XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar



Am 6, 1.4-7; Sal 145; 1Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31


Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.

Y, gritando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje agua en la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.' Pero Abraham le dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan hacerlo; ni de ahí puedan pasar hacia nosotros.

Replicó. 'Pues entonces, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también ellos a este lugar de tormento.' Abrahan le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.' ÉL le dijo: 'No, padre Abraham, que si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán.' Le contestó: 'Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite.'



La semana anterior el evangelio de san Lucas nos presentaba la figura del administrador infiel en la cual Cristo destacaba la astucia de los hijos de este mundo; pero al mismo tiempo nos ponía de manifiesto que Dios ve el corazón del hombre, no la apariencia; por eso el evangelio terminaba diciendo: "...no podéis servir a Dios y al dinero...". Entonces podemos ser fieles si amamos al Señor ante todo, de otra forma solo nos aprovechamos de los bienes de Dios para nuestro propio beneficio.

La parábola de Lázaro y el rico es bien conocida, nos muestra dos tipos opuestos y clásicos: el rico y el pobre. Cuando el evangelista dice: «...los perros del amo podían comer los trozos de pan...», con que aquél limpiaba los platos y que Lázaro hubiera deseado comer siquiera esta clase de alimento; se nos presenta el pecado del rico que consistía en su ciega indiferencia ante la ansiedad del pobre.

La parábola tiene como finalidad fundamental presentar un cambio de situación en el Reino de los cielos: el rico, en medio de los tormentos, ve a Lázaro en el seno de Abraham, la situación ha dado la vuelta. Nos hallamos ante el tema del rico que se ha condenado por causa de sus pecados y del pobre glorificado; inversión de situaciones. Se nos presenta el hecho de que el estado de los que se hallan en la otra vida es irrevocable y definitivo, se abre un abismo inmenso entre los que están en la vida dichosa y los otros, hasta el punto de no ser posible ninguna comunicación entre ellos. En medio de su desgracia, el rico sólo puede arriesgar una plegaria, implorando que se prevenga a sus amigos en la tierra para que piensen en convertirse.

El verdadero centro de toda la parábola se nos da a conocer a través de la petición del rico, que sirve para introducir la enseñanza central de la parábola: "…Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen... Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto…". Estas palabras vienen no sólo a subrayar que no basta el conocimiento de la Ley, ya que esta ha de cumplirse con humilde compunción, sino que se ha de enseñar además que los acontecimientos maravillosos vividos en el mundo no salvan automáticamente al hombre. San Pablo dice por lo tanto: "...como creerán en Aquel que no se les ha predicado...". Por eso que el Salmo 94 nos ayuda a completar la idea: "...si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón...", porque nos pone nuevamente frente a la línea profética del Antiguo Testamento, que denuncia la idolatría del corazón del hombre, idolatría que lo lleva a que se embote el corazón y el hombre viva indiferente y alienado en el mundo sumergido en sus asuntos. Enton
ces, si el hombre es indiferente ante el sufrimiento del hermano o lo que pasa a su alrededor, es porque su corazón está encerrado en sí mismo y por lo tanto busca su propia comodidad y desea vivir en su propia satisfacción, sólo vive mirándose a sí mismo, y cuando el hombre vive de manera indiferente al sufrimiento del otro es porque su vida ha perdido toda trascendencia.

Hoy en medio de las dificultades o precariedades de toda clase, nuestro corazón se puede hacer insensible, no tanto por lo que tenemos, sino ante aquello que anhelamos tener y este deseo nos puede llevar a ser indiferentes con el hermano que, ante nuestro egoísmo, se puede convertir en una amenaza a nuestros intereses. Aquí podemos relacionar este evangelio con la primera lectura en la que profeta Amós alza su voz contra la vida de su tiempo, formula una dura crítica de los ricos y de la sociedad de su época, una sociedad entregada a los lujos y excesos, con una increíble sensación de seguridad. Esta descripción corresponde a la de muchas sociedades de hoy día, que viven una vida a espaldas de la realidad, donde no se ve entre estas personas ninguna preocupación, la que el profeta considera desastrosa. Porque esos ricos viven a costa de la sociedad y de los pobres sobre todo. Allí ya no se ve la fe de Israel ni su Ley; no se pretende condenar el aumento de bienestar, sino los abusos y la distancia demasiado grande entre diferentes condiciones de vida.

La segunda lectura nos llama a guardar el mandamiento del Señor hasta su vuelta. Apostar por la fe y la caridad; en concreto, procurar ser justo, vivir sinceramente la búsqueda personal de Dios. Para San Pablo, practicar la justicia y la religión no es una apariencia, es una opción radical que toma quien se llama cristiano; significa vivir en la fe, el amor, la paciencia, es decir lo opuesto a la actitud del rico de la parábola. Solo el Señor nos puede ayudar a creer en la providencia para que en medio de nuestras necesidades sepamos compartir lo que tenemos con nuestros hermanos, como dice san Pablo: "...Cristo nos ha enriquecido con su pobreza...".

La parábola sin embargo no explica sólo quiénes son los hambrientos y quiénes los saciados, sino también, y sobre todo, por qué los primeros son declarados bienaventurados y los segundos desventurados. La riqueza y la saciedad tienden a encerrar al hombre en un horizonte terreno porque «…donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón…»; hacen olvidar al rico que la noche siguiente podrían pedírsele cuentas de su vida; hacen la entrada en el Reino «…más difícil que para un camello pasar por el ojo de una aguja…». El rico epulón y los demás ricos del evangelio no son condenados por el simple hecho de ser ricos, sino por el uso que hacen con su riqueza. «...En la parábola del rico epulón Jesús da a entender que habría, para el rico, un camino de salida, el de acordarse de Lázaro a su puerta y compartir con él su opulenta comida...» (Juan Pablo II, Ángelus del 26 septiembre 2004).

San Juan Crisóstomo predicando decía así a los que le escuchaban: «…arrepintámonos, convirtámonos, para que no nos lamentemos como este rico de la parábola…» (Homilías antes de partir en exilio, 1-3).

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú