Mateo 21, 28-32

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

« ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Pero él le contestó: No quiero. Sin embargo se arrepintió después y fue. Dirigiéndose entonces al segundo, le dijo lo mismo. Este le respondió: Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? El primero, dijeron ellos. Jesús prosiguió: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os van a preceder en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto, os movisteis después a penitencia para poder creer en él.» (Mateo 21, 28-32) 

1º. Jesús, otra vez me recuerdas que las palabras solas no sirven.

Es mejor aquel que dijo que no, pero luego se arrepintió y obedeció a su padre, que el que dijo que sí pero no hizo nada.

No halagas a los publicanos y meretrices por lo que hacían antes, sino porque se arre­pintieron y creyeron, y cambiaron de vida: «se movieron a peniten­cia para poder creer»

Jesús, veo que me fal­ta fe.

Yo también quiero creer a Juan, que te anuncia como el Me­sías, el Hijo de Dios.

Y Juan me da el con­sejo oportuno: «vino Juan a vosotros por camino de justicia».

El camino de la justicia significa el camino de la virtud, el camino de la santidad.

«El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagra­das Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensa­mientos y de su conducta con el prójimo» (C. I. C.-1807).

Ese camino se recorre empezando por la conversión y la penitencia.

Pero los judíos, no siguieron el consejo de Juan: «no se movieron a penitencia para poder creer»; y sin penitencia y mortificación, es imposible creer.

Puede ser un sacrificio en las comidas, en el orden, en el trabajo, en deta­lles de servicio en casa, etc. 

2º. «Hemos de recordarnos y de recordar a los demás que somos hijos de Dios, a los que, como a aquellos personajes de la parábola evangélica, nuestro Padre nos ha dirigido idéntica invitación: «hijo, ve a trabajar a mi viña». Os aseguro que, si nos empeñamos diariamente en considerar así nuestras obligaciones personales, como un requerimiento divino, aprenderemos a terminar la tarea con la mayor perfección humana y sobrenatural de que seamos ca­paces. Quizá en alguna ocasión nos rebelemos -como el hijo ma­yor que respondió: «no quiero»-, pero sabremos reaccionar; arre­pentidos, y nos dedicaremos con mayor esfuerzo al cumplimiento del deber» (Amigos de Dios.-57)

Jesús, eres Tú el que me dices hoy: «ve a trabajar a mi viña.»

Y Tu viña es ese trabajo de cada día que debo hacer y en el que Tú me esperas.

Ahí es donde debo santificarme, ahí es donde debo vencer mi comodidad, mis gustos, mi egoísmo, tratando de hacer esa tarea con la mayor perfección humana y sobrenatural de que sea capaz.

Y si alguna vez me canso y digo: «no quiero», perdóname y ayú­dame a reaccionar, ofreciéndote ese pequeño vencimiento por amor a Ti.

La mejor preparación para la Navidad es esa continua lucha, llena de pequeñas conversiones, de pequeños vencimientos.

Jesús, quiero ser un buen hijo, un hijo que intente cumplir la «vo­luntad del padre.»

Un hijo que diga siempre que sí a tu voluntad; y si alguna vez digo que no, ayúdame a pedir perdón -a través del sa­cramento de la penitencia- y a volver de nuevo a trabajar en tu viña.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.