IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2Cro 36, 14-16.19-23; Sal 137; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21


Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios."

Jn 3,14-21


El tiempo de cuaresma siempre representa para el creyente un combate, porque en ese combate el hombre debe ser consciente que es libre, pero cuando la vida del hombre está iluminada y llena de la gracia de Dios, su corazón, sus deseos se inclinarán siempre a abrirse a que en su vida se realice el plan divino. El libro del Deuteronomio en el capítulo 30, al respecto es muy significativo, pues dice: “...pongo delante de ti el camino del bien y del mal, de la bendición o de la maldición...”; no se debe entender que si el hombre no obedece a Dios, la vida del hombre se convierte en una maldición, o sea, que la vida tendrá un sabor de no bendición. De esta manera, la cuaresma nos debe ayudar a que nuestra libertad se ejercite en el inclinarse a realizar lo que viene de Dios y no tanto ejercitarse en sólo realizar nuestros propios deseos. Por eso la vida cristiana se debate como en un binomio: muerte – vida; esclavitud – libertad; odio – amor; luz y tinieblas; así es como termina el evangelio de este domingo diciendo aquellos que no aman la luz permanecen en las tinieblas y aquellos que aman la luz, sus obras quedan de manifiesto a la vida de los hombres.

Siguiendo con el evangelio del presente domingo, la cruz representa el signo a través del cual Dios sondea el corazón de los hombres. En la profecía de Simeón, éste le dice a la Virgen María: “...este será para el pueblo para algunos salvación y para otros caída, y a ti una espada te atravesará el alma para que quede de manifiesto la intención de muchos corazones...”. Por eso que el evangelio de esta semana dice: “... cuando sea elevado atraeré a todos hacia mí...”; porque el hombre cuando está delante de Dios, sus obras quedan de manifiesto, pues en muchos pasajes de los evangelios, los evangelistas dicen que Cristo conocía el pensamiento de los hombres. Pero así como la cruz es el signo con el cual Dios hace descubrir la intención del corazón de los hombres, así también a través de la cruz nosotros hemos podido conocer, y hasta ahora incluso no llegamos a comprender en toda su dimensión, el amor de Dios, porque la cruz nos revela el insondable e inalcanzable amor de Dios. De esta manera, la cruz para el creyente se convierte en el medio a través del cual el hombre puede experimentar profundamente la salvación y la redención, porque experimentando quién es, descubre en su profundidad el misterioso amor de Dios, que lo ama radicalmente como el hombre es.

En la segunda lectura su contenido se convierte como un canto a la misericordia de Dios, a través del cual se hace presente el don inmenso del amor de Dios que se ha concretizado cuando Cristo se ha hecho carne, ha tomado la condición del hombre para rescatar al hombre. De esta manera, la vida del creyente debe transformarse en un canto de gratitud a Dios. Pero, tantas veces hay ciertos creyentes que viven su vida pensando que la vida sobre la tierra es una vía crucis, sólo una pasión, o sea vivir sufriendo solamente. Al respecto tenemos que decir que la vida cristiana no es una resignación, ni tampoco es una vía dolorosa o simplemente la pasión de dolor, Dios ha creado al hombre para que en nombre de Él gobierne la tierra y no para que viva como un esclavo de aquello que ha creado y ha puesto en las manos del hombre. La vida que Dios nos tiene reservada en el cielo no será el premio a los sufrimientos de la vida sobre la tierra; sino que la vida eterna la vivamos plenamente porque ya en este mundo mientras éramos peregrinos la comenzamos a vivir como un signo de hombres redimidos, de hombres que ante el amor de Dios nada nos podrá separar; por eso que la cruz, ha este punto podemos decir que, significa la muerte del hombre viejo como diría San Pablo y vivir ya la vida del hombre nuevo, por eso como el mismo San Pablo dice en una de sus cartas: “...la cruz se convierte para unos en escándalo y necedad y para otros en vía o camino de salvación...”.
San Juan Crisóstomo en su Tratado sobre la Divina Providencia, dice: Cristo ha llamado a la cruz gloriosa, y San Pablo ha dicho de la cruz que él solamente se gloría en la cruz de Cristo. Profundizando en este pensamiento de San Juan Crisóstomo con respecto al evangelio de este domingo podemos decir que la cruz nos revela la gloria de Dios, porque el término gloria en el Antiguo Testamento significaba al Dios invisible que se daba a conocer a través de un signo sensible, ejemplo tenemos cuando la Shekinah de Dios, o sea la gloria de Dios, bajaba sobre el monte Sinaí para dialogar con Moisés. Usando términos más asequibles, la gloria de Dios es la misma vida de Dios que se manifiesta al hombre, entonces la gloria de Dios se ha hecho visible en el Hijo Amado, o sea, en Cristo. Por eso, la respuesta que da Cristo a Felipe: “...Felipe quien me ve a mí ha visto al Padre...”. La primera lectura, en este sentido, nos ayuda a poder ver con claridad la providencia amorosa de Dios, pues por medio de un hombre pagano como el rey Ciro, Dios hace tornar a su pueblo esclavo nuevamente a retomar en posesión la tierra. Esta es la providencia de Dios, que Dios tantas veces ante la dureza del corazón del hombre abre caminos inesperados a nuestra razón para manifestarse en nuestra vida, y para portarnos de retorno hacia Él; porque así como el pueblo de Israel esclavo en el exilio retornó a su pueblo, los hombres exiliados por sus propias actitudes, en la providencia amorosa de Dios, podemos retornar hacia nuestra tierra, encaminados hacia Dios que es el buen puerto.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú