XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
S
an Mateo 11, 25-30: “Aprended de Jesús, que es manso y humilde de corazón”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Celebramos el domingo XIV del tiempo ordinario. El texto del evangelio nos dice que la Palabra es para la gente sencilla y no para los sabios y entendidos; además es una invitación a descansar en Cristo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”; pero sobre todo me quiero fijar en la mansedumbre de Jesucristo: “Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón”. Idea que también aparece reflejada en la primera lectura, profecía de la entrada del Mesías en Jerusalén sobre un asno. Bienaventurados los manos, porque ellos heredarán la tierra, dice una bienaventuranza.

 

Los mansos no son los violentos, que se imponen a la fuerza, los cínicos, los irónicos, los de lengua bífida. Los mansos no son los sosos, los cobardes, los que no reaccionan por nada... Los mansos no son los débiles, ni tampoco los fuertes. No son los impotentes para combatir en la vida, ni son aquellos que utilizan su impotencia como un arma para derribar al enemigo, apelando a su compasión o su ternura. No son mansos quienes se rebelan airadamente contra la injusticia, pero tampoco lo son los que, con su resignación, contribuyen a la expansión del mal. Los mansos son simplemente los que participan de la mansedumbre de Cristo.” (José Mª Cabodevilla en “Las formas de felicidad son ocho)

 

Así como en todo estado hay un ministerio de defensa, cada uno de nosotros tenemos nuestro ministerio de defensa con sus misiles y todo. No pasa nada, pero está ahí y en un momento determinado se puede disparar y se dispara. Es más feliz quien se desarma que quien acumula material bélico. Tenemos un arsenal bélico ahí almacenado y hay que gastarlo. Agradecemos una situación en la que se pueda justificar su utilización. La mansedumbre nos invita a diluir con amor todos los ataques del “enemigo”, por seguir utilizando este lenguaje militar, y así desarmarlo. La clave de interpretación de la mansedumbre es que va a eliminar un problema serio de cara a la fraternidad. Esta agresividad si no está controlada va a impedir la relación fraternal.

 

La agresividad es biológica y se puede dirigir a la vida o a la destrucción y la muerte; entonces es violencia. Los animales controlan su agresividad, sólo el hombre es violento y lo es contra sus semejantes - el hombre es un lobo para el hombre - y, además lo hace, con pretensión de legitimidad.

 

Mansos son los que han sabido vencer su violencia. Una paz así supone que los contratiempos no enfurecen o enojan el alma, ni tampoco los halagos relajan; los sucesos tristes no la deprimen, los prósperos no la exaltan; ni desespera el dolor, ni disipa la euforia. Pero semejante dominio no es aún la mansedumbre.

 

Dice San Pablo a los colosenses (2, 13-15): “revestíos de sentimientos de compasión, de bondad, humildad, mansedumbre, de paciencia, soportándoos mutuamente y perdonándoos si alguno tiene queja contra otro”. Además recomienda tener una ternura entrañable, afabilidad, sencillez, tolerancia, delicadeza, suavidad para corregir, que no sean violentos, sino comprensivos. (Col 3, 12; Ef 4, 2; 1 Tim 6, 11; 2 Tim 2, 25; Gal 6, 1; Tit 3, 2). Cualidades humanas en el trato, pero sin valor, sino reflejan la “paciencia e indulgencia de Cristo” ( 2 Cor 10, 1).

 

Lo verdaderamente decisivo en la mansedumbre cristiana es el principio que la anima: uno se controla para no poner en peligro su negocio, su reputación, su salud, ... o se quiere volver imperturbable, ... la mansedumbre es una modalidad o forma del amor, sería el amor manso que no se irrita, que aguanta siempre (1 Cor 13, 5-7).

 

Para ser así de manso hay que hacerse violencia, “sólo los violentos conquistan el Reino” (Mt 11, 12), hay que ser violento consigo mismo, contrariando la propia inclinación a ser violento con los demás. Amar así es difícil, amar mansamente es doblemente difícil.

 

(Luter King: en Fuerza para amar):

- La mayor demostración de la fortaleza humana se da en la mansedumbre.

- La fuerza se realiza en la debilidad ( 2 Cor 12, 9), se trata de un amor desarmado, pero tan vigoroso que desarma a quien se opone a él. El hombre manso no ataca, pero tampoco huye. No insulta, pero tampoco pide gracia. No mata, pero si está dispuesto a morir.

 

Los mansos poseerán la tierra: “quienes se dominan a sí mismos dominarán el mundo” ( T. Kempis. “La imitación de Cristo”  II 3).

Si a la violencia respondemos con violencia, entramos en la espiral de la violencia. Si a la violencia respondemos mansamente, esa persona acabará comprendiendo que obró mal y cambiará de actitud.

 

La mansedumbre cuenta con esa fuerza secreta, que reside en la verdad, y hace innecesarios otros recursos.

 

Al adversario se trata de volverlo inofensivo, no de vencerlo. Desarmar a alguien no es arrebatarle las armas, sino conseguir que él mismo se desprenda de ellas y que lo haga no como quien renuncia a un poder, sino como quien se libre de una esclavitud. Desarmarlo no es someterlo, sino ponerse en un plano igual. Tarea lenta, pero segura.

 

Pues, que aprendamos de Cristo, que es manso y humilde de corazón.

 

(Práticamente todas las ideas están sacadas de “Las formas de felicidad son ocho” de José María Cabodevilla y de “Las Bienaventuranzas” de Adolfo Chércoles)