“Quien ama, cumple toda la ley”.

XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

Las lecturas de este domingo XV del tiempo ordinario son una invitación a cumplir la ley de Dios, a cumplir el espíritu de la ley; pues se puede ser muy “legal” sin cumplir con el mandamiento (V. G.): 

-          Cumplir con el precepto de oír misa los domingos y fiestas de guardar, pero sin dejar que la Palabra de Dios interpele mi vida. Nos confesamos de no ir a misa, pero lo deberíamos hacer de ir a misa sin la debida devoción. 

-          Cumplir con los mandamientos, pero no amar al prójimo. 

Todos estamos preocupados de nuestra seguridad interior, no queremos sentirnos inauténticos o falsos. Hay dos modos de querer tener esa seguridad resuelta: cumplir con la ley (religiosa o civil) de un modo externo, lo que hace posible la convivencia (que no es poco) o cumplir interiormente con la ley, lo que permite la fraternidad. 

A los fariseos les ocurrió que multiplicaron la ley de Dios en más de seiscientas leyes, con lo que era difícil cumplir con tantas leyes, aunque fuera exteriormente; eran fieles cumplidores externos de la ley con el peligro de olvidar lo fundamental: la justicia y la misericordia con el prójimo. Con el cumplimiento de la ley, pensaban que se ganaban  la salvación. La seguridad la tenían resuelta desde el cumplimiento externo de la Ley.

Pero el problema fundamental es la seguridad interior. Viene muy bien la primera lectura que nos recuerda: “el mandamiento está muy cerca de ti, en tu corazón y en tu boca: cúmplelo”. Para decirnos que los mandamientos de Dios están inscritos en el corazón del ser humano, en todo ser humano. Todo ser humano, aunque no conozca a Dios o sea de otra religión, lleva inscritos estos preceptos. Para nosotros las leyes (religiosas o morales) no son una privación de nuestra libertad, sino que coinciden con lo mejor de nuestro interior, por lo que ayudan a alcanzar la libertad. Para nosotros, los católicos, estas leyes no son externas (por lo que estaríamos sometidos a ‘algo’ ajeno a nosotros) sino que son expresión de nuestro propio ser (por lo que ayudan a desarrollar lo mejor de nosotros mismos). 

En el Evangelio un letrado pregunta a Jesús: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. 

(Es la relación que hay entre las obras y la vida eterna. Como en el mundo judío: la relación entre el cumplimiento de la Ley y la Salvación. ¿Es indiferente lo que hago para conseguir la salvación? ¿La salvación es un premio por el bien que he hecho durante mi vida?.

 

Los protestantes dicen que el ser humano después del pecado original está corrompido y no puede conseguir la salvación por mucho que se esfuerce; lo mismo da pecar que no hacerlo. Te salva la gracia de Dios. [Actualmente toda la doctrina de la justificación, que se llama, está armonizada entre la Iglesia Católica y Protestante].

 

La posición contraria es que con el bien que uno hace puede conseguir la salvación, que es la postura pelagiana. Por lo que no te salvaría la gracia de Dios, sino tus obras.

 

La postura católica es la siguiente: Dios me salva gratuitamente, porque quiere; pero yo me dispongo a recibir la salvación con las obras de amor que he realizado a lo largo del tiempo que el Señor me ha concedido. El cumplimiento de la Ley -religiosa o moral- me dispone a recibir la Salvación que Dios me da gratuitamente; pero quien me garantiza la Salvación no es la Ley, ni mi cumplimiento de la misma, sino el mismo Dios). 

Jesucristo, conocedor de la importancia de la ley para los judíos, le pregunta [al letrado, por si te has perdido con el paréntesis]: “¿Que está escrito en la ley?”. El letrado contestó muy acertadamente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Después preguntó el letrado: ”¿Quién es mi prójimo?”. Jesús contesta con la parábola del buen samaritano, diciendo cómo el sacerdote y el levita preocupados de cumplir la ley no obran bien y sí lo hace el samaritano: tener misericordia con el prójimo. Este dato, que fuese el samaritano el que hizo el bien, tuvo que irritar al letrado, pues los judíos no se llevan bien con los samaritanos. Jesús le invierte la pregunta inicial: “¿Quién es mi prójimo?” por “¿Cuál se portó como prójimo?”. Todos son mi prójimo, pero se trata de ver si los amo como a mí mismo, si yo soy próximo de cada uno. 

Jesucristo completa y perfecciona la Ley desde el Amor. No se trata de amar como a uno mismo, sino de amar como él nos ha amado: por encima de sí mismo. 

¡Que el Señor no ayude a cumplir la ley sin olvidar la justicia y la misericordia!.