Mateo 8, 23-27

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Subiendo después a una barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se acercaron y le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran bonanza. Los hombres se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8, 23-27)

1º. Jesús, desde que he montado en tu barca -o, también, desde que te he dejado entrar en mi barca, en mi vida- encuentro épocas de bonanza y también momentos de mayor preocupación, en los que parece que todo se me echa encima.

A veces, estas «tempestades» son comunes a las de todos los hombres: dificultades en los estudios o en el trabajo, desgracias familiares, alguna enfermedad de más gravedad.

Otras veces, son «tempestades» específicas del apóstol: incomprensiones por parte de familiares o amigos, criticas de todo tipo, tratos injustos, etc.

Finalmente, hay «tempestades» que son fruto de mi falta de generosidad, o de mi falta de humildad: es la tristeza que proviene de no acabarme de entregar, o de no ser sincero, o de problemas que me invento.

Jesús, sea cual sea el tipo de tempestad, voy seguro si te tengo en mi barca.

«El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré?», dice la Sagrada Escritura.

Y; sobre todo, Tú eres mi Dios y mi Padre, tienes todo el poder y me quieres con amor de padre: ¿cómo me vas a fallar?; ¿cómo me vas a dejar solo?

Sin embargo, a veces parece que no reaccionas, que duermes, que no haces caso a mis peticiones de ayuda: «¡Señor, sálvanos que perecemos!»

Que no me desespere, que no sea esa espera un motivo para perder la confianza en Ti, sino más bien, una ocasión para rezar más, para pedirte las cosas con más fe, con más insistencia: ¡Sálvame, Jesús, que ya no aguanto más!

«Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lucas 22,42).

2º. «Los problemas que antes te acogotaban te parecían altísimas cordilleras han desaparecido por completo, se han resuelto a lo divino, como cuando el Señor mandó a los vientos y a las aguas que se calmaran.

¡Y pensar que todavía dudabas!». (Surco.-119).

Jesús, al final, las cosas se resuelven a lo divino, y aquellos problemas insalvables se desvanecen con un solo acto de tu voluntad.

Pero Tú te has servido de esa prueba para que me uniera más a Ti, para que te rezara con más intensidad.

Y ahora, cuando la tempestad está calmada, me admiro de tu poder como los apóstoles, que «se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

Jesús, hoy es un buen día para considerar que Tú eres a la vez hombre y Dios.

En este pasaje ambas cosas se ponen de manifiesto: después de un largo día, te encuentras tan cansado que te quedas dormido en la barca, incluso cuando ésta está zarandeada por las olas.

Pero al calmar el viento y el mar, muestras el poder de tu divinidad: «¿quién es éste?»

Eres el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para que los hombres podamos ser hijos de Dios.

Jesús, la barca de la escena de hoy ha sido vista desde los primeros tiempos como la imagen de la Iglesia.

«La nave es la Iglesia, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, calmando las aguas de las persecuciones». (Santo Tomás)

La Iglesia es esa barca en la que están los apóstoles, dirigidos por Pedro, y en la que te encuentras también Tú.

Muchas veces, durante la historia de la Iglesia, esa barca ha sido atacada con todo tipo de tempestades, luchas, divisiones, odios, incomprensiones, deseos de hundirla y ataques de todo tipo. Y mientras, Tú pareces estar dormido.

¡Cuántas oraciones y sacrificios de almas santas, cuántos martirios, cuántas vidas de entrega silenciosa ofrecidas por la paz del mundo y la santidad en la Iglesia!

Tú quieres que te pida así, con confianza, porque la Iglesia continúa y continuará a flote.

Y a los pesimistas, les tendrás que responder: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?»

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.