“Dichos tú, que has creído”.

IV Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

         En este domingo IV del tiempo de adviento se propone a María como modelo de fe y de espera del Señor, igual que ella se preparó para recibir a Jesús, así nos tenemos que preparar nosotros: 

-          Fe: actitud de respuesta a Dios que le reconoce como el valor central y se pone en sus manos. “Dichosa tú, que has creído...” que le dice su prima Isabel.

-          Espera: confianza proyectada en el futuro; lo que le ha dicho el Señor se cumplirá. “...Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. 

Invitación a comprender lo esencial de la fe, ponerse en las manos de Dios, con total confianza y obediencia.

           

La segunda lectura nos propone algo de lo que es esencial en la fe: ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, ni sacrificios, ni ofrendas. Dios no quiere tus cosas en tu relación con él, Dios te quiere a ti: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Es lo que hizo Cristo y María, que se dieron por entero a Dios: Cristo se entregó en la Cruz; María, cuando el ángel le dijo que concebiría y daría a luz un hijo, le dijo “hágase en mí según tu palabra”.

 

La fe no es hacer sacrificios externos, si no entregar la propia vida a Dios.

 

-          No es superstición: La superstición es pensar que por no hacer; o hacer, determinadas cosas se va a sufrir algún castigo (señalar con el dedo en la Iglesia, cumplir una promesa pues sino te castiga Dios...).

 

-          No es idolatría: adorar a personas, imágenes o cosas como si fueran Dios (dinero, personaje, o algún santo en la representación de su imagen).

 

-          No es magia: intentar utilizar o someter a la divinidad para hacer lo que quiera con ella ( si me concedes lo que te pido, te enciendo una vela ).

 

La fe es una actitud de respuesta a Dios, que le reconoce como el valor central de su vida y se pone en sus manos para cumplir su voluntad: desde una vivencia personal, en donde uno se va identificando progresivamente con los valores de Dios; desde la expresión propia de la fe que se da en las celebraciones de los sacramentos, que son encuentros reales con Dios; y desde el compromiso de traducir y encarnar  la vida divina y sus valores en las circunstancias de cada día.

 

María fue dichosa porque se puso en las manos de Dios. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Dios es fiel a sus promesas. Ha prometido que de la Virgen, su pequeña sierva, nacerá el Mesías, el Salvador. Será, como dice la profecía del profeta Malaquías en Belén, la ciudad pequeña y humilde, como María.

 

La fe rompe la frontera de lo individual, de lo íntimo, de lo privado. María corre a comunicar la noticia a su prima Isabel. A veces queremos reducir la fe a un sentimiento interior y privado. Cuando pensamos que la fe es solamente esto, no necesitamos de la Iglesia, ni de los demás, ni de los sacramentos para vivir esa “relación” con Dios. Pero nos engañamos a nosotros mismos. Ninguna relación personal es un sentimiento meramente interior. Toda relación personal que es real, es objetiva, tiene unas manifestaciones externas.

 

La fe es caritativa; María se va a ayudar a su prima Isabel. Además de expresarse en las celebraciones de los sacramentos, en los que recibimos la gracia de Dios para poder vivir  nuestra fe, la fe se expresa en la vida concreta, en las obras que hacemos. También María en esto fue ejemplar, en su situación de embarazo se fue a ayudar a su prima que estaba gestando a Juan el Bautista, porque llevaba más adelantado el embarazo que ella.

 

Que esta celebración cree en nosotros actitudes y disposiciones, como la confianza, la obediencia, el testimonio de vida, (manifestaciones de la fe) para que nos pongamos como María en las manos de Dios, sabiendo que en sus manos, Dios, puede fecundar en nosotros a su Hijo Jesús.