Mateo 11, 20-24

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: ¡Ay de ti, Coroza in, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. En verdad os digo que para Tiro y Sidón habrá menos rigor en el día del Juicio que para vosotras. Y ti, Cafarnaún, ¿te vas a alzar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubiesen realizado los milagros que se han obrado en ti, subsistiría hasta hoy En verdad os digo que para la tierra de Sodoma habrá menos rigor en el día del Juicio que para ti.» (Mateo 11, 20-24) 

1º. Jesús, ¡cómo te duele la incredulidad de aquellas gentes que habían visto tus milagros, que habían oído tus palabras, que te habían conocido personalmente!

Había muchas otras ciudades en el mundo en aquel entonces: ciudades, pueblos y aldeas con personas de distintas lenguas, culturas y razas, que no se enteraron de tu venida.

Podías haber hecho milagros en todo el mundo, para que todos te conocieran.

Pero esto no parece preocuparte tanto como la reacción de los que si te han conocido.

Jesús, en varias ocasiones repites la misma idea: «A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá» (Lucas 12,48).

Lo que importa no es sólo lo que objetivamente haga, sino que depende de cuánto he recibido, de los talentos que me has entregado para que los haga fructificar.

Cada persona ha recibido distintos talentos y tiene distintas responsabilidades.

«Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de «talentos» particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten» (C. I. C.-1937).

Por eso, no vale decir: ya hago más que los demás, que la media.

Primero he de pensar: ¿cuánto he recibido yo?

Jesús, yo soy cristiano.

Con el bautismo he recibido la gracia y la ayuda del Espíritu Santo.

Además, he recibido formación  empezando, posiblemente, por el ejemplo de mis padres.

He aprendido a tratarte desde niño, y te voy conociendo poco a poco con el ejemplo y la ayuda de otros cristianos.

Me has concedido mucho, Jesús, y por eso puedes pedirme mucho.

 

2º. «La Trinidad Santísima te concede su gracia, y espera que la aproveches responsablemente: ante tanto beneficio no cabe andar con posturas cómodas, lentas, perezosas..., porque, además, las almas te esperan» (Surco.-957).

Jesús, el reproche que haces hoy a las ciudades de Galilea, es una llamada a la responsabilidad.

Que no me conforme con posturas cómodas, lentas, perezosas, con un «ir tirando» que en el fondo es, más bien, un «ir arrastrándose» por la vida, sin objetivo claro, sin fortaleza de carácter, sin amor verdadero.

Porque el amor lleva a la aventura, a vencer cualquier obstáculo, a tomar riesgos, si hace falta.

Mientras que el egoísmo lleva a la pereza, al plan fácil, a lo que está al alcance de la mano, a seguir el dictamen de la mayoría.

Jesús, una y otra vez, he de sacudirme esta modorra que cunde en el ambiente, repitiendo con fuerza: «¡la Trinidad Santísima me concede su gracia!»

Y yo..., ¿cómo correspondo a esa gracia?

¿Me doy cuenta de que recibirte en la Comunión es más milagro que todas la curaciones que hiciste en Corozaín y Betsaida?

¿Me doy cuenta de que la Confesión es resucitar el alma que estaba muerta espiritualmente?

Que no me acostumbre a las gracias que me das.

Que no me acostumbre, y que reaccione.

Porque, además, las almas te esperan.

Jesús, si me has dado todas estas gracias, si te me has dado Tú mismo en la Eucaristía, es para que dé fruto: para que mi vida cristiana sea un ejemplo de entrega a Dios y a los demás.

¿Cómo es mi vida de oración?

¿Cómo es mi penitencia y mortificación?

¿Cómo es mi trabajo y mi servicio a los demás?

Que me dé cuenta, Jesús, de que me has dado tantas gracias para que muchos a mi alrededor lleguen a conocerte y a amarte; por eso, no puedo quedarme tranquilo si no doy todo el fruto que esperas de mí.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.