santa Misa o Eucaristía, se realiza el memorial del Señor, no en figura como lo anunciaban los sacrificios de la Antigua Alianza, no es el éxodo de Egipto y el ingreso a la tierra prometida; es el éxodo definitivo hacia la Patria Celeste, convirtiéndose en el verdadero maná del cielo.

La segunda lectura del presente domingo, nos manifiesta que el creyente es una creatura nueva porque es uno con Cristo, por eso San Pablo en su carta a los Gálatas dice: “... ya no soy yo es Cristo que vive en mí...”, por lo tanto este misterio pascual de Cristo no sólo redime al hombre en cuanto que cancela sus pecados, lo libera de la muerte y de toda esclavitud, sino que al mismo tiempo la vida nueva sólo se puede vivir en ésta íntima comunión con Cristo, por eso el mismo Cristo dirá en el evangelio de San Juan: “...yo soy el camino, la verdad y la vida...”. De esta manera podemos entender que la vida cristiana no podemos vivirla de manera independiente fuera del misterio pascual de Cristo, y como decíamos en las primeras líneas, la celebración del misterio cada semana nos nutre, nos fortalece y reviste, y nos hace uno con el Señor. El creyente, por lo tanto, en el quehacer de su vida, vive la vida inmersa en el misterio de Cristo; pues el mismo Cristo durante su vida pública decía: “...yo hago lo que he visto de mi Padre...”, por lo tanto si Cristo ha vivido su vida en esta íntima comunión con el Padre, cuanto más nosotros estamos llamados a vivir nuestra vida en ésta intimidad con Cristo.

No serán las labores que realicen los hombres las que le llevarán a vivir en sus vidas el misterio pascual de Cristo, sino que es la fe en Cristo lo que hará presente en la vida del creyente que, según la actividad que realice, expresará a través de sus actos si vive o no la vida nueva en el Señor, porque de lo contrario se puede caer en aquello que los profetas del Antiguo Testamento denunciaban al pueblo de Israel: “...este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí...”.

El evangelio es muy claro al señalar, que los discípulos que aún están comenzando a escuchar y conocer, y ven los signos que el Maestro da para creer en Él, se desesperan ante la tempestad que amenaza hundir la barca. Hipólito, comentando esta parte del evangelio, dice: “El mar es el mundo, en el que la Iglesia se encuentra y, por lo tanto, es como una nave en el mar (Hipólito de Roma, n. 59)”. Según este comentario de Hipólito, y aplicándolo a la vida del creyente, podemos decir que la petición que le hace Cristo al Padre antes de entrar a su pasión, tiene un sentido profundo: “...Padre te ruego por ellos, no para que los retires del mundo sino porque están en el mundo...”. Por eso en las bienaventuranzas, en los evangelios de San Mateo y San Lucas, hace referencia a que el cristiano es un bienaventurado en medio de las persecuciones, o como dirá San Pablo de una manera más elocuente: “...como condenados a muerte...”; pues es indudable que la vida nueva, con la cual hemos sido revestidos por el misterio pascual de Cristo, se contrapone radicalmente a lo que nuestro querido difunto Papa Juan Pablo II llamaba “cultura de la muerte”. Entonces el evangelio del presente domingo, nos está llamando, no sólo a tener confianza en el Hijo de Dios, sino a tener fe en Él, a creer, como dice el evangelio de San Mateo: “...que no caerá un cabello de nuestra cabeza sin el consentimiento del Padre...”; de esta manera podemos decir que el cristianismo no es simplemente un adherirse a unas verdades o a una doctrina, sino que el cristianismo es participar de una vida nueva, por eso el mismo Cristo decía en el evangelio: “...Padre que ello sean uno como yo soy uno contigo...”.

San Agustín, respecto del presente evangelio dice: “Si tenemos fe es porque Cristo habita en nosotros (San Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan, 49, 19)”, y San Pablo en la Carta a los Efesios nos dice: “...por medio de la fe Cristo habita en nuestros corazones...”, es indudable que no podemos hablar de la vida cristiana si no tenemos fe en Cristo, ya el mismo Cristo, en el evangelio de San Juan, dice: “...la obra de mi Padre es que crean en Aquel que Él ha enviado...”, y en este sentido podemos hacer referencia a que, en esta fe, podemos vivir unidos a Cristo como el sarmiento y la vid, y nuestra vida fructificará aún sabiendo que tenemos que morir a nosotros mismos como el grano de trigo: “...que si no muere no da fruto...”; por eso que la vida del creyente la podemos sintetizar en las últimas líneas de la parábola del sembrador: “...la semilla que cayó en buena tierra dio como fruto treinta, setenta y ciento...”.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú