Jueves Santo:
“Spe salvi facti sumus”

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Celebramos el día de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio; además hoy es el día del Amor Fraterno: “Los derechos son universales. Las oportunidades deberían serlo”, nos está recordando Cáritas en su campaña anual; el amor concretado en velar porque los derechos sean efectivos. Pero quiero seguir presentando, en estos días del Triduo Pascual, algunas ideas de Benedicto XVI en su segunda encíclica “Spe salvi facti sumus”, sobre la esperanza. Me voy a dedicar a lo que es la segunda parte de la encíclica: «Lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza»: 1) La oración como escuela de la esperanza, de lo que hablaré hoy; 2) El actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza, para el viernes; y 3) El juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza, para la resurrección (Vigilia Pascual y Domingo de Pascua).

 

No podemos dudar de que la Eucaristía es la mejor oración, aunque el Papa no se refiera a la misma en este apartado. Es la mejor y completa oración porque contamos con la Palabra de Dios y la Presencia real de Cristo en el Pan y el Vino. La relación que se establece con Dios en la Eucaristía tiene más “fundamento en la realidad” que la que se establece en una oración meramente personal. O, dicho de otra forma, el encuentro personal con Dios que se genera en la oración, tiene su fuente y su cima en la Eucaristía. Además la Eucaristía es quizá la puerta del futuro que se nos queda abierta a los cristianos para vivir la esperanza. No podemos olvidar cómo la Eucaristía y la oración son las que nos hacen capaces de amar el al prójimo como Dios nos quiere a cada uno de nosotros, “hasta el extremo” de dar la vida. Todo ello en un proceso de crecimiento en la relación con Dios que va transformando nuestra vida.

 

Pero centrémonos en las palabras del Papa en estos tres números de la encíclica (SS, 32-34):

 

«Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración –dice el Papa–. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. (Imaginaos, digo yo, a Jesús en el huerto de los olivos, o a cualquier persona en una situación de Getsemaní, por las que también pasamos). Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme.» (SS, 32)

 

Pero, claro, la oración no es un bálsamo para evitar problemas; la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos no le sirvió para escaparse de la realidad de su situación. Por eso el Papa en el nº 33 de SS aclara cómo la oración realiza un proceso de purificación en el hijo que entra en relación con el Padre. Citando a San Agustín dice: “Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]”. El corazón, para gozar la relación con Dios y ser redimido por la esperanza que este encuentro suscita, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado. «Rezar no significa salir de la historia –dice el Papa– y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás.» (SS, 33)

 

Fijaos, podríamos deducir –esto lo digo yo– que una persona no está dispuesta para amar al prójimo si, previamente, no es “capaz” de Dios. El amor fraterno nace de la Eucaristía, de la oración, de la relación personal con Dios. Esto es tan verdad o más que pensar que el amor (entendido como la solidaridad humana en general) nos lleva a Dios. Creo que esta consideración es muy oportuna en el día de hoy y en las circunstancias de nuestra religión. Es común hacer la siguiente reducción de nuestra fe: “Lo importante es ser buenos y hacer el bien”; claro, hacemos esta apreciación para justificar a los que no vienen a la Iglesia a celebrar su fe, a los que tienen alguna desafección hacia la Iglesia… en el fondo, cuando vemos que falta algo. Cristo no entregó su vida en la cruz, ni realizó el lavatorio de los pies, para que “seamos buenos”. El objetivo final, por el que debemos empezar, es querer relacionarnos con Dios; de ahí nacerá la esperanza y el compromiso por un mundo mejor.

 

Seguimos con las palabras de Papa y de ese proceso de purificación: «En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y esperanzas. Debe librarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también… El encuentro con Dios despierta mi conciencia para que ésta ya no me ofrezca más una auto-justificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de los contemporáneos que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien mismo.» (SS, 33)

 

Termina el Papa, en el nº 34 manifestando cómo para que se produzca esta purificación, esta transformación en la vida, se debe dar una oración personal, pero acompañada y guiada por las grandes oraciones de la Iglesia, la oración litúrgica (Aquí podríamos poner la Eucaristía perfectamente). «Llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un “final perverso”. Es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios (fijaos, hermosa misión: con la oración, viviendo la esperanza que nace del encuentro con Dios, mantenemos el mundo abierto a Dios, somos ministros de la esperanza). Sólo así permanece como esperanza verdaderamente humana.» (SS, 34)

 

Os deseo que la Semana Santa, la participación en los Oficios, la Oración el Amor al prójimo, sean lugar de aprendizaje y ejercicio de la Esperanza.