Bautismo del Señor, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Isaías 42, 1-4.6-7; Salmo 28; Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17

Entonces se presenta Jesús, que viene de Galilea al Jordán, a donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mi?”. Jesús le respondió: “Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. Entonces le dejó.
Una vez bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”.

Mt. 3, 13-17

Después de la celebración del Nacimiento de Cristo, de la Fiesta de la Sagrada Familia, la Fiesta de María Madre de Dios y de la Epifanía del Señor, la Iglesia concluye este ciclo con la Fiesta del Bautismo del Señor, que abre la vida nueva que en Cristo Dios nos ha provisto, para reconciliarnos con Él. Por eso, como bien dice la teología del sacramento del bautismo, éste es la entrada a la participación de la vida de Dios, porque en Cristo somos rescatados, adoptados y reincorporados al pueblo santo de Dios.

A continuación un comentario teológico bíblico de las lecturas propuestas para esta presente semana.

En la segunda lectura, san Pedro nos dice que la unción de Jesús por el Espíritu Santo, cuando fue bautizado por Juan en las aguas del Jordán, era el preanuncio no sólo de su actividad en Israel, sino de su actividad por toda la humanidad. Esta explicación la hace Pedro después de bautizar a un pagano, el centurión Cornelio, porque entonces comprende y manifiesta que “...verdaderamente Dios acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea...”. También la actividad de Jesús en Israel estaba ya concebida para todo el mundo, como está plasmado en los evangelios, que nos hacen conocer esta actividad y que están escritos para todos los pueblos y para todos los tiempos. En la acción bautismal de Juan el Bautista, Israel crece más allá de sí mismo y es preludio de una Iglesia universal esposa de Cristo.

La primera lectura, del profeta Isaías, habla del elegido de Dios, que no es Israel como pueblo, sino una figura determinada, anunciada. Esta profecía queda clara cuando Dios mismo dice: “...Te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones...”. La alianza pactada desde mucho tiempo atrás con Israel, la cual fue rota por el pecado del propio pueblo israelita, será ahora concluida de modo nuevo y definitivo con este elegido. Jesús es la epifanía de la alianza cumplida: es el Hijo de Dios y de una mujer judía, Dios y hombre a la vez, realización plena e indestructible de la alianza. Como tal, este elegido es luz de los pueblos, incluidos los paganos, porque lleva en sí la salvación para todos los confines de la tierra. Jesús llevará a cabo toda esta obra en la humildad y silencio, pero sin vacilar, apoyado en la justicia de la alianza de Dios que se implantará en toda la tierra. Es la luz que se eleva sobre la historia de Israel y del mundo en su totalidad.

En el evangelio de san Juan, el Bautista no se atreve a bautizar al que viene detrás de él y ha sido anunciado por él mismo. Pero Jesús insiste, porque a través de esta aceptación y sometimiento a la voluntad del Padre está llevando a cumplimiento su misión de siervo doliente, manifestada en las profecías anteriores. Debe cumplir así la justicia que Dios ha ofrecido al pueblo en su alianza y que se cumple cuando el pueblo le corresponde perfectamente. Esto es lo que sucede aquí, Jesús será la alianza consumada entre Dios y la humanidad. En el momento del bautismo se manifiesta, a través de la Santísima Trinidad, el amor íntimo de Dios que se revela en el Hijo Amado a los hombres.

Muchos años después de la primera epifanía con la adoración de los Magos, tiene lugar ahora la segunda epifanía con la apertura del mismo cielo: Dios uno-trino, confirma el cumplimiento de la alianza, la voz del Padre muestra a Jesús, en un signo de anonadamiento, como Hijo predilecto y el Espíritu Santo desciende sobre Él para ungirlo como Mesías, primogénito de nueva creación.

El nuevo nacimiento tiene lugar por el bautismo, los bautizados deben purificarse de la vieja levadura, despojarse del hombre viejo, revestirse del hombre nuevo y vivir una vida nueva. El ejemplo a seguir es Cristo. En este hombre nuevo se manifiesta que toda la obra de redención es una gran renovación. Esta nueva creación, de la que ya hablaban los profetas, es una renovación del hombre y a través de él la renovación del universo. Cristo, nuevo Adán, da la vida por nosotros, el hombre antiguo era esclavo del pecado; desde la redención, el hombre nuevo es la humanidad renovada en Cristo. En su propia carne ha re-creado Cristo a paganos y a judíos en un solo hombre nuevo. A imitación de Adán, este hombre nuevo es recreado en la justicia y en la santidad de la verdad, progresa dejándose invadir por la imagen única que es Cristo.

Por eso, podemos concluir como dice san Pablo: “... ya no soy yo, es Cristo quien habita en mí...”, y esto porque, en Cristo, Dios nos da la vida nueva, y en Cristo el hombre es transformado y recreado en un hombre nuevo.

Para concluir, cito el Código de Derecho Canónico que en el c. 204 expresa jurídicamente esta realidad:

c. 204 § 1. Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada una según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mund
o.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú