“Deus caritas est”.

Jueves Santo, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

En la Eucaristía de esta tarde confluyen varios elementos, todos enlazados por el mismo tema: el Amor. Es el día de la institución de la Eucaristía y la institución del Sacerdocio; además celebramos el Día del Amor Fraterno (‘Construyamos un lugar común: Nadie sin futuro’, nos recuerda Cáritas a lo largo de este año), recordando el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Jesús nos amó hasta el extremo. 

Continuamos hoy comentando algunos aspectos de la encíclica de Benedicto XVI, “Deus caritas est”, nos centramos en la primera parte: ‘Unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación’, con la idea de que las palabras del Papa nos ayuden a comprender mejor el mensaje del día de hoy: el amor y la Eucaristía. 

Comienza esta primera parte con las siguientes ideas: “El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros” (DCE, 2a). Quizá estos días nos ayuden a encontrar respuestas a estas cuestiones. También apunta como la palabra amor tiene un campo muy amplio de interpretaciones. 

Enseguida entra a distinguir entre “eros” y “agapé”. “EROS” es el amor entre un hombre y una mujer; de ahí deriva erótico, que es todo lo referente al amor en su vertiente de sexualidad y todo lo que lleva consigo. En el Nuevo testamento también se habla con otro término “PHILIA”, para expresar la amistad. Pero, sobre todo, para hablar del amor en sentido cristiano, se emplea la palabra “AGAPÉ”, que significa la entrega, la donación de uno mismo. 

Se pregunta Benedicto XVI si el cristianismo ha destruido el eros; cuestión que está presente en la cultura actual, como si la Iglesia tuviese un concepto negativo y represor de la sexualidad y del deseo. No hay duda de que en la mentalidad de los cristianos siempre ha habido un tabú y una culpabilidad especial en este tema, que quizá hace entender mal el mismo. Pero tampoco hay duda de que en nuestra sociedad hay un gran erotismo, como si esta dimensión del amor fuese neutral para el desarrollo de la persona; incluso lo erótico se diviniza y así “se le priva de su dignidad divina y deshumaniza a la persona” (DCE, 4b). Podemos saber como una persona que se deja llevar por lo erótico, como primer valor, puede perder su horizonte vital y de felicidad. “El eros necesita disciplina y purificación” (DCE, 4b), que es como decir que la persona debe tener un control de su sexualidad, de su deseo, para que el eros no se convierta en el tirano de su personalidad. Cuando una persona integra lo erótico en su persona, en sus valores, superando el dominio de los instintos, entre “el amor y lo divino existe una cierta relación” (DCE, 5a). “El eros quiere remontarnos “en éxtasis” hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” (DCE, 5c). Dicho de otra forma, en nuestra cultura se aprende pronto a “hacer el amor” con todas las precauciones y asistencias de planificación familiar y apoyo a la juventud, pero no se enseña por ningún lado valores como el sacrificio, la fidelidad, el perdón, la renuncia..., valores imprescindibles para escapar de la dictadura de lo erótico y la consiguiente reducción de horizontes personales. 

El “agapé”, que es la cima del amor, es “el descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca” (DCE, 6a). Así el amor se convierte en éxtasis, “salir de yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios” (DCE, 6b). 

Es la clásica distinción que se hace al hablar del amor, entre el amor posesivo (el amor de concupiscencia) y el amor oblativo (el amor de benevolencia). Estas dos dimensiones del amor no son opuestas; bien vividas estas dimensiones, una es el paso a la otra. “Cuanto más encuentran ambos la justa unidad, en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general” (DCE, 7b). Si se separan estas dimensiones, se produce una caricatura o una forma mermada el amor. 

Es tal la asunción humana de estas dimensiones del amor por la mentalidad cristiana (también del eros, por si no queda claro), que el propio amor de Dios a Israel es eros y, a la vez, totalmente agapé, amor apasionado, y amor gratuito y que perdona. Así, por ejemplo, el profeta Oseas nos presenta la relación de Dios con Israel como una relación matrimonial (nº 9): “La llevaré al desierto y me responderá como en los días de su juventud... me desposaré con ella en justicia y derecho, en fidelidad”. Además la Biblia presenta al hombre como incompleto, sino está en comunión con el otro sexo (nº 11). 

La plenitud en la manifestación del amor de Dios por su pueblo está en Jesucristo, plenitud que se expresa de un modo singular en los acontecimientos que celebramos en estos días. “Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena... Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino... La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús” (DCE, 13a). La Eucaristía se convierte en escuela de amor, pero no porque el ejemplo de Jesús sea una lección que aprender, que también, sino, sobre todo porque nosotros nos hemos de concebir como la esposa (la Iglesia) de Cristo; y esa relación esponsalicia, de la que hablábamos, nos hace participar en la entrega de Jesús, nos capacita para un amor oblativo como el suyo. Crecemos en el amor gracias a esta relación con Cristo en la Eucaristía.

 

La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mi... Ahora, el amor a Dios y al  prójimo están realmente unidos... Se entiende que “agapé” sea un nombre dado a la Eucaristía” (DCE, 14). Es el “carácter social” del Sacramento que llama el Papa y que queda hoy resaltado de un modo especial con el gesto del lavatorio de los pies: “También vosotros debéis lavar los pies unos a otros”. Y esto, matiza el Papa, “no es sólo moral (comportamiento), que se podría dar autónomamente, paralela a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos es una sola realidad que se configura en el encuentro con Dios” (DCE, 14).

 

Jesús nos amó hasta el extremo. Lo celebramos en cada Eucaristía. ¡Que nos estimule en nuestro crecimiento en la manera de entender y vivir el amor como una entrega personal de nuestra vida a Dios y a los demás!.