Domingo de Ramos, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14-75; 27, 1-54

DE PASSIONE DOMINI

Nos encontramos en el umbral del Misterio Pascual de Cristo. Por ello, la liturgia de esta semana nos hace contemplar a Cristo, que entra a Jerusalén para dar cumplimiento, en su cuerpo, las profecías antiguas que hablaban de un nuevo éxodo de Israel. Es así como se ha desenvuelto la historia del Mesías, el Siervo, como lo llama el profeta Isaías, que vino para hacer nacer al nuevo Israel, no de la carne ni de la sangre, sino del don de Dios.

Es por eso que la liturgia inicia con una procesión que, no sólo se recomienda, sino que forma parte de la estructura de la liturgia.

Pablo nos dice que, en su cuerpo, completa la pasión de Cristo. Porque el sentido de la procesión de esta liturgia, no sólo es hacer presente al Mesías de Dios que entra triunfante a la ciudad santa sino que, como miembros del cuerpo de la Iglesia, estamos llamados a llevar en nuestro cuerpo el morir de Cristo.

De esta manera estamos llamados a participar de forma activa, y no como en un evento intrascendente, del misterio de la Pasión. Entremos con Cristo al anuncio de su Pasión, para hacer Pascua con Él: pasar de la muerte a la vida; porque la Pasión de Cristo es una Pasión Redentora. En este sentido, estamos invitados a recorrer y hacer memorial de la entrada de Cristo a Jerusalén.

La liturgia del domingo de Ramos tiene el cumplimiento de la misión de Cristo, la razón de su encarnación, como dice santo Tomás de Aquino.

Quisiera resaltar un aspecto: la desmitificación mesiánica de Cristo en el evangelio de Marcos. De manera particular, Cristo huye de la masa de gente, hace callar a los demonios para que no revelen su identidad, para que las personas no confundiesen su misión. Cristo, incluso, por eso se va al monte a orar, alejándose de esta actitud idolátrica de la multitud que lamentablemente todavía yace en cientos cristianos, que ven en el cristianismo la última posibilidad a la que pueden recurrir para conseguir lo querido, entendiendo mal las palabras del Señor: “... si dos o tres piden algo en mi nombre yo se los concederé...". El verdadero sentido de la oración implica orar para que se cumpla el plan de Dios en nuestra vida, no para que el plan de Dios se ajuste según nuestra forma de ver la vida.

El Domingo de Ramos lo vivimos con alegría. Es cierto que se anuncia un triunfo, pero que pasa necesariamente por la Cruz aniquiladora del sufrimiento. Pero en ese sufrir, el Señor de la vida nos da la Vida. Por eso todo el relato de la Pasión no hace otra cosa que hablar de uno que voluntariamente asume el sufrimiento por otros. Vemos a Cristo que se deja llevar al sacrificio, porque en su cuerpo se sella la Alianza Nueva. Aquí podemos ver el cumplimiento del pacto que proféticamente anunciaba en este momento la vida de Cristo, cuando en el libro del Génesis, Dios le dice a Abraham: “... parte los animales en dos, y ponlos cada parte una al frente de la otra, (...), vino del cielo una lengua de fuego que consumió las dos partes, sin que Abraham pasara...".

De esta manera, el Domingo de Ramos nos va anticipando la Pascua, que sólo se puede realizar en el abandono radical en las manos del Padre, como Cristo que entra a Jerusalén obedeciendo al designio del Padre, para hacer presente a sus seguidores, que no habían entendido aún su misión, que su vida respondía a un designio. Así como los apóstoles, que tuvieron que ser purificados por el mismo Cristo, también nosotros debemos ser ayudados a que se desmitifique la imagen milagrera de Dios Padre y del mismo Cristo. Pasando de esta manera a relacionarnos con el Dios Redentor, que desde la creación del mundo ha realizado un plan de Amor para nosotros, pero que por nuestra voluntad y libertad mal utilizadas, hemos frustrado en nosotros la acción de Dios Padre; y por esto el Mesías, el Hijo de Dios, el Emmanuel, se ha revelado y ha dejado escuchar su propia voz entre nosotros.

El relato de los cuatro cantos del profeta Isaías describe perfectamente el momento que asume Cristo en su misterio de la pasión. Pero algo que seguramente nos desconcierta, y que la pasión asumida por Cristo nos presenta, es la justicia humana que se enceguece ante los intereses. Sin embargo, ante una justicia Divina que queda escondida y se revela plenamente, como dice san Juan: "... y cuando sea elevado los atraeré a mí...", Cristo se presenta humilde y despojado de su dignidad.

Celebrar esta Solemnidad nos introduce en la esperanza, porque la vida del creyente, del cristiano, es una vida que debe estar llena de esperanza. Nuestras palmas, por esta razón, no deben bendecirse para que sean un adorno más en casa o como un especie de amuleto como el herraje o la sábila. La palma debe expresar el fundamento de nuestra vida, nuestra esperanza sobre la que, en otras palabras, se edifica nuestra fe. Por eso, recorrer en procesión las calles es manifestar que todo este padecimiento de Cristo por nosotros, no es en vano, por que Él es nuestra esperanza, Él es nuestra Pascua.

Vivamos esta entrada de la Pascua del Señor que es nuestra Pascua. Y como dice Pablo: llevemos el morir de Jesús para que se manifieste la vida que viene del Señor muerto y resucitado por nosotros.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú