“El amor no pasa nunca”.

IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

        La celebración de este domingo IV del tiempo ordinario es una invitación a descubrir nuestra dimensión profética, que nos viene del bautismo. También a nosotros nos llama el Señor para que anunciemos su Evangelio a todos. De un modo especial se nos recuerda hoy que este Evangelio no es para “los de siempre”, sino para todos. 

Jesús comienza su misión en Galilea: en Caná hace un milagro: transformar el agua en vino; en Nazaret, en la sinagoga, comienza a predicar la Buena Noticia. Desde el principio de su vida pública queda claro que ha venido a anunciar el mensaje del reino a todas las gentes, que es profeta de los gentiles, como Jeremías, Elías o Eliseo. 

En la primera lectura escuchamos como Jeremías es nombrado profeta de los gentiles y constituido plaza fuerte, columna de hierro, para afrontar las dificultades que le planteará la misión frente a los reyes y príncipes, sacerdotes y gente del campo. 

En el Evangelio vemos como Jesús explica su misión recurriendo a hechos narrados en el Antiguo Testamento: Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en Sidón; Eliseo a un leproso de Siria, a Naamán; es decir, Jesucristo es enviado, como los profetas, también para los extranjeros, para los gentiles. 

Además esta misión a los gentiles se explica en un contexto de cerrazón de los paisanos de Jesús a su mensaje. Es como si al no querer escuchar su Palabra esto fuese ocasión de salir a los de fuera. En textos de los hechos de los apóstoles la cerrazón de los judíos al mensaje de Jesús es casi la causa de que los apóstoles vayan a los gentiles. 

¿Por qué?, ¿Cuál es el móvil de Dios para querer ir a todos los pueblos?; pues no es otro que su amor universal. El amor es el móvil, el medio y el fin de anunciar a todos los hombres la Buena Noticia. El amor debe ser el móvil de cualquiera que quiera transmitir el mensaje del evangelio. Escuchamos en la segunda lectura uno de los textos más bellos sobre el amor. 

El amor es más grande que el don de lenguas, que el don de predicación, que la sabiduría; es decir, el amor es más importante que todos los conocimientos; es más importante que la fe; es decir,  la fe y la esperanza se acabarán cuando veamos a Dios cara a caras, pero el amor continuará;  es más importante que dar limosnas, porque dar limosnas no implica tener amor, el amor hace algo más. 

El texto expresa cualidades difíciles de tener en la convivencia: el amor es comprensivo (es la capacidad de ponerse en lugar del  otro: “¡Qué Dios me libre de juzgar a mi prójimo sin haber calzado durante un mes sus zapatos”), es servicial (se demuestra en el bien hecho en concreto), no tiene envidia (este es el defecto de los españoles y consiste en entristecerse del bien de mi prójimo y, en consecuencia, en desearle algún mal), no se engríe (no presume del bien hecho a los demás), no es mal educado ni egoísta (es lo contrario del amor, pensar en uno mismo antes que en los demás), no se irrita (¡qué fácilmente perdemos la compostura y las formas cuando nos contradicen los circunstancias!), no lleva cuentas del mal (todos tenemos como un libretita, en la que vamos apuntado todo lo que nos han hecho los demás, o lo que pensamos que nos han hecho; el amor olvida todo eso, no lo tiene en cuenta), no se alegra de la injusticia (el amor quiere que todo “se ajuste” a la voluntad de Dios, así todo será más justo), goza con la verdad (sin verdad no puede haber amor; el pecado es el príncipe de la mentira; la verdad no es un arma arrojadiza, sino la base  sobre la que se sustenta mi felicidad personal). 

También expresa cualidades difíciles de mantener en momentos difíciles: disculpa  siempre (parece que en un conflicto la cuestión se arregla cuando alguna parte reconoce su culpabilidad; es bueno que sea así. Pero el amor disculpa, quita la posible culpabilidad, olvida); cree siempre (la fe, la confianza, nos lleva a fiarnos siempre de las personas y de Dios, si les queremos; nada hace instalar en nosotros la duda, porque prevalece el amor antes que la desconfianza); espera siempre (la esperanza en una modalidad de la fe; es decir, espero siempre que la otra persona pueda cambiar, se pueda superar, me pueda comprender, porque el amor tiene siempre una mirada positiva sobre la realidad; aguanta siempre (las personas vivimos circunstancias que nos desbordan, que nos hacer rebosar, perder el control; pues el amor da una capacidad de aguante tremenda). El amor no pasa nunca. 

Así es el amor de Dios. Así debe ser nuestro amor. Este amor es válido para toda la vida y para todas las dimensiones de la vida. Hoy lo referimos, de un modo especial, a nuestra dimensión profética, a nuestro anuncio del evangelio. 

¡Que el Señor nos haga experimentar su amor para que no cerremos el corazón a nadie y así podamos anunciar la Buena Noticia a todos.