XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad de Cristo Rey
San Mateo 25:31-46: “Cristo reina cuando tú amas”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Terminamos el año litúrgico con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Esta fiesta quiere poner de manifiesto que Jesucristo es el centro del corazón humano y el centro de la historia. Efectivamente, Cristo es el centro de la persona, sin el, sin sus valores, el ser humano vagaría perdido por la vida. También es el centro de la historia; es decir, la historia avanza hacia Cristo: cada día el mundo va siendo más “crístico”.

 

En la segunda lectura de San Pablo vemos cómo, después de la resurrección, Cristo devolverá a Dios Padre su Reino. También decía que Cristo tiene que reinar hasta que Dios “haga de sus enemigos estrado de sus pies”.

 

Cristo es Rey y tiene un Reino.

 

A.- Sobre el Reino:

 

Dice el prefacio de la Eucaristía: “Para que entregara a su majestad infinita un reino eterno y universal; el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”.

 

            El Reino de Dios es la utopía de la justicia. Es una utopía porque es algo difícil de conseguir, pero es posible. La justicia no se entiende en la Biblia como el simple pronunciamiento de una sentencia imparcial entre dos personas que están en litigio. La justicia de Dios es el amparo real de los desvalidos, la protección de los débiles, la elevación de los pobres. Un mundo en el que reina la justicia es aquel en el que, desaparecido el egoísmo y la explotación, no hay opresores ni oprimidos; en el que todo se ajusta a la voluntad de Dios.

 

El Reino de Dios es la utopía de la paz. Las espadas se convertirán en rejas para el arado y del hierro de las lanzas se harán hoces y podaderas. Es un modo poético de anunciar la gran reconciliación que pretende hacer Dios: entre él y los hombres, y entre unos hombres y otros.

 

El Reino de Dios es la utopía de la vida. Ningún mal aflige tanto al hombre como la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando los profetas divisan los tiempos mesiánicos, ve en ellos la desaparición de las lágrimas, la prolongación de la vida, la aniquilación de la muerte. Se refiere principalmente a la vida eterna, pero incluyen también la vida temporal. Jesús quiere para todos la vida plena.

 

El Reino de de Dios es la verdad. Quizá nada daña tanto al ser humano como la mentira. El príncipe de la mentira es el diablo. Falsos testimonios, calumnias, juicios temerarios... son circunstancias que destruyen al ser humano y sus relaciones con los demás. La verdad es Cristo, Camino, Verdad y Vida.

 

El Reino de Dios es la utopía del amor. El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias.

 

B.- Sobre el Rey y el modo de reinar:

 

De los grupos de Vida Ascendente aprendí una comparación interesante. Cristo no es el rey de copas, ni el de oros, ni el de bastos y espadas. Su modo de reinar es diferente a lo que indican esos reyes.

           

El reino de Cristo es los corazones de los hombres y él reina no porque entronicemos al sagrado corazón de Jesús, sino porque vivamos los valores del evangelio, los valores del reino: la justicia, la paz, la vida y el amor. Recordad, sobre todo, el texto del Evangelio: cada vez que dimos de comer al hambriento, que visitamos al enfermo o al que está en la cárcel... lo hicimos con Cristo.

 

Además de destacar esta idea de que Cristo es Rey del universo, las lecturas resaltan la idea del que Cristo es Juez: La primera lectura dice que Dios va a juzgar entre oveja y oveja; el texto del evangelio es el juicio final. El juicio que va a hacer Jesús, más que entenderlo como un juicio tal y como nosotros conocemos, con premio y castigo, habría que entenderlo como un auto-juicio. Jesús no castiga, ni castigará a nadie. En el momento del juicio final quien en su vida haya amado a los demás, haya hecho el bien, estará abierto y dispuesto a acoger la salvación que Dios le de; quien haya sido egoísta y no haya amado a los demás estará cerrado e indispuesto a recibir la salvación que Dios le de.

 

Así, pues, la celebración nos recuerda que Cristo, su persona y su mensaje, es el centro de nuestra vida; sin una referencia a él es difícil encontrar el camino de la felicidad y de la realización personal. También nos recuerda el evangelio que el camino más corto para llegar a Dios es el amor al prójimo.

 

Celebramos la campaña de los “sin techo”. Un modo de concretar el amor: “La casa de Abrahám” es un centro de cáritas, que hay en Daimiel para los sin techo. El amor tiene que ser efectivo, no limosnero. Es uno de los destinos del “signo solidario” que hacemos por consejo del Sr. Obispo en nuestra diócesis.