IV Domingo de Adviento, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2S 7, 1-5. 8b-12.14.16; Sal 88; Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38


Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin." María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios." Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y el ángel dejándola se fue.

Lc 1, 26-38


En este cuarto domingo de Adviento, que antecede a la celebración del nacimiento de Cristo; la liturgia nos presenta, a través de la figura de la Virgen María, cual es la meta final de todo hombre; esto es: “el encuentro de cada hombre con Cristo”. Los exégetas ponen a María como aquella que representa a los pobres de Yahvé, a aquellos que esperaban en el cumplimiento de las promesas mesiánicas; por eso no sólo María representa a los pobres de Yahvé, sino que también a través de ella se expresa la manera como en cada hombre se da este encuentro que radicalmente transformará la vida del hombre, introduciéndolo dentro del proyecto de Dios, según el designio de Dios para cada hombre; como lo ha manifestado y nos lo ha revelado a través de la Virgen María ante el encuentro con el ángel Gabriel.
En la primera lectura tenemos a David que ante el profeta Natán manifiesta el querer construir un templo para el arca de la Alianza, pero inmediatamente se hace escuchar la voluntad divina que a su vez, podemos decir, es un anuncio profético de lo que en la Virgen María se va a realizar de manera irrepetible en toda la historia de la humanidad y que se expresa a través de las siguientes palabras: “…y cómo será esto pues yo no conozco varón...”. Así como leemos en las primeras páginas del Génesis como el hombre es apartado de la voluntad de Dios a través de la desobediencia por la seducción del maligno, y por lo tanto quedando incapacitado de retornar por sí mismo a la comunión con su creador, como fue creado desde el inicio. Aquel que creó al hombre de la nada tenía que ofrecer la vía de acceso y retorno del hombre, para que el hombre pueda ser recreado y retornar a la comunión originaria como fue creado; y esto es lo que significará el que María, por designio de Dios, haya sido elegida para ser morada del autor de la vida; donde se expresa el acto divino en toda su plenitud y, donde el hombre si podemos decir que colabora en esta acción divina, es abriéndose a la gracia, o sea no siendo un obstáculo a la gracia divina, para que la misma gracia haga del hombre morada del mismo Dios. Este es el sentido de las palabras que, a través del profeta Natán, Dios dirige a David: “…acaso tú me has construido una casa para que yo habite…”.

En el evangelio encontramos toda una narración del hecho del Anuncio, de la Encarnación de Nuestro Salvador. El diálogo que la Virgen María tiene con el ángel, es importante destacarlo, porque en estos diálogos se revela el misterio de la Encarnación de Cristo, y por lo tanto la historicidad del hecho mismo. Hay algunos creyentes que viven su fe vacilante, que es vacilante porque no está cimentada en un Dios histórico, en un Dios que ha entrado en el tiempo, y se ha sometido al tiempo para redimir el tiempo del hombre, que sin Dios se había convertido en enemigo del hombre; donde el hombre experimentaba que caminaba sin poder liberarse de un tiempo que le decía que su vida tenía un fin sin pena ni gloria; donde las palabras del Eclesiastés encontraban una gran fuerza: “…hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir…”, y parecía que simplemente esto era la vida del hombre sin Dios. Por algo Séneca, en el siglo I de la era cristiana, concluyó diciendo: “la vida del hombre es un peregrinaje hacia la muerte”.

Al final del evangelio, encontramos estas palabras de la Virgen María: “…He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra…”; esta debe ser la actitud que todo hombre, que aunque tenga una fe sólida en el Dios del amor o tenga una fe vacilante, está llamado a tener. Porque en estas palabras de la Virgen María se expresa que todo hombre cuando ha sido alcanzado por el anuncio de la Buena Nueva del Reino (Kerygma), está llamado a vivir en la esperanza del cumplimiento de aquello que ha recibido en el Anuncio. En este sentido, en un hombre de fe su vida está cimentada en Dios que es su esperanza y como dice el evangelio de Mateo: “…vinieron las lluvias, cayó la tormenta, cayó la tempestad, pero aquella casa no cayó porque estaba cimentada sobre roca…”. Y aquel que tiene en la vida una fe vacilante está llamado a vivir en la confianza de las promesas que ha recibido; por eso en varios pasajes del evangelio de Marcos, Cristo dice a aquellos que le piden ser beneficiados con algún milagro: “…que se haga según tu fe, o se haga según has dicho…”.

San Beda el Venerable presbítero en su Homilía III al Tiempo de Adviento, dice lo siguiente: “Cristo reina en la vida presente porque reina en el corazón de los elegidos; y habitando en ellos a través de la fe y con el amor nos proyecta al reino de la vida futura”. Las palabras del ángel, cuando dice a María, “…y su reino no tendrá fin…”, están significando que Cristo no sólo ha venido para redimir al hombre en cuanto a su vida temporal, sino que esta redención nuevamente lo introduce, al hombre, a vivir su vida como un peregrino anhelante de retornar a la casa del Padre. Por eso que el tiempo de adviento nos llama a vivir en esta doble tensión: vivir nuestra vida según el proyecto de Dios unidos en Cristo, amando a los hermanos, y sabiendo que estamos en este mundo de paso porque no somos de este mundo; por eso el evangelio de San Juan dice: “…Padre te ruego por estos porque están en el mundo pero no son del mundo…”.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú