Mateo 9, 1-8

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Subiendo a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces le presentaron un paralítico postrado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados. Ciertos escribas dijeron en su interior: Éste blasfema. Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. El se levantó y se marchó a su casa. Al ver esto las multitudes se atemorizaron y glorificaron a Dios por haber dado tal poder a los hombres.» (Mateo 9, 1-8)

1º. Jesús, te presentan un paralítico para que lo cures de su enfermedad física.

Sin embargo, lo primero que haces es perdonarle sus pecados: «tus pecados te son perdonados.»

Quieres dejarme claro que lo importante es la vida del alma.

La verdadera parálisis es la que proporciona el pecado, que inmoviliza espiritualmente e imposibilita mi relación contigo.

«Éste blasfema.»

Los escribas, conocedores de la Ley de Moisés, saben que sólo Dios puede perdonar los pecados.

Por eso dicen que blasfemas: porque al perdonar los pecados, te estás haciendo igual a Dios.

Lo que no saben los escribas -no lo quieren saber, a pesar de tantas señales que les has mostrado- es que Tú eres realmente Dios: la segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre.

Y para darles aún una nueva señal, realizas el milagro: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

La gente queda atemorizada y estupefacta por la curación del paralítico; sin embargo, para Ti eso no es lo importante.

No te cuesta nada curar a un paralítico.

Lo que te «cuesta», porque depende de mi libertad, es curar mi alma.

«¿Qué es más fácil, decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?»

¡Cuántas veces querrías limpiar los pecados de los hombres -los míos también- y no te dejamos!

2º. «¿Piensas que tus pecados son muchos, que el Señor no podrá oírte? No es así, porque tiene entrañas de misericordia. Sí, a pesar de esta maravillosa verdad, percibes tu miseria, muéstrate como el publicano: ¡Señor, aquí estoy, tú verás! Y observad lo que nos cuenta San Mateo, cuando a Jesús le ponen delante a un paralítico. Aquel enfermo no comenta nada: sólo está allí, en la presencia de Dios. Y Cristo, removido por esa contrición, por ese dolor del que sabe que nada merece, no tarda en reaccionar con su misericordia habitual: «ten confianza, que perdonados te son tus pecados» (Amigos de Dios.-253).

Jesús, no sólo es cierto que «el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados,» sino que has querido transmitir ese poder a los apóstoles y, a través de ellos, a los obispos y sacerdotes.

Me has puesto el remedio de la confesión tan fácil, tan al alcance, que no te puedo fallar; por muchos que sean mis pecados.

«Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación, los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (C. I. C.-1461).

En la confesión, no es el sacerdote el que perdona.

El pecado es una ofensa a Dios y sólo Dios puede perdonarla.

Pero Tú, Señor; tienes entrañas de misericordia, y has querido instituir este maravilloso medio de salvación.

Que también yo, como aquellos que presenciaron el milagro, glorifique a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

Y el mejor modo de glorificarte, Jesús, es acudir con frecuencia y con piedad a este sacramento del perdón.

No tengo que esperar a estar paralítico espiritualmente, en pecado mortal.

Cuando hay amor; hasta en las faltas más pequeñas se siente la necesidad de pedir perdón.

Si me confieso con frecuencia, recibiré de Ti la energía espiritual -la gracia- para levantarme siempre de mis caídas y para seguirte de cerca.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.