“Dios y el hombre van al encuentro”.

II Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

Estamos en el segundo domingo de adviento, tiempo que nos propone la Iglesia para prepararnos a encontrarnos con Dios en nuestra vida. Dice la oración colecta: “Salimos animosos al encuentro de tu Hijo”. Dice “salimos”, reflejando que somos nosotros, los hombres, los que nos ponemos en camino. Sin embargo es preciso recordar que si nos podemos encontrar con Dios es, en primer lugar, porque él sale a nuestro encuentro, él tiene la iniciativa en la relación con el hombre. 

Dice la primera lectura: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia”. También decía el evangelio: “Vino la Palabra de Dios sobre Juan”. 

En la relación entre Dios y las personas, en este encuentro que preparamos en el tiempo del adviento, la iniciativa es de Dios. Él tiene más interés que nosotros en encontrarnos. A esa iniciativa le corresponde una respuesta por parte de las personas, está claro; pero la iniciativa de Dios nos quita todo tipo de “soberbia” en la búsqueda humana. El camino que lleva a Dios no lo hemos construido nosotros, es Dios quien lo ha trazado en la vida y obra de su Hijo Jesucristo. 

Este encuentro con Dios, esta búsqueda por parte de Dios del hombre y esta respuesta del hombre se dan hoy y aquí con cada uno de nosotros. Dice el evangelio, manifestando la temporalidad de la presencia de Jesús: “En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea y su hermano Felipe virrey de Iturrea y Traconítide, y Lisano virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás...”. Entonces fue una presencia real y hoy es un encuentro real, con las connotaciones históricas y culturas propias de nuestra época. 

Para que el encuentro se pueda realizar, el hombre también tiene que andar su parte de camino. Las lecturas y la situación de la sociedad actual nos dan algunas pistas de por donde tiene que ir hoy la respuesta del hombre. 

En primer lugar nos podemos aplicar las palabras del profeta: “Preparad el camino al Señor”. El camino, como dice la segunda lectura, se prepara con frutos de justicia: “así llegaréis a día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia...”. No podemos olvidar que el mejor modo de estar dispuestos a recibir a Cristo en nuestra vida es una vida repleta de frutos que se corresponden con la voluntad de Dios. La justicia divina es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Lo que se ajusta a la voluntad de Dios es el amor universal. 

En segundo lugar, podemos concretar esos frutos, de la mano del profeta Juan el Bautista, en la conversión; es decir, en el cambio de mentalidad y en el cambio del proceder, para parecernos más a Jesús. Juan Bautista predicaba un bautismo de conversión. La segunda lectura dice: “...pues habéis crecido en sensibilidad para apreciar los valores”. La oración colecta dice: “Salimos animosos al encuentro de tu Hijo; no permitas que lo impidan los afanes de este mundo”. Está claro que, cuando uno tiene sensibilidad genuinamente cristiana, percibe cómo están en confrontación los valores del evangelio y los valores del mundo, y hasta qué punto los valores del mundo están metidos en nuestro modo de pensar y de actuar. Los valores del mundo están representados en las tentaciones de Jesús: el tener, el poder y la fama. Valores que, si los seguimos, nos incapacitan para encontrarnos con Jesús. Frente a ellos hay que poner los valores del amor, el servicio y la humildad. 

La sociedad actual, por ver que el encuentro de nosotros con Dios se tiene que dar en la cultura en la que vivimos, tiene unos antivalores, añadidos a los anteriores, que es preciso conocer y superar. Vivimos en una sociedad científica, positivista y materialista, en la que parece que sólo existe aquello que se puede captar por los sentidos y se puede demostrar científicamente. Es preciso manifestar nuestra fe y nuestra vida espiritual como una cosa tan real como la realidad sensible. Vivimos en una sociedad de indiferencia religiosa; al ateísmo, combativo con la religión, ha dado paso el agnosticismo, que no se plantea nada acerca de Dios pero vive como si Dios no existiera, con lo cual se genera una fuerte indiferencia religiosa. Es preciso manifestar como nuestra fe incide en nuestra vida real y concreta, en nuestro pensamiento y en nuestras obras. Vivimos en una sociedad relativista en al ámbito del pensamiento y de la moral; no hay valores absolutos, no hay normas válidas para todos. Es preciso manifestar que nosotros vivimos valores y normas morales válidas para todas las personas y para todos los tiempos. Vivimos en una sociedad del bienestar que fomenta el consumismo y el hedonismo, valores que pueden embotar al ser humano de cara a vivir valores espirituales, como dice el dicho: “Bien comío y bien bebío, ¿qué mas quieres cuerpo mío?”. Es preciso manifestar que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hay otros valores más importantes por los que merece la pena luchar. 

Dios está continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti. Si quieres caminar hacia su encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del corazón, superando los obstáculos de los valores del mundo.