La obediencia es el precio para la libertad”.

 Inmaculada Concepción, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

La celebración de la Inmaculada Concepción de la Virgen María es una invitación a decir “sí” al plan de Dios como hizo ella. El ser humano puede tener la impresión de que si le dice sí a Dios tiene que dejar de ser el mismo; de si Dios crece en él, él tiene que menguar. Pues bien, Dios y el hombre no se restan, sino que se suman. Cuanto más se abre uno a Dios, más es el mismo. Es como un neumático que tiene una recámara, cuanto más se infla la recámara, más se infla el neumático; se complementan mutuamente. Dios en el ser humano no le resta nada, sino que lo eleva a su perfección humana. 

La Inmaculada Concepción de la Virgen María quiere decir que María fue concebida sin pecado original. Todos nacemos con esa inclinación al mal o al egoísmo, que es como parte integrante de la condición humana por el pecado de nuestros primeros padres. Pues María fue preservada de esta mancha de pecado, por lo que es inmaculada. Dios preservó a María porque había concebido un plan: limpiar la humanidad del pecado y sus consecuencias, pero eso no lo podía hacer por el mismo, sino que necesitaba de la colaboración de los hombres. Esa colaboración la encontró plenamente en María. Con ella preparó la entrada en el mundo, manchado por el pecado, de su Hijo Jesucristo, que fue quien realizó la salvación, el evitar que el hombre sufra las consecuencias de su propio pecado. 

Si María fue preservada de pecado, ¿tenía que colaborar obligatoriamente con Dios?. ¿Era libre María para colaborar con el plan de Dios?. ¿Era libre Jesús?. Son los seres más libres que han existido nunca, porque han sido las personas que mejor se han adaptado a su propio ser, a lo que Dios había pensado para cada uno, al no tener pecado que los distanciara de sí mismos. Tenían la “libertad de”; es decir, las libertades que se consiguen tras la superación de algunas dificultades (la libertad de expresión, las libertades que se consiguen superando los propios miedos, los propios pecados...), la libertad que faculta para poder hacerlo todo. El ser humano no tiene toda esta libertad porque hay muchas cosas externas e internas que se lo impiden. Tenían, también, la “libertad para”; es decir, la libertad de ponerse al servicio de los fines que quisieran, pues sabían qué es lo que querían hacer con sus vidas. El ser humano no siempre sabe qué es lo que quiere hacer con su libertad, hacia donde la quiere dirigir. 

Hay una definición de libertad que dice que la libertad es “poseerse para darse”. Nada ni nadie te posee, sino tú mismo; una vez que te tienes, te entregas. El ser humano no siempre se posee a sí mismo plenamente. Tiene muchas dependencias de los demás, de complejos, de vicios... y no siempre se quiere dar a los demás, sino que se quiere reservar. La Virgen María se conocía plenamente, se poseía a sí misma y se dio por completo a Dios. Pero, al entregarse a los planes de Dios y al renunciar a los planes propios, ¿no renuncia a lo más plenamente personal?. Lo que Dios quiere de María, de Jesús o de cada uno de nosotros es lo que debemos aceptar para ser plenamente felices. En eso consiste la libertad. María podía haber dicho que no a los planes de Dios, pero se tendría que haber enfrentado con su propia infelicidad. Es como el que tiene un ordenador o una lavadora; tiene que procurar conocer bien el funcionamiento de ese aparato para poder sacarle el máximo rendimiento. En la medida que pretenda hacer cosas que no son propias de ese electrodoméstico (Lavar los platos en la lavadora) estará atentado contra el ser propio de ese aparato y eso tendrá unas consecuencias negativas. En la medida que respete las funciones propias de ese electrodoméstico, le podrá sacar un mejor rendimiento. 

El problema es que el ser humano no viene con un libro de instrucciones; ¿o sí?. Por lo que hemos dicho anteriormente, el ser humano tiene que conquistar su libertad superando todo lo que se la impide en el ámbito exterior e interior; tiene que buscar una orientación fundamental en su vida para entregar esa libertad; pero, digo ahora, tiene que vivir su libertad en el bien y en la verdad. El problema del ser humano hoy en día es que se piensa que su libertad es absoluta y que la puede vivir al margen del bien y de la verdad. Sólo desde estos valores podemos hablar de auténtica libertad. Si el ser humano no respeta el bien y la verdad, se estropea igual que se rompe la lavadora si la utilizas para fregar el vedreao. Hay una frase de Henri de Lubac que dice que la obediencia es el precio de la libertad. Para conquistar la libertad verdadera el ser humano tiene que obedecer a su propio ser, a su propia estructuración personal. 

El pecado original consistió en eso, en no querer aceptar lo que el hombre era y querer ser como Dios. Esa desobediencia al ser mismo del hombre (ser criatura, en este caso) produjo grandes desórdenes en la humanidad (La lavadora se estropea y hay que llevarla a arreglar). La grandeza de María está en que supo descubrir su propio ser y se entregó de lleno a él. María dijo que sí a Dios, dijo que sí a sí misma. Nada la distanció de este gran proyecto. Obedeciéndose alcanzó la plenitud de la libertad y libre se entregó a Dios en plenitud. 

El sí de María nos estimula en nuestro cristianismo a colaborar con Dios en la limpieza del pecado y sus consecuencias en la humanidad. Podemos hacer poquito ante tantos males, pero no se nos pide más. Para colaborar con Dios es imprescindible que uno sepa quién es y qué te pide Dios, para que lo puedas asumir como hizo María. Eso te lo tiene que decir Dios mismo. Tú eres una persona, un Hijo de Dios, un hermano de los hombres, un ser llamado a la eternidad... pues, vive de acuerdo con esa condición. En la media en que tu vivir se salga de estas coordenadas estarás lavando los platos en la lavadora; es decir, estarás desobedeciendo tu ser esencial y te estarás alejando de la libertad. Posee todo esto que eres y date por entero a Dios y a los demás, como hizo María.