XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 25:14-30: “Pon en juego tus talentos”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos en el domingo XXXIII del tiempo ordinario, en el final del año litúrgico. El próximo domingo es el domingo de Cristo Rey y en el siguiente comenzamos el tiempo del Adviento y, con él, el nuevo año litúrgico. Siempre al final del año litúrgico se nos invita a contemplar las realidades últimas: la otra vida, la salvación... 

La segunda lectura de San Pablo es una invitación a estar vigilantes porque el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. El texto del Evangelio, la parábola de los talentos de Mateo, situada entre la parábola de las diez vírgenes y la parábola del juicio final, nos sitúa también en esta perspectiva escatológica. 

La salvación es colectiva. Nos salvamos conjuntamente, como miembros del Cuerpo de Cristo. Formamos una comunidad y, por la comunión de los santos, todos estamos vinculados, unos con otros; de tal forma que nos salvamos por los méritos de los demás: por los méritos de Cristo y de los santos. Pero esto no quiere decir que la salvación no tenga, también una dimensión personal. La parábola de las diez vírgenes, cinco necias y cinco sensatas, nos viene a decir que cada uno, personalmente, tiene que acoger la salvación de Dios; por eso no les pueden dar aceite; por eso nadie puede dar buenas obras a quien no las hizo. 

Pues bien, en este contexto, el mensaje del Evangelio de este domingo nos viene a decir que la salvación se produce en continuidad con lo realizado aquí en la tierra. La salvación no es una absoluta novedad, sino que es plenitud de lo realizado aquí. Por eso, más que de salvación, conviene hablar del Reino de Dios, que se siembra aquí en la tierra como un grano de mostaza, pero que llegará a su plenitud en el cielo, produciendo un gran arbusto. Por eso hay que invertir los talentos que el Señor nos ha dejado a cada uno, porque nuestra salvación será, en parte, continuidad de lo que hayamos sembrado. 

La parábola de los talentos es una invitación a poner en juego nuestros talentos; a invertir, para los demás, las capacidades que Dios nos ha dado; sabiendo que “al que tiene se le dará, al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”; es decir, el que no invierte los talentos que el Señor le ha dado, atrofia sus posibilidades. Es como una persona que no se moviera, terminaría con los músculos atrofiados, perdiendo una capacidad que antes tenía.  

Esta parábola es una invitación a implicarse creativamente en la construcción de Reino de Dios. ¿Cómo se construye el reino de Dios? Pues viviendo los valores del Evangelio, los valores de Dios: la justicia, la misericordia, la mansedumbre, el amor... Hemos de ser conscientes que siempre que actuemos desde estos valores, aunque no se manifiesten públicamente ni se de a conocer nuestro proceder, estamos construyendo el reino de Dios. Esta parábola es una denuncia del legalismo de los judíos, que se limitaban a cumplir exteriormente las leyes y con eso se creían ya salvados. Hoy sería una denuncia de todos aquellos que entienden el cristianismo como un cumplimiento de unos mínimos. Solemos escuchar: “Yo no robo ni mato” y quizá: “Voy a misa”; pero quien entienda así el cristianismo, está reduciendo el seguimiento de Jesucristo a una mínima expresión. Ser cristiano es imitar a Jesucristo en su modo de pensar y en su modo de actuar, lo que supone conocer bien a Jesucristo y su mensaje y llevarlo a todas las dimensiones de la vida: el trabajo, la familia, los vecinos, los amigos, el bienestar, el sufrimiento, las necesidades, las alegrías... 

Algunos dicen que el mejor comentario de la parábola de los talentos es la parábola del juicio final, que Mateo narra a continuación. Pasaría al banquete del Señor quien en su vida haya ayudado a los demás en sus necesidades. Lo que hizo con los demás, lo hizo con Dios. Se quedaría excluido de ese banquete quien en su vida no hubiese ayudado a los demás y, así, tampoco lo habría hecho con Dios. 

Que el Señor nos ayude a construir, aquí en la tierra, su Reino, sabiendo que, en gran medida, la salvación será lo que hayamos construido aquí.