XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 13, 24-43: “Dios es clemente y misericordioso”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Escuchamos en estos domingos parábolas sobre el Reino de Dios. El Reino de Dios es un mundo mejor que tenemos que construir los cristianos aquí en la tierra y que llegará a su plenitud en el cielo. Mundo que tenemos que construir desde los valores del Evangelio y no desde los valores de este mundo. El Reino de Dios ha empezado a ser realidad en la persona de Jesucristo. Es un tema central en el mensaje de Jesucristo.

 

El domingo anterior reflexionamos sobre la parábola del sembrador y los tipos de tierra, que expresa como en la relación con Dios puede haber distintos tipos de respuesta por parte de los hombres. Insiste la parábola sobre todo en los distintos tipos de tierra.

 

En este domingo XVI del tiempo ordinario vemos las parábolas del trigo y la cizaña, de la mostaza y de la levadura. Las tres tienen en común que hablan del crecimiento del Reino de Dios, independientemente de la respuesta que el hombre dé a la invitación de Dios. El Reino de Dios crece, aunque parezca algo insignificante, como crece la mostaza, que es una semilla muy pequeña, o como crece la masa por la acción de la levadura, que en el volumen de la masa también es algo insignificante.

 

La parábola del trigo y la cizaña añade, además, que, junto con el Reino de Dios, también crece la cizaña: todo lo que es contrario a los valores del Reino, para resaltar que en este crecimiento Dios no tiene prisa por que se impongan los valores del Reino, sino que es paciente:

 

-          En la primera lectura se dice: “tu soberanía universal te hace perdonar a todos... en el pecado, das lugar al arrepentimiento”;

 

-          y en el texto del Evangelio vemos como Dios es más paciente que los hombres que quieren arrancar enseguida, con el riesgo de equivocarse, la cizaña.

 

El Reino de Dios crece en nosotros, entre nosotros. Quizá, si somos negativos, estamos incapacitados para descubrir cómo crece el Reino de Dios, porque sólo vemos la maldad que hay alrededor. Pero el Reino está creciendo allí donde se dan los valores del Evangelio, los valores de las bienaventuranzas: justicia, voluntad de Dios, fraternidad, solidaridad, paz, misericordia... En medio de muchas circunstancias de nuestras vidas hay valores del Reino, está creciendo el Reino.

 

Pero el Reino crece mezclado con la cizaña; es decir, con valores que son antievangélicos: la insolidaridad, el egoísmo, el individualismo, la competencia, la marginación, la incomunicación, la división, el rencor, la envidia... Valores que, no sólo están en otras personas, sino que también están presentes en cada uno de nosotros.

Por eso hay que tener cuidado con ser intransigentes, impacientes, puritanos (que piensan que el mal está en los otros y están incapacitados para ver su propia cizaña) como los criados del evangelio, que querían arrancar enseguida la cizaña, porque nos podemos equivocar. Una familia se fue al campo y para ayudar a su marido – padre, se pusieron a arrancar las malas hierbas; el campo era un melonar con sandias entremezcladas. Por falta de conocimiento, arrancaron todas las plantas de las sandias, pensando que eran “pajitos” (malas hierbas). A veces somos más papistas que el Papa, más santos que Dios.

 

La celebración de hoy es una invitación a parecernos más a Dios, para que el Reino pueda ir creciendo en nosotros. Dios es PACIENTE, como nos deja entrever la parábola del trigo y la cizaña, y es CLEMENTE y MISERICORDIOSO, como nos dice el salmo responsorial. Son atributos de Dios en relación con el hombre: Dios siempre nos da una oportunidad más para colaborar en la construcción del Reino de Dios: tiene paciencia con nosotros, es misericordioso; es decir, pone su corazón en nuestras miserias, para sanarlas, para mostrarnos su perdón y su compasión; y es clemente; es decir, es justo con el ser humano y su justicia es siempre misericordiosa, comprensiva.

 

A esto nos invita la celebración de este domingo: a no querer arrancar la cizaña que hay en los demás, sino a ser misericordiosos, pacientes, clementes, con los demás, como lo es Dios con nosotros. Quizá así podamos comprobar cómo, misteriosamente, lo negativo, la cizaña, se transforma en trigo. Sólo el amor puede hacer cambiar a los demás, sólo el amor nos puede transformar a nosotros mismos.