“Dios se conmueve y te abraza”

IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Estamos en el domingo IV de Cuaresma. Como en domingos anteriores se nos sigue invitando a la conversión: 

 

Ø  Domingo 1º: Tener cosas, bienes materiales, poder o fama no lleva a la felicidad. La felicidad depende del ser persona e hijo de Dios, de la humildad y del servicio al prójimo, entre otros criterios. 

Ø  Domingo 2º: La cruz es el camino de la resurrección. No es resignarse ante ciertas cruces injustas o cruces que debemos superar. Sólo se habla de la cruz imprescindible para la resurrección. El amor de Dios y a Dios capacita para afrontar las cruces de la vida, más que si uno de enfrenta a ellas sólo con las propias fuerzas. 

Ø  Domingo 3º: Purificar la idea o imagen que tenemos de Dios. Dios no castiga, es paciente y liberador. Hay que discernir nuestras falsas imágenes que nos hemos formado de Dios. 

Ø  Domingo 4º: Dios es misericordioso; hay que acercarse a él. El Evangelio de este domingo es uno de los pasajes más bello de los evangelios, que nos dice quién y cómo es Dios: MISERICORDIA; pero para gozar así de Dios, hay que “volver” (convertirse) a él. 

Dios es MISERICORDIOSO, como lo refleja muy bien la parábola del hijo pródigo; pone su corazón en nuestras miserias para sanarlas, porque nos quiere, porque apuesta por nosotros más que nosotros mismos. La misericordia tiene un componente de compasión; pero es compasión efectiva, que ayuda a solucionar los problemas, es liberadora. Tiene otro componente de perdón, de anulación de la culpa y mitigación de la pena. 

Su misericordia es una invitación: 

Ø  Más que a sentirnos como “hijos pródigos”: distantes, lejanos, grandes pecadores que han abandonado todo [la casa del Padre], que reconocen el propio pecado y que han decidido volver... reconocimiento que es preciso hacer, sin el que no se puede vivir la misericordia. 

Ø  Más que a sentirnos como “hijos mayores”: cercanos, pero resentidos [“Es tu distancia estando cerca la que más duele”, dice una canción de Perales], legalistas, pero cumplidores externos, que tienen el corazón insensible... reconocimiento que es preciso hacer (¿más difícil que el anterior?), sin el que no se puede vivir la misericordia. 

Ø  Su misericordia, decía, es una invitación más que asentirnos pecadores, [que también] a ser “padres” misericordiosos con los demás, a sanar sus miserias, a perdonar de corazón, a querer a los que no nos quieren. Esto solo es posible desde la experiencia de la misericordia de Dios. Sólo se puede tener esa experiencia, desde el reconocimiento del propio pecado. 

La misericordia es poner el corazón en la miseria del hermano. Sólo se puede ser misericordioso cuando uno vive tranquilamente su propia miseria y allí se siente acompañado, querido, abrazado, perdonado, sanado, por Dios.  

Nosotros podemos vivir la propia miseria  

Ø  con miles de justificaciones (fariseo y publicano), que nos impiden abrirnos a la misericordia de Dios. El hijo mayor la vivía así: “Yo siempre he estado contigo y nunca me has dado un cabrito...” Hoy es muy común, en un mundo sin sentido del pecado, justificarlo todo desde la sicología, desde las circunstancias, desde la buena intención... 

Ø  o con sentimiento de culpabilidad (Judas), que nos lleva al autocastigo y la destrucción. El sentimiento de culpa, cuando no es motivado por una culpa real y cuando no es proporcional a esa responsabilidad, es enfermizo. Se va al polo opuesto de las justificaciones, pero, de la misma manera, impide abrirse a la misericordia de Dios. Uno no puede aceptar que Dios le perdone y uno no acierta a perdonarse a sí mismo. 

Ø  Sólo viviendo el propio pecado de un modo objetivo, como el mal hecho a los demás y el deseo de reconciliarse (El Hijo Pródigo, Pedro), nos podemos abrir a la misericordia de Dios y ser misericordiosos con los demás.  

Reconocer el propio pecado es muy importante para reconciliarse con Dios y con los demás, pues se rompe la imagen agigantada que tenemos de nosotros mismos y así hace posible la religión y la fraternidad. ¡Qué necesitado está nuestro mundo, nuestra sociedad, de que sus ciudadanos se abran a la humildad del reconocimiento del propio pecado! 

Además del perdón:

 

Ø  La misericordia no se contenta con cumplir sus deberes, renuncia a sus derechos: la caridad “no busca lo que es suyo” (1 Cor 13, 5). “Es ya un fallo el que haya pleitos entre vosotros, ¿por qué no preferís sufrir la injusticia?, ¿por qué no preferís ser despojados?” (1 Cor 6, 7). 

Ø  La misericordia es prestar cualquier socorro y remedio para alguna necesidad: las obras de misericordia. 

He visto estos días “Diamante de sangre”, una película sobre el tráfico ilegal de diamantes en África, en Sierra Leona, los niños soldados, la guerra... Puede ser una imagen de la celebración de hoy. Hay una escena preciosa. El hijo de Solomon Vandy, el africano que ha encontrado un precioso diamante, ha sido raptado y hecho niño soldado a la fuerza; ha tenido que matar... Cuando el padre desentierra el diamante, el hijo le apunta con una pistola, pues Solomon y Danny Archer (Leonardo Di Caprio) acaban de cargarse a varios soldados del grupo rebelde del hijo de Solomon. Entonces el padre —haciendo un intenso resumen de la parábola de la Misericordia— se va a cercando al hijo y le va hablando: “Tú eres mi hijo..., tú no eres malo..., te han obligado a hacer mucho mal..., a ti te gusta estudiar, tu madre te quiere y tu hermana y el bebito..., soy tu padre y tú eres mi hijo... vamos a ir juntos a casa...” El hijo se va desarmando poco a poco y vuelve la dignidad a su conciencia, mientras brota una lágrima de sus ojos.  

Yo también necesito que me digan eso. Tú también lo necesitas. Recuperemos la dignidad de hijos de Dios. 

Experimenta la misericordia de Dios, que también contigo se conmueve y te abraza. 

(Un libro muy bueno y muy conocido: “El regreso del hijo pródigo”. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, de Henri J. M. Nouwen. Colección Sauce de la Ed. PPC)