XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Éxodo 19, 2-6a; Salmo 99; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36-38; 10, 1-8


Y al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vendados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a sus mies”.
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que lo entregó. A estos doce envió Jesús después de darles estas instrucciones:
“No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

Mateo 9, 36-38; 10, 1-8

Esta semana, la segunda lectura nos da una pauta para interpretar el sentido que nos comunican las otras lecturas, y que nos dan referencia de la acción de Dios con relación a los hombres.

San Pablo en la carta a los Romanos nos comienza a hablar de esta libre iniciativa de Dios manifestada en su Hijo unigénito: "...cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por los impíos... "; esto esta diciéndonos que, Dios se anticipa al hombre, para que el hombre se pueda encontrar con el Dios de la Vida. Dios prepara el encuentro con el hombre, lo hace posible y accesible. Por eso que el misterio de la encarnación de Cristo, no sólo se realiza para llevar a cumplimiento las promesas del Padre, sino para que nosotros pudiéramos aceptar al Dios que entrando en la historia, se hace historia, y quiere entrar en nuestra historia cotidiana, si lo acogemos.

El hecho que san Pablo por dos veces consecutivas repita la frase casi con las mismas palabras: "... cuando éramos enemigos hemos sido reconciliados... "; esta significando nuestra condición ante Dios y por los méritos de Cristo nosotros estamos teniendo acceso a la participación del Reino de Dios.

San Pedro en los primeros discursos, en el libro de los hechos de los apóstoles, repetirá frecuentemente: "... a precio de sangre hemos sido rescatados... ". Es así, que las promesas realizadas en el AT., tienen su sentido en el misterio de pascua de Cristo. Por eso san Juan en su primera carta nos dice: Dios nos ha amado primero a nosotros, que nosotros a Él, y nos llama mentirosos, si decimos que no tenemos pecado; porque estaríamos haciendo vana la muerte de Cristo en su Cruz, que se entregó a la muerte para destruir nuestra muerte, cancelando nuestros pecados y reconciliándonos con el Padre.

En el evangelio, encontramos cuatro momentos muy marcados, pero que se entrelazan en una perfecta unidad: "... estaban como ovejas sin pastor... "; " ... rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies ... "; " ... llamó a sus discípulos ... y les dio poder ... " y, " ... les dio instrucciones ... ". El Papa Benedicto XVI, en su homilía dirigida a los párrocos de Roma, el 13 de mayo pasado; les ha recordado que Cristo nos llama amigos y no siervos, si hacemos lo que nos manda; como Él, que ha vivido para cumplir la voluntad del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Así tenemos, que el ser discípulos o ser amigos de Cristo, es participar de su misión, pues en el evangelio de san Juan dirá: "... porque el siervo no sabe lo de su señor... ".

Entonces Dios, en Cristo, no sólo nos llama a participar de la misión del hijo, sino a prolongarla en la historia de la humanidad hasta su segunda venida. Pero la participación de la misión de Cristo significa vivir como Él ha vivido, anunciar lo que Él ha anunciado, y realizar aquello que Él ha realizado; ya que Mateo en su evangelio nos dice: "... quien no odia a su padre, a su madre, hermanos, hermanas... no puede ser discípulo mío... ". Esta elección de Cristo es un llamado para apacentarnos, para aceptarlo como el guía de nuestra vida, a semejanza de Moisés para los Israelitas, pero en Cristo, en un sentido pleno; pues el Pueblo de Israel a través de Moisés recibió la ley escrita en piedra, en cambio en Cristo, hemos recibido una nueva alianza sellada y garantizada con su sangre. Por eso, el mismo Cristo dirá en el mismo evangelio de Mateo: "... y el que no pierda su vida por mi y el evangelio la perderá... ". Entonces en Cristo, se nos llama a recibir y anunciar la vida y vida eterna, que apacienta, porque se nos introduce al camino de la vida; y dejamos de ser errantes para convertirnos en peregrinos encaminados hacia la morada del Padre del Cielo.

De aquí podemos decir, que el Pueblo de la Nueva Alianza nace del misterio de Pascua de nuestro Señor Jesucristo; porque si el pueblo de la Antigua Alianza se constituye en el monte Sinai, como dice la primera lectura; Cristo, con su muerte está dando nacimiento al Nuevo Pueblo, no dándonos otras tablas, sino que se entrega y se hace para nosotros Palabra.

En Cristo vivimos de las promesas cumplidas del Padre, y por eso el creyente vive de Cristo Palabra, en quien se ha cumplido las promesas del Padre, y de la cual se sostiene la esperanza del creyente. Esta esperanza se convierte en un vivir las promesas de Dios: "... sed perfectos como vuestro Padre celestial... ".

Así tenemos que el hecho de que Mateo enumere los nombres de los apóstoles, hace presente que a semejanza del pueblo de Antigua Alianza, el pueblo de la Nueva Alianza estará cimentado sobre doce columnas, como dice el libro del Apocalipsis, que al esparcirse por el mundo anunciando la buena nueva del reino, congregara y unirá, a través de ellos, a los Hombres con Cristo; como hoy es el ministerio de aquellos que han sido elegidos Obispos en la Santa Madre Iglesia Católica. Porque hoy ser miembro del pueblo de la Nueva Alianza significa vivir unidos a nuestra Cabeza, Cristo que se hace visible en nuestro pastores, a través de quienes los ha llenado de gracias (como dice san Mateo: poder), para que en nombre de Cristo, y con el mismo sentir de Cristo los sigan administrando en bien del pueblo santo que Dios Padre se ha fundado y escogido por nombre, por medio de su hijo Jesús.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú