Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Ap 11, 19; 12, 1-6, 10; Sal 44; 1Co 15, 20-27; Lc 1, 39-56

En aquellos días se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno. Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno, y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”.

Y dijo María: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como había anunciado a nuestros padres- a favor de Abrahán y de su linaje por los siglos”.


María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa.

Lc 1, 39-56



En el presente domingo la Iglesia en el Perú adelanta un día la fiesta de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos. Debemos señalar que muchos lugares: parroquias, capillas, santuarios, están dedicados a la Virgen de la Asunción.

Podemos iniciar la presente homilía con las siguientes palabras de san Agustín: “El Dios que se hace hombre, para que el hombre se haga Dios”. Toda la tradición de la Iglesia en sus primeros siglos, expresada a través de los Padres de la Iglesia, no duda en resaltar y manifestar el gran privilegio de que Dios ha concebido a una criatura en la persona de la Virgen María; por lo cual, aquella que ha participado en el misterio de la Encarnación, y como muchos teólogos llaman corredentora de la obra de salvación. La Virgen María no podía experimentar la corrupción, pues estaba llamada también a participar de la victoria sobre la muerte, al igual que su hijo Jesucristo.

En la segunda lectura, san Pablo señala que en Cristo se cumplen las profecías hechas en el Antiguo Testamento, sobre todo aquella que los escrituristas llaman el protoevangelio.

María hace presente al nuevo santuario de la nueva economía; La liturgia dice: “en cada celebración se unen el cielo y la tierra”. Así tenemos que en el libro del Apocalipsis, en que la vemos coronada de doce estrellas, se está expresando que María reina, porque en la victoria de su Hijo Jesucristo la bestia ha sido vencida; y Ella nos está haciendo presente por lo tanto a la Iglesia de Cristo, a la Iglesia victoriosa.

En el evangelio de este día, el saludo de Isabel es importante porque le dice a María: “…Bendita tú que has creído…”. Esta expresión la encontramos con toda su fuerza y contenido al inicio del sermón de la montaña: “…bienaventurados los pobres de espíritu…”. Ya dicen los escrituristas que María representa a todos los pobres de Yahvé, aquellos que esperaban en el cumplimiento de las promesas y en la venida del Mesías. Por eso, en esta fiesta la Iglesia nos invita, no solamente a contemplar el privilegio con el cual ha sido agraciada la Madre de Dios, sino también a creer que todo aquel que cree en la Palabra de Dios, como María ha creído, está llamado a participar de la vida divina, pues recordemos lo que Isabel también le dice a María: “…dichosa la que ha creído…”.

También tenemos que hacer notar que la fiesta de la Asunción de la Virgen María nos presenta el último dogma que la Iglesia ha declarado con respecto a la Madre de Dios. Son muchos los autores que han escrito sobre la solemnidad que hoy celebramos en conmemoración a la Virgen María; pero quisiéramos resaltar, sin menoscabar el privilegio del ser Madre de Dios, que según la tradición de la Iglesia oriental, María es la primera discípula del Señor, de su Hijo; por eso en esta fiesta se cumplen las palabras que Cristo dirige al Padre: “…Padre te ruego, donde yo voy ellos también estén junto conmigo…”. En María se cumple esta petición que el Hijo Unigénito le hace al Padre; pero en María de manera muy especial por ser ella la Madre de Dios y haber sido preservada del pecado original.

Concluyendo este comentario citaremos a algunos padres de la Iglesia:

Dice san Ambrosio: “Desde que oyó esto María (la anunciación), no como incrédula del oráculo, ni como insegura del anuncio, ni como dudosa del hecho, sino como alegre en su deseo, para cumplir un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió hacia la montaña. Llena de Dios, ¿podía no elevarse presurosa hacia las alturas? Los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo”. (S. Ambrosio, Tratado del Evangelio de San Lucas, 2, 19).

Orígenes escribe: “Antes que Juan profetiza Isabel; antes del nacimiento del Señor Salvador profetiza María. Y como el pecado empezó por la mujer y llegó luego al hombre, así también la salvación hizo su entrada en el mundo por medio de las mujeres, a fin de que todas las mujeres, superando la debilidad del sexo, imiten la vida y la conducta de las santas, en especial de aquellas que nos son presentadas ahora en el evangelio. Vemos pues, la profecía de la Virgen: Proclama –dice- mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador (Lc 1, 46-47).

Dos cosas, el alma y el espíritu, se unen en una doble alabanza. El alma celebra al Señor, el espíritu a Dios: no que una sea la alabanza del Señor y otra la de Dios, sino porque es Dios y también Señor y porque el Señor es el mismo Dios” (Orígenes, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 8,1).

San Cirilo de Alejandría expresa lo siguiente: “¿Quién habrá capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién habrá oído jamás decir que le está prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?” (S. Cirilo de Alejandría, Homilía IV, “en el Concilio de Efeso”).

Tertuliano dice: “Tuerce las palabras como tú quieras; la carne de María es de la descendencia de David, o de la semilla de David. El mismo Apóstol dirime esta discusión de un golpe, declarando que Cristo es la semilla de Abraham. Siendo la semilla de Abraham, con mayor razón es la de David, que es más reciente. Recordando, pues, la promesa de la bendición de las naciones en la descendencia de Abraham: Y en tu descendencia serán benditas todas las naciones (Gén 22, 18), el Apóstol observa: La Escritura no dice “y a las descendencias”, como si hablara de muchos, sino como de uno: y a tu descendencia, que es Cristo (Gál 3, 8.16)”, (Tertuliano, La carne de Cristo, 22, 4-6).

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú