XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
S
an Mateo 13, 1-23: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Las lecturas de esta celebración del domingo XV del tiempo ordinario se centran en la Palabra de Dios y en la tierra; es decir, en el ser humano. Dos términos de la misma relación, pues la fe es un encuentro personal en el que Dios tiene la iniciativa y el hombre responde a esa invitación de Dios.

 

A veces entendemos la fe de un modo unilateral, al quedarnos sólo con un término de esa relación: o Dios, o el hombre. Nos podemos centrar principalmente en el esfuerzo humano por ser creyentes y nos fijamos sólo en qué clase de tierra somos, olvidándonos de que es Dios quien tiene la iniciativa en la fe. O nos podemos centrar en Dios, en todo lo que él hace para llevar al hombre a la fe, olvidándonos de que el hombre tiene que responder a la invitación de Dios y de que se puede ser, en esta respuesta, más o menos generosos, más o menos egoísta.

 

Así, pues, hay que tener en cuenta a Dios, que es el sembrador, y al hombre, que es la tierra.

 

Dios es el que siembra su Palabra en el corazón del hombre y, como dice la primera lectura, su Palabra cumple la voluntad de Dios. Hay otra referencia en la primera lectura que expresa muy bien cuál es el papel de Dios en la relación personal con el hombre, dice: “La lluvia empapa, fecunda y hace germinar la tierra”. Así es Dios, que empapa, fecunda y hace germinar al hombre.

 

Dios empapa al ser humano. El hombre entiende, muchas veces, la religión como un barniz; es decir, como algo que adorna lo exterior, pero no cala al interior. Pues Dios quiere que el ser humano sea como una esponja que se deje impregnar por Dios, para que todo su ser: entendimiento, voluntad, deseos, acciones, palabras... respire y rezume a Dios. Pero el ser humano ha inventado “impermeables y paraguas” para que Dios no le “empape”, no le complique la vida.

 

Dios fecunda y hace germinar al ser humano. El amor que Dios tiene por cada uno de nosotros nos fecunda, hace que pongamos de manifiesto lo mejor de nosotros mismos. Una vida sin amor es estéril, pero con el amor de Dios germina la vida del ser humano.

 

No hay que olvidar que el hombre tiene que responder a la invitación de Dios; el hombre es la tierra que tiene que acoger la semilla de la Palabra y dar fruto. ¿Qué es lo que hay que hacer para ser tierra buena?. Pues, según lo que dice el Evangelio habría que:

 

1.    Escuchar la Palabra de Dios. Se repite en los distintos tipos de tierra. Es importante escuchar, pues hemos oído tantas veces la Palabra de Dios que creemos que ya nos la sabemos, pero no la escuchamos.

 

2.    Entender la Palabra de Dios. La tierra al borde del camino son los que escuchan la Palabra, pero no la entienden. Es necesario leer la Palabra de Dios, pero también es necesario tener un poco de formación.

 

3.    Ser constantes y no sucumbir ante la dificultad o la persecución. El terreno pedregoso representa a los inconstantes y a los que se van ante la dificultad. ¡Qué importante es la constancia y el saber permanecer en los momentos de dificultad!

 

4.    Que no nos dominen los afanes de la vida y la seducción de las riquezas. Estas preocupaciones son las zarzas que ahogan la semilla e impiden que crezca.

 

Dice una canción, que aquí en la Parroquia la cantan en el ofertorio:

 

1.- Quiero ser tierra tuya, Señor,

que necesita tu siembra y calor,

tierra que arrope raíces de amor

y que se nutre

de la savia de tu tallo.

 

TIERRA, QUIERO SER TIERRA, SEÑOR,

TIERRA DE AMOR EN TUS MANOS

QUE RETENGA TU CALOR,

DONDE LOS HOMBRES PUEDAN

SENTIRSE HERMANOS.

 

2.- Vengo a ofrecerte, Señor,

esta tierra de mi nada,

donde unos pueden pisar

y otros pasar a tu morada.

Quiero ser tierra fértil, Señor,

que no me quede agostada,

mas si esa es tu voluntad,

ser tierra fuerte,

dispuesta a ser pisada.

 

Que nos dejemos empapar y fecundar por Dios y que respondamos como tierra buena a su labor en nosotros