Mateo 17, 1-9

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó a ellos solos a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: Señor; qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle. Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor Entonces se acercó Jesús y los tocó diciendo: Levantaos y no temáis. Al alzar sus ojos no vieron a nadie sino sólo a Jesús. Mientras bajaban del monte Jesús les ordenó: A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.» (Mt 17, 1-9) 

1º.: Jesús, hoy muestras un poco tu divinidad a tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan.

Sabes que, en poco tiempo, van a sufrir la prueba de tu muerte en la Cruz y quieres fortalecer a los que luego serán las columnas de la Iglesia.

Ellos ven con sus ojos tu resplandor y oyen con sus oídos la voz de Dios que les dice: «Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle.»

«Tú te has transfigurado en la montaña, y en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre». (C. I. C.- 555).

Ante esta manifestación de tu divinidad, Pedro no tiene otra posible salida que decir: «Señor, qué bien estamos aquí»

¿Qué he de hacer para mantener esta situación que me llena por completo?

Quiere hacer tres tiendas y ni se acuerda de él mismo.

Tal ha sido su fascinación ante tu divinidad.

En cambio, Jesús, ¿por qué a mí me dejas tan a oscuras?

¿Por qué no te manifiestas abiertamente como hiciste con los apóstoles para que te ame más y mi fe sea más fuerte?

Esta pregunta ya te la hizo San Judas en la última cena: «¿qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» (Juan 14, 22)..

¿Por qué no muestras claramente al mundo que eres Dios?

«Todos percibís en vuestras almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor; mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas» (Es Cristo que pasa.- 179).

Jesús, Tú no te impones dominando, porque de este modo no te amaría realmente, sino que te obedecería por obligación.

Tú prefieres mendigar un poco de amor; mostrándonos, en silencio, tus manos llagadas.

No quieres manifestarte en toda tu gloria, sino siempre de modo velado, como en silencio.

Por eso, mientras que la Cruz es un espectáculo público, reservas la transfiguración y la resurrección estrictamente para aquellos que van a necesitar esas gracias especiales.

Sólo así respetas mi libertad para que pueda amarte, porque amor sin libertad no es amor.

A estos tres apóstoles les enseñas un poco más tu gloria porque les vas a pedir mucho más, porque van a sufrir mucho por Ti.

Y también te muestras resucitado a los demás apóstoles, pero ya dejas claro al apóstol Tomás: «Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Juan 20, 28).

Jesús, entiendo que estés escondido en la Eucaristía.

Desde allí, en silencio, mendigas un poco de amor.

No quieres obligarme a seguirte.

«Bienaventurados los que sin haber visto han creído:» ese amor que, por la fe, te demuestro en la Eucaristía, vale mucho más que la obediencia obligada de todo el universo material.

Jesús, quiero acompañarte en el sagrario, esa «cárcel de amor» donde permaneces oculto pero cerca, para que pueda amarte libremente.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.