V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
“Jesús es la resurrección y la vida”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos en el domingo V de cuaresma, de camino a la Pascua del Señor. Nos estamos preparando para vivir mejor los acontecimientos centrales de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesús. En nuestra parroquia celebramos también hoy el día del Seminario Diocesano, con el lema “Si escuchas hoy su voz”. 

Para prepararnos mejor, los tres últimos domingos tienen un contenido bautismal, nos invitan a vivir nuestro bautismo: 

-          El domingo tercero de cuaresma nos presentaba el texto de la samaritana que ponía a Jesús como el Agua Viva, el único que puede saciar de verdad los deseos de felicidad que todos llevamos dentro. El agua que en el bautismo tiene el papel principal de quitar el pecado original. 

-          El domingo cuarto de cuaresma nos presentaba a Jesús curando a un ciego de nacimiento; en esa celebración se presentaba a Jesús como la luz del mundo, el único que puede iluminar lo que está en tinieblas por el pecado. La luz juega un papel importante en el bautismo: está expresada en el cirio pascual, que representa la presencia de Jesucristo, resucitado, en medio de su Iglesia.

-          El domingo quinto de cuaresma nos presenta el texto de la resurrección de Lázaro, en el que se presenta Jesús como la resurrección y la vida. Jesús es el único que puede hacer que nuestra vida sea plena aquí en la tierra y que sea eterna en el cielo. Este texto de la resurrección de Lázaro no presenta la resurrección como una realidad definitiva, porque Lázaro volverá a morir, sino como una vida nueva que Jesucristo comunica. Escucharemos luego (si vamos a celebrar la misa) en el prefacio de la Eucaristía: “Jesucristo... hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una vida nueva”. 

El sacramento del bautismo nos comunica una Vida Nueva: el ser Hijos de Dios: 

-          Una Vida Nueva que es la misma vida divina. Es decir, en el sacramento del bautismo se nos comunica la misma vida de Dios: su amor, sus valores, los valores del evangelio en las bienaventuranzas. 

-          Una Vida Nueva que está en nuestro interior como una semilla, que tiene que ir creciendo hasta hacerse realidad en nuestros pensamientos, en nuestras opciones, en nuestras obras, en la vida de cada día. 

-          Una Vida Nueva que crece desde el interior para fuera con nuestra colaboración. Creo que dijo una vez el Papa que no todos los bautizados son cristianos; es decir, que no todos los que están bautizados viven coherentemente con el sacramento recibido. Para que el encuentro con Jesús, que se da en el bautismo fructifique, la persona que ha recibido ese sacramento tiene que intentar responder a la invitación de Dios: Desde la vivencia personal: formación, oración, lectura de los evangelios...; desde las celebraciones de los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la penitencia; desde el compromiso en la vida diaria para que los criterios de Dios: la justicia, la fraternidad, la solidaridad... sean los criterios que rigen la sociedad. También es cierto que ser cristiano es una gama amplia en el proceso personal de la vida. Estos días hemos tenido confirmaciones. Una madre le dice a su hijo: "Si no ves lo que dice la Iglesia, no te confirmes"; a lo que el hijo le responde: "Igual que estoy creciendo en otras cosas, también es esto creceré". Ejemplar, ¿no?. También constatamos que no todos los bautizados tienen ese planteamiento de crecimiento. Hay muchos estancados. 

-          Una Vida Nueva que llegará a su plenitud en el cielo. Somos hijos de Dios por el sacramento del bautismo, pero llegaremos a ser semejantes a Dios cuando estemos en el cielo. 

Cuenta la primera lectura como el profeta Ezequiel animaba a su pueblo en el exilio con la vuelta a la tierra prometida y lo hacía con una comparación con la salida del sepulcro, porque iba a comenzar una vida nueva; vida nueva que se puede comparar también a la vida nueva adquirida con el bautismo: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío... Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis”.

 

La vocación al sacerdocio es una llamada a vivir el bautismo desde una entrega concreta, en un ministerio en la Iglesia. Si nuestra Comunidad escucha hoy la voz del Señor; si en ella hay mejores cristianos, seguro que surgirán respuestas a su llamada.

 

¡Que el Señor nos ayude a vivir nuestro bautismo, que nos ayude a experimentar la vida divina de la que ya somos partícipes!