Epifanía del Señor
“Dios se da a conocer a todos los que le buscan”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

            Celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor, fiesta  más antigua que la fiesta de Navidad; es decir, antes de celebrar el nacimiento de Dios, se celebraba en la Iglesia la manifestación de Dios a todas las gentes: Dios se manifiesta, se da a conocer en la carne de un niño y lo hace para todas las personas, no para unos pocos que creen tener la exclusiva de Dios, los letrados y los sumos pontífices que conocían la escritura, pero no supieron descubrir a Jesús.

 

En la primera lectura vemos como el Señor, que es la Luz, amanece sobre Jerusalén, que está en tinieblas; así, Jerusalén, “iluminada” por la presencia de Dios, se convierte en centro de atracción de todos los pueblos.

 

En la segunda lectura San Pablo nos dice que también los gentiles; es decir, todos los hombres, son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo.

 

El evangelio nos relata la adoración de los magos, personajes que representan a los gentiles, que adoran a Dios, para expresar que Dios se da a conocer a todos y no sólo a quienes le quieren tener controlado.

 

Dice el comentario de una Biblia (Latinoamericana) sobre este texto lo siguiente:

 

“Desde las primeras generaciones cristianas hubo relatos populares que trataban de decir todo lo que no se sabía de Jesús y que no se encontraba en los Evangelios. De ahí salieron ciertamente la estrella de los magos y la masacre de los niños de Belén, y es inútil actualmente inclinarse sobre las tablas astronómicas para encontrar algún cometa que pasó en esa época.

En este capítulo, pues, Mateo utiliza esas historias sin preocuparse lo más mínimo por su dudosa autenticidad.

Los Magos eran sacerdotes muy respetados de la religión de Zoroastro, que también eran astrólogos y adivinos. En este relato los magos representan a las otras religiones, que no son las de la Biblia. Así, pues, mientras los sacerdotes de los judíos, jefes del pueblo de Dios, no reciben aviso del nacimiento de Jesús, Dios lo participa a algunos de esos amigos suyos que están muy lejos de su pueblo. Esta lección vale para todos los tiempos: Jesús es el Salvador de todos los hombres y no solamente de los que se ubican en su Iglesia”.

 

Hay que interpretar el texto de Mateo, igual que interpretamos los relatos de la creación del mundo o del hombre del libro del Génesis. Al interpretar el texto hemos de buscar el mensaje religioso, sin perdernos en otros detalles. En esta interpretación hemos de tener en cuenta que Mateo escribe para los judíos, por eso quienes descubren al Mesías no son los judíos, ni los pastores, sino unos extranjeros, para dejar claro desde el principio que Dios viene para todos.

 

También hay que tener en cuenta que el Evangelio dice: “Unos Magos”. La ‘tradición’ popular ha decidido que sean tres, seguramente por los regalos, y sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Lo importante es cómo señala el Evangelio su actitud de búsqueda. Se sienten incitados a emprender todo un camino por buscar al Salvador.

 

Los Magos adoran al Niño y le ofrecen: oro, presente conferido a los reyes; incienso, empleado en el culto en los altares de Dios, y mirra, un compuesto embalsamador para los muertos. Una prefiguración de su realeza entregada en la cruz.

 

Los Magos, extranjeros de Oriente, adoran al Niño; se convierten en modelos de fe para los creyentes, de cómo tenemos que buscar al Señor en nuestra vida venciendo los obstáculos del caminar.

 

            Los sumos pontífices y los letrados, que conocían las Escrituras y cómo tenía que nacer el Mesías en Belén, no le reconocen y no van a adorarle. ¿Para qué valen tantos conocimientos y conocimientos religiosos?. Una cosa es conocer con la cabeza y otra aceptar con el corazón.

 

         El rey Herodes se sobresaltó, sintió miedo por si perdía su poder.

 

         El mensaje de las lecturas de hoy  es claro: Dios se da a conocer a todos los que le buscan con sincero corazón; porque sólo éstos sabrán adorarle.

 

           A la Basílica de la Natividad, en Belén, se entra por una puerta muy bajita; todo el que quiera ver el lugar donde nació Jesús tiene que “agachar la cabeza” para entrar en ese lugar. Sólo así, “agachando la cabeza” se puede reconocer a Dios en un Niño y se le puede adorar.

 

        Que el Señor nos dé una fe grande, como la de los magos de oriente, que nos empuje a buscar al Señor en nuestra vida.