Mateo 4, 12-23

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.» (Mateo 4, 12-23).  

1º. «Haced penitencia y creed en el Evangelio.»

Para convertir lo ordinario en extraordinario -lo humano en divino- he de comenzar por convertirme yo primero: he de dejar de ser tan mundano y mirar a Dios cara a cara, con la mirada limpia.

Y para poder convertirme de verdad necesito hacer oración.

«En la oración tiene lugar la conversión del alma hacia Dios, y la purificación del corazón» (San Agustín).

Jesús, si trato de hacer la oración cada día, Tú podrás acercarte a mí y -como a los apóstoles- me dirás: sígueme.

Si quiero de verdad ser cristiano, si quiero aprender de Ti, parecerme a Ti, he de seguirte más de cerca.

Y para seguirte, seguramente tendré que dejar cosas en el camino: esas redes que me atan a mis planes y deseos personales, tal vez lícitos, pero excesivamente egoístas para un apóstol.

 

2º. «No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia.

La llamada a cumplir la Voluntad de Dios -también la vocación- es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento...

-Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno» (Forja.-6).

Jesús, en el Evangelio aparecen personajes que te buscan, haciendo tal vez largos viajes para encontrarte, como los Reyes de oriente.

Otros envían mensajeros.

Alguno, como el paralítico, es llevado a Ti por sus amigos.

También están los que te encuentran sin querer, como Simón de Cirene cuando es obligado a llevar tu Cruz.

Hoy, el Evangelio habla de un caso distinto a todos estos: Tú mismo te acercas y llamas.

Jesús, te has metido en mi vida casi sin darme cuenta.

Yo he hecho bien poco por buscarte, por conocerte.

Pero te has acercado a mi orilla y, como a los apóstoles, me has dicho: sígueme.

En otras palabras: Tú, en medio de tus circunstancias personales, también estás llamado a ser santo, a ser otro Cristo.

Y tras el primer sobresalto, parece que me dices: «No tengas miedo ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar de una falsa prudencia.»

Jesús, me doy cuenta de que, por ser cristiano, quieres que sea santo, apóstol tuyo «-pescador de hombres-» en mi familia, en mi trabajo, entre mis amigos y conocidos.

Que no dude, que no me quede en mi barca -en mi vida, en mis cosas-; que te siga de cerca.

Y entonces, me enseñarás a vivir lo ordinario -mi vida ordinaria- de modo extraordinario.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.