“Alégrate y gózate de todo corazón”.

III Domingo de Adviento, Ciclo C (Guadete)

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

Estamos en el domingo de la alegría: Gaudete (alegraos).

 

No somos necios que se ríen porque sí o porque lo pide el guión. Hoy, en la cultura postmoderna, vale por encima de todo lo festivo y lo divertido. Todo tiene que ser joven y jovial. Tampoco somos inconscientes o irresponsables que no saben ni quieren saber nada del sufrimiento de tanta gente. 

La alegría que en el día de hoy se nos pide no tiene relación directa con el placer - tampoco lo condena -, con el bienestar y la suerte. Tampoco es cuestión de temperamento o de receta psicológica. Importa subrayar que esta alegría está reñida con la tristeza, no con el sufrimiento.  

Esta alegría cuesta conseguirla, es un tesoro escondido, es una dicha inimaginable. Nace de muy dentro, de una fuente secreta. Más que fruto del esfuerzo personal, es un don que se regala. 

Los textos de hoy nos explican las razones de la alegría cristiana y algunos de sus frutos. Regocíjate porque: 

·         “El Señor ha cancelado tu condena”, Dios te ha perdonado definitivamente tus culpas y tus penas. Te han bautizado no sólo con agua (bautismo de conversión, de esfuerzo personal por cambiar), sino con “Espíritu Santo y fuego” (con gracia de Dios) de manera que tu pasado quede transformado, ya eres persona nueva.

·         “Ha expulsado a tus enemigos”. Tus enemigos, los de dentro y los de fuera, las pasiones y las seducciones, los vicios y los apegos, los complejos y los miedos.

·         “El Señor será el rey... en medio de ti un guerrero que salva”. Él es tu Señor, ha tomado posesión de ti. Puedes confiar en él plenamente. Él te comunica una participación de su fuerza.

·         “El se complace en ti, te ama”. Esta es la razón última de toda la fiesta. Dios se ha enamorado apasionadamente de ti. Ya sé, no eres digno, pero no importa. Dios te ama. Puedes olvidarte de él, pero él no se olvida de ti, Dios te ama. ¿Verdad que no lo acabas de creer?.

·         “El Señor está cerca”. Está cerca física, temporal y espiritualmente. Esta cerca, en Navidad. Está cerca, en esta Eucaristía. Está cerca, en la palabra. Está cerca, en el hermano y en la comunidad.

 

Y el Señor es el médico, maestro, el amigo, el esposo, el Salvador. ¿No es motivo suficiente para la alegría?.

 

Frutos de la alegría:

 

·         “Ya no temerás”. Es una palabra que se reitera permanentemente en la historia de la salvación. La cercanía del Señor nos quita todos los miedos.

·         “Nada os preocupe”. ¡Tantas preocupaciones y agobios que nos producen angustia!. Se entiende preocupación angustiosa, no se entiende ocupación responsable.

·         “Vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Una alegría serena, equilibrada, respetuosa. No necesitamos el exceso, las situaciones impacientes, el ritmo excesivo y excitante.

·         “La paz de Dios”. La paz de Dios, la paz de Cristo resucitado se confunde con esta alegría. Pues que esta paz, esta alegría, que “sobrepasa todo juicio”, desborde en nuestro corazón y en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y nuestros gestos, para que lleguemos a ser testigos de la paz y la alegría.

·         “¿Qué hacemos?”, le preguntan a Jesús la gente, los publicanos, los militares. La respuesta de Jesús es siempre parecida: obrar bien, en conciencia. El bien proceder es fuente de alegría. La tranquilidad de la conciencia por las obras bien hechas es fuente de felicidad. La alegría nace de la buena conciencia y es fruto de la buena conciencia. La vida moral de las personas tiene mucho que ver con su felicidad.

 

La invitación de este domingo III del adviento es una invitación a estar alegres; alegría que nace de la conciencia de que Dios nos ha salvado, a pesar de nuestra condición pecadora. Es una alegría que es compatible con los esfuerzos y los sacrificios y los sufrimientos que tenemos que vivir, pero con serenidad. ¡Qué el Señor alegre nuestra vida!.

 

Decálogo de la alegría:

1.     No busquemos contentarnos y servirnos a nosotros mismos, sino intentemos  y busquemos servir y contentar a quienes andan por nuestro perímetro geográfico.

2.     Las matemáticas fallan en lo que atañe al espíritu, y más concretamente cuando hacen referencia a la alegría. No queramos “sumar” sólo alegría para nuestro disfrute personal. Si pretendemos “sumar” alegría lo que lograremos es que “restaremos”, “perderemos” alegría. En cambio si “dividimos”, “restamos”, “repartimos” alegría, entonces “sumaremos”, “multiplicaremos” alegría. A la inversa de las matemáticas.

3.     El odio, el rencor y la envidia no deben anidar en nuestro corazón. La alegría es incompatible con los enfermos de la ira, de la revancha y del egoísmo.

4.     Seamos justos y procuremos estar en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

5.     Debemos ahuyentar de nosotros toda tentación de desesperanza, de descontento, de desconfianza y de tristeza.

6.     La alegría es un asunto moral, pertenece a la dimensión espiritual. No es el bienestar el que proporciona la alegría, sino el alma la que la produce.

7.     La alegría acompaña a la oración. Intentemos abrir nuestro corazón a Dios y Él nos concederá el don de la alegría. La alegría es fruto del Espíritu Santo.

8.     Se dice que si uno no tiene corazón alegre... no hay bien que valga. Y si uno posee la alegría serena no existe mal en este mundo que le pueda dañar.

9.     Teresa de Lisieux, la joven enferma de tuberculosis, afirmaba: “La alegría reside en lo más profundo del alma; podemos poseerla lo mismo en una oscura prisión que en un espléndido palacio”.

10.  Ignacio de Loyola aseguraba: ”Un cristiano no tiene ningún motivo para estar triste y tiene muchos motivos para estar alegre”. También solía decir: “Me gusta ver reír a la gente”.

 

Nota: el comentario está inspirado en un libro de Cáritas; el decálogo de la alegría es de “Palabras para el silencio” de J.Mª Alimbau Arguila. Ediciones STJ.