Mateo 24, 42-51

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Velad, pues, ya que no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor Sabed esto, que si el amo supiera a qué hora de la noche habría de venir el ladrón, estaría ciertamente velando y no dejaría que le horadasen su casa. Por tanto, estad también vosotros preparados, porque a la hora que no sabéis vendrá el Hijo del Hombre.

¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien su señor puso al frente de la servidumbre, para darles el alimento a su tiempo? Dichoso aquel siervo, a quien su amo al venir encuentre haciendo así. En verdad os digo que le pondrá al frente de su hacienda. Pero si ese siervo fuese malo y pensara en su interior: Mi señor tardará, y comenzase a golpear a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, el día que menos espere y a una hora desconocida vendrá el amo de ese siervo, y le dará el mayor castigo y le hará correr la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» (Mateo 24, 42-51) 

1º. Jesús, hoy me recuerdas que he de estar vigilante siempre, que en cualquier momento puedes venir a llamarme para la otra vida.

Y que, por tanto, he de estar siempre preparado, siempre en gracia de Dios.

«Dichoso aquel siervo, a quien su amo al venir encuentre haciendo así»

Porque dejará de ser siervo, para formar parte de la familia de Dios, en el Cielo.

«Pero si ese siervo fuese malo...»

Hay gente que piensa que la mejor combinación es ser malo en la tierra -vivir al margen de la ley de Dios, guiándose por sus gustos e intereses personales- y arrepentirse en el último momento, para así coger también «lo bueno» de la otra vida.

No se enteran de que la vida superficial y egoísta no conduce a la verdadera alegría en la tierra.

Y además se engañan pensando en el arrepentimiento de última hora, porque Tú les puedes llamar «el día que menos esperan y a una hora desconocida.»

Pero hay un problema aún mayor: la persona que sólo vive para sí misma en esta vida, es muy difícil que quiera cambiar a la hora de la muerte, aunque Tú le intentes ayudar con gracias especiales.

En cambio, si yo lucho por vivir en gracia de Dios, aunque tenga fallos, podré aprovechar tu ayuda para prepararme en ese momento final.

«Cuanto más retrasamos salir del pecado y volver a Dios, mayor es el peligro en que nos ponemos de perecer en la culpa, por la sencilla razón de que son más difíciles de vencer las malas costumbres adquiridas. Cada vez que despreciamos una gracia, el Señor se va apartando de nosotros, quedamos más débiles, y el demonio toma mayor ascendiente sobre nuestra persona. De aquí concluyo que, cuanto más tiempo permanecemos en pecado, en mayor peligro nos ponemos de no convertirnos nunca» (Santo Cura de Ars).

 

2º. «Un hijo de Dios no tiene miedo a la vida, ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien, es toda la Bondad.

Pero, ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos de Dios?» (Forja.-987).

Jesús, el mejor modo de estar preparado para el momento de la muerte es vivir la filiación divina: sentirme y actuar en todo momento como lo que soy, hijo de Dios.

Viviendo así, ni la muerte ni ninguna otra cosa me puede atemorizar, porque estoy siempre en tus manos y Tú me quieres con amor de padre, con un amor infinito.

Jesús, vivir la filiación divina, significa que cuando algo me sale bien, no me creo el amo del mundo, sino que tengo muy claro que todo lo bueno que poseo te lo debo a Ti.

Por eso, mi primera reacción ante ese suceso exitoso será darte gracias.

A la vez, si algo no me sale como esperaba, no me desespero, sino que voy a Ti y te digo: Jesús, si Tú quieres esto, por algo será; hágase tu voluntad y no la mía.

Y ante el error personal, ante mis fallos, en vez de desanimarme iré de nuevo a Ti, como una criatura pequeña que necesita ayuda de sus padres, diciendo: Jesús, mira que soy flojo, que a veces no puedo con mis defectos, que necesito que me ayudes más.

No me sueltes de tu mano, porque me caigo.

Yo, por mi parte, intentaré no soltarme más de la tuya.

Jesús: gracias, perdóname, y ayúdame más.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.