III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Éxodo 17, 3-7; Salmo 94; Romanos 5, 1-2.5-8; Juan 4, 5-42

Llega, pues, a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice:”Dame de beber”. Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer Samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer Samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió:

“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”. Le dice la mujer: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de donde, pues, tienes esa agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”.

Jesús le respondió: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna”.

Le dice la mujer: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá”. Respondió la mujer: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Bien, has dicho la verdad”. Le dice la mujer: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. Jesús le dice:

“Créeme, mujer que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad”.
Le dice la mujer:”Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo desvelará todo”. Jesús le dice: “Yo soy, el que está hablando contigo”.
En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: “¿Qué quieres?” o “¿Qué hablas con ella?”. La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?”
Salieron de la ciudad e iban hacia él. Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: “Rabbí, come”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis”. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer?”. Les dice Jesús:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
¿No decía vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquearan ya para la siega.
Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador.
Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y el otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga”.
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Cuando llegaron a él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Juan 4, 5-42

En el tercer domingo de cuaresma, nos encontramos con uno de los textos evangélicos más extraordinarios; sobre todo en los primeros siglos del cristianismo, la patrística lo ha utilizado para la instrucción en los misterios de la fe.

En el primer domingo de cuaresma hemos visto a Cristo rechazar a Satanás, porque Él se ha presentado como el nuevo Israel, cuya alianza no se escribirá más en piedra, sino en el corazón de los hombres. El segundo domingo, el evangelio nos ha presentado la Transfiguración del Señor, en quien el Padre encuentra su complacencia; y para esto, si escuchamos su voz, será su palabra la que nos arranque de aquello que nos impida participar de esta vida nueva, de este Espíritu de Cristo. En este tercer domingo, el evangelio nos presenta el texto conocido como el de la Samaritana. Indudablemente, hay una progresión en la liturgia orientada hacia el misterio de Pascua.

Iniciamos el presente comentario, con una pregunta y una afirmación; el libro del Éxodo termina diciendo: “¿... el Señor está en medio de nosotros o no? ...”; y san Pablo en la epístola a los Romanos dice: “...Cristo ha muerto por nosotros...”.

Nos parece importante contraponer estas expresiones, porque tantas veces nos sucede que, ante la adversidad, nos parece que Dios nos ha dejado a nuestra suerte. Teniendo en cuenta el contexto en que es tomada la expresión, que es la travesía del desierto hacia la tierra prometida, esta pregunta responde a un acto de murmuración, de rebelión, ante un designio Divino, que pasa por la precariedad humana: Haciendo una lectura antropológica, ésta es la situación del hombre que se revela ante su propia realidad de ser un ser contingente-peregrino. Al mismo tiempo, esta actitud es una añoranza de su apertura a lo trascendente, a la no conformidad (“... por qué nos has traído por este desierto...”).

En la afirmación de Pablo, tenemos la garantía de que nuestra condición humana, de personas limitadas, encuentra una esperanza sólida. Ya en otro pasaje, dicho a la comunidad de Corinto, dice: “… si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, vana es vuestra esperanza… y seremos los hombres tenidos a mayor compasión…”. Esta segunda lectura viene a iluminar la primera lectura, porque en Cristo se han cumplido todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento. La misma vida de Cristo ha sido un asumir en su persona la vida y fragilidad humana, y que unido al Padre, nos hace presente como estamos llamados a vivir nosotros unidos a Él, porque es Cristo quien nos une al Padre.

Ante nuestra realidad humana, de cada día, de combatir en la fe, ante una sociedad que nos grita al oído que Dios no existe, viene muy a propósito el evangelio de la presente semana. El texto del evangelista Juan es muy denso, no sólo en dimensión, sino aún, en cuanto a su contenido. Podíamos centrarnos nada más en el aspecto simbólico del texto, pero preferimos pasar a algún aspecto que la teología bíblica nos ofrece. Siguiendo en la línea de la experiencia de la vida, el hombre es el único ser en la tierra que, aunque piense encontrarse rodeado de todo aquello que quisiera en la vida, tiende siempre a mirar hacia el horizonte. Es por esto que el primer engaño del hombre no creyente es pensar: “para poder tener una vida satisfactoria ha de llegar a tener aquello que no tiene”.

Si es un hombre honesto batallará en la vida para tenerlo, pero pueda ser que se convierta en un resignado o amargado en la vida si no logra su meta; si no es honesto, no tendrá limite para alcanzar sus propósitos de bien vivir. Pero en ambas situaciones, el otro, el prójimo, va postergado.

Cristo, en un diálogo realizado con los discípulos, les dice: “… no he venido a ser servido sino a servir…”. Y ¿por qué Cristo puede decir esto? En la línea que hemos tomado, podemos vincular la respuesta a esta interrogante, con la respuesta que Jesús da a la samaritana: “… si supieras quién te lo pide, tú le pedirías que te diera de beber…”. San Agustín, en su Tratado XV, 10-12. 16-17, dice: “… Cristo tenía sed de la samaritana (sed de saciar la vida del hombre)…”. Como dicen otros comentaristas, en la samaritana está figurada la Iglesia, que es llamada de la gentilidad. Porque los gentiles, los paganos de aquella época, buscaban al “Dios verdadero”, y son estos los que acogerán el anuncio de la Buena Noticia del Evangelio, y no rechazarán a Cristo; por eso la repuesta de la samaritana “… Señor veo que eres un profeta…”.

Hoy, Cristo sigue sentado junto al pozo de la historia del hombre, porque el hombre no puede ser principio y fin de sí mismo. El hombre es llamado a la vida, y el que pueda encontrar cómo saciar su existencia se lo debe comunicar.

Por eso el salmista dice: … Señor, tu calmas mi sed, pero al mismo tiempo me das sed de ti…. Si vamos a una experiencia práctica de la vida, los esposos, aunque pasen los años, aunque quizás ni ella, ni él sean atractivos como cuando se conocieron, hay un sentimiento profundo que los llevan a buscarse y amarse, en un amor renovado, que colma sus sentimientos pero que al mismo tiempo los lleva a desearse, buscarse y amarse; si esto está inscrito en la naturaleza humana, este es un signo que esta sed profunda del ser del hombre sólo la puede saciar Cristo, Palabra del Padre para nosotros los hombres.

Los cinco maridos que ha tenido la samaritana, según lo menciona el evangelista, que significan la manera como ella buscaba saciar o colmar su vida. Pero no lo lograba y, por eso, volvía al pozo. Hasta encontró a Cristo. Por eso, estas lecturas, en el contexto de la cuaresma, nos invitan a volver a beber del agua que Cristo nos ofrece, las aguas del bautismo, agua que nos ha introducido al paraíso, y que en medio del desierto de este mundo, con la gracia del Espíritu Santo que se nos ha dado por el sacramento de la regeneración, podamos salir como la samaritana – misión de la Iglesia – a decir: “ …he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que soy, no será éste el Mesías?…”. Nosotros sabemos que Él es el Mesías; pero estemos atentos por tanto, de no desligarnos de la Iglesia y retornar de nuevo a nuestro pozo.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú