II Domingo de Adviento, Ciclo A

“Dad el fruto que pide la conversión”

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

En este domingo II de adviento se nos pone delante una visión profética de Isaías para darnos esperanza ante el futuro que nos aguarda: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé... será la justicia el ceñidor de sus lomos... habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos”. Es también la misma idea la que resalta el salmo responsorial: “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”.

 

Ese futuro de comunión y de unidad que nos aguarda tenemos que construirlo nosotros, la esperanza es activa, es dinamizadora; por eso decía San Pablo en la segunda lectura: “Que Dios os conceda estar de acuerdo entre vosotros... acogeos mutuamente como Cristo os acogió”.

 

Para crear esa comunión entre las personas es preciso la conversión que pide Juan, el bautista, en el evangelio: “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios... Dad el fruto que pide la conversión”.  

Conversión (metanoia) es cambiar de modo de pensar y de actuar para que nuestros pensamientos y nuestras obras se parezcan cada día más a las de Jesús.  

Una ejemplo muy práctico de la conversión es el siguiente: Imagínate que una familia va en dirección Madrid (pongo este ejemplo desde Daimiel; cada cual que lo adapte a su geografía), para en una gasolinera y le pregunta el trabajador de la misma: “¿Hacia dónde van?”. Él conductor responde: “A Madrid”. Sorprendido el gasolinero le dice: “Pues van cabal en dirección contraría, por aquí llegarán a Ciudad Real”. El conductor, confiado, le dice: “No se preocupe vamos a ir rezando el Rosario [con todos los respetos, es un ejemplo]... (podéis poner ejemplo de prácticas penitenciales). Conclusión: si no cambias de dirección, si no te conviertes, esas prácticas no sirven para nada. 

La conversión debe ser: (estas características las descubrí en un libro de religión de 1º de Bup –Ed. Paulinas-; tienen ‘mucha tela que cortar’. Están elaboradas por mí, aunque la idea general no es mía). 

1.      Profunda: que llegue a la raíz misma que preside las acciones humanas y la cambie. Todos tenemos una escala de valores, que se refleja en las actitudes y en los actos. Deberíamos encontrar una motivación claramente cristiana y ‘arrancar’ las otras motivaciones de nuestro actuar.

 

2.      Permanente: para toda la vida, pues nadie está suficientemente convertido, y siempre hay zonas de la personalidad donde no ha llegado la conversión. Nadie es bueno para siempre (ni malo, tampoco). Siempre hay zonas de nuestra personalidad necesitadas de conversión. Busca tú, cuáles. No te lo voy a decir yo todo. 

3.      La conversión es difícil porque el pecado ciega la conciencia y no se percibe con claridad el error en el que uno está sumergido; y nos excusamos diciendo: “yo soy así”. La ‘ceguera espiritual’ consiste precisamente en eso, en que te quedas incapacitado para percibir tu propia situación. Si la percibes, ya tienes andado mucho camino; si no la descubres, te tendrán que ayudar a verlo (con cariño y dolor). La otra excusa es ver que cada quien se conoce tanto así mismo que sabe que uno es así y ha aprendido a quererse así, después de años. Eso se convierte en un pacto consigo mismo que impide crecer. Tú eres así, pero estás llamado a ser y vivir plenamente como Hijo de Dios. 

4.      La conversión es posible por que nadie cristaliza rígidamente en ninguna actitud. El cristal, cuando se modela, es muy difícil que cambie de forma. El ser humano es ‘arcilla’ en manos de Dios; no se rompe, porque no se ha hecho de una determina forma para siempre. Es posible cambiar, es posible convertirse, es posible arrepentirse del mal hecho; es posible humanamente y es posible por que la misericordia de Dios facilita nuestro acercamiento a él más que nos distancia la conciencia de pecado. 

“Dad el fruto que pide la conversión”: (Estos frutos están ‘recolectados’ de un libro de Cáritas, son un modo de concretar la conversión para que no se quede en ‘buenas intenciones’)

 

-          Caridad, amor sin límites.

-          Alegría, que nace de muy dentro, inagotable.

-          Paciencia, hija de la esperanza, agranda la capacidad, puede con todo.

-          Afabilidad, que es respeto, sonrisa, ternura, acogida.

-          Bondad, que es comprensión, generosidad, servicio, a imagen de Dios.

-          Fidelidad, firmeza en las opciones y actitudes, confianza renovada.

-          Mansedumbre, no violencia y aguante, capacidad de perdón.

-          Dominio de sí, libertad interior, superación de pasiones, equilibrio y moderación. 

Meditando con la “Imitación de Cristo”, me captó la atención un pensamiento que escribo de memoria: que no tengamos que hacer la triste constatación de decir que éramos mejores antes de la conversión que después de años de permanencia en nuestra religión (Tomás de Kempis dice “después de años de profesión”, refiriéndose a la vida religiosa y constatando como de por sí no es garantía de mejorar en la conversión).  

Que aprovechemos estos días de Adviento para caer en la cuenta de todo aquello que nos estorba en nuestro caminar cristiano y que el Señor nos dé fuerza para podernos convertir.