XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

“De ti procede el perdón, así infundes respeto (Salmo 129)”.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

El domingo anterior  reflexionábamos sobre la parábola del fariseo y el publicano para concluir que nuestra oración tiene que ser humilde como la del publicano. Este domingo se nos pone delante otro publicano, Zaqueo, de modelo de cómo esa misma humildad lleva a reconocer el propio pecado y a querer cambiar en las obras concretas. Pero propiamente hay que decir que el centro de la celebración no es Zaqueo, si no la misericordia de Dios, que es la que posibilita la conversión del publicano. Esta idea aparece en las oraciones colectas: “Señor de poder y misericordia”, “recibir la efusión de tu misericordia”; en la primera lectura y en el Evangelio.

 

La misericordia de Dios consiste en que Dios se acerca al ser humano para comprenderle, perdonarle y ayudarle en sus necesidades y problemas. Tiene esta doble dimensión, que van unidas, de compasión y perdón.

 

No es raro pensar que quien está siempre dispuesto a perdonar a los demás, es señal de su debilidad, porque no puede defenderse. Sin embargo hay que caer en la cuenta que se requiere mucha más fortaleza para perdonar que para vengarse. Por eso recordamos con el salmo 129: “de ti procede el perdón, así infundes respeto”.

 

La primera lectura de este domingo, del libro de la Sabiduría es una bonita explicación de la misericordia de Dios:

 

q  “Te compadeces de todos...” La misericordia de Dios no es perdón para nosotros y venganza para nuestros enemigos. Para el corazón de Dios todos somos dignos de compasión.

q  “...Porque todo lo puedes...” El poder de Dios se manifiesta en su misericordia. Puede sobreponerse a la ofensa, puede controlar sus deseos de ira y venganza. Volvemos a repetir que aquí reside el verdadero poder y no en otro sitio.

q  “...Cierras los ojos a los pecados de los hombres...” Ver el mal que hace otra persona puede ser para la persona descubierta una humillación. En ese sentido Dios cierra los ojos a los pecados de los hombres, no en el sentido de que no quiera saber nada. El pecado del hombre tiene consecuencias negativas para él mismo y para los demás y  aquí Dios si toma partido por evitarle esas consecuencias.

q  “...Para que se arrepientan” La finalidad del amor de Dios es que uno mismo se dé cuenta de su error y cambie. No hay otro modo de llevar a la conversión que no sea por medio del amor. La imposición a la fuerza, los castigos, las humillaciones... vencen pero no convencen.

q  “Amas a todos...” A todos, también a los que no nos caen bien, a los que nos hacen mal, a los que no se lo merecen. ¿Cómo podría no amar un Padre lo que es fruto suyo?.

q  “A todos perdonas...” El amor se manifiesta en el perdón. Si no perdonamos a los demás es que no sabemos amarles.

q  “Amigo de la vida” Es una expresión certera. Dios ama la vida, no la muerte, ni el mal, ni la enfermedad... Su amor es la sabia que nos fortalece, al agua que nos da vida, la gracia que nos alegra. Una imagen de Dios que es preciso pregonar ampliamente entre todos los creyentes.

q  “...Corriges poco a poco a los que caen...” Dios respeta el ritmo de crecimiento de cada uno. Acompaña pacientemente el crecimiento de su semilla, sin forzar las situaciones ni a las personas.

q  “...Les recuerdas su pecado y lo reprendes...” Son dos expresiones claves para que se dé el perdón. Recuerda el pecado, no para humillarnos, sino para que nos demos cuenta; y “lo” reprende, el pecado, no al pecador; es decir nos hace comprender el mal que causa a los demás y a nosotros mismos y cómo nos dificulta la relación con él.

q  “...Para que se conviertan y crean en Ti, Señor” La finalidad última es que el ser humano encuentre su camino de realización personal, que se da en Dios.

 

Ante la gran misericordia de Dios, el ser humano puede tener distintas posturas. No es raro ver gente que piensa: “Si Dios está dispuesto siempre a perdonarme, lo mismo da hacer el bien que el mal”. Lo que nos puede llevar a burlarnos del amor de Dios. Terrible pecado. La mejor respuesta es la conversión. Es decir el reconocimiento humilde del propio pecado y el cambio de mentalidad y el cambio de vida, de obras. Zaqueo representa esa humildad en el reconocimiento del propio pecado y una conversión concretada en obras: devolvió lo que no le correspondía. Puede ser que nuestros arrepentimientos y conversiones sean simples palabras, pero no se concreten en nada en la vida ordinaria. Porque no somos humildes para reconocer el propio pecado, porque no somos valientes para cambiar el mal que hemos hecho, porque somos incapaces de concretar el amor hacia los demás...

 

La gran misericordia de Dios es una invitación a acercarnos a él humildemente para dejarnos querer y comprender. Es una invitación, también, a saber llevar ese perdón y esa compasión a las personas con las que convivimos.