I Domingo de Adviento, Ciclo B
San Marcos 13:33-37:
Eres nuestro Padre y Redentor”

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

              Esta Homilía es un comentario a la primera lectura de Isaías: oración que nos puede servir para volver a situarnos en nuestra vida, por si nos hemos despistado, igual que le pasó al pueblo de Israel, cuando fue infiel a la alianza con Dios. Oración, reconocimiento del pecado, deseos de volver a Dios: experiencias fundamentales para el Adviento que comenzamos.

 

“Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor”: Jesucristo nos reveló que Dios era nuestro Padre. Este concepto ya está en el A.T. Dios es el origen de la humanidad. El nombre de Dios es también ‘nuestro redentor’, el que paga por nuestro males y nos saca de las consecuencias a las que nos conducen nuestro pecados. ‘Padre’ y ‘Redentor’ dos conceptos fundamentales en la lectura, en la fe y en el Adviento, que tendrían que configurar nuestra forma de acercarnos a Dios, con confianza y con agradecimiento. 

“Señor, ¿por qué endureces nuestro corazón para que no te tema?”: Dios no es el responsable del mal en el mundo, ni de lo que cada uno hace con su libertad. Si es cierto que todo lo permite, porque respeta la libertad de las personas. ¿Podría Dios forzar las cosas para que no se endureciera nuestro corazón? ¿No lo ha hecho ya con la entrega de su Hijo? ¿No podemos aprender a ablandarnos en tantas cosas de la vida que nos descolocan y nos hieren, en vez de endurecernos? ¿No deberíamos también ablandarnos en las experiencias gratificantes de la vida y descubrir en ellas el amor de Dios? 

“Vuélvete... ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”: El adviento nos invita a convertirnos, a volvernos hacia Dios, a cambiar de dirección. Aquí nos atrevemos a pedirle a Dios que se vuelva él, como si nos hubiese dado la espalda ante nuestros males y los males del mundo. Cuando uno contempla los males del mundo: hambre, guerra, violencia, injusticia, terrorismo... y comprueba la impotencia de la humanidad para salir de esa situación... se puede poner en actitud de adviento: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! ¡Ven, Señor! 

“Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él”: A veces nos situamos ante Dios con desconfianza, pues interpretamos que muchos de nuestros males nos los ha mandado él. ¡Qué error el nuestro! Hay que vencer la inercia sicológica de echarle las culpas a Dios cuando nos pasa algo que consideramos un mal. ¡Espera en él!, de eso nos quiere concienciar este tiempo de adviento. Comprobarás que nadie hace tanto por ti.

 “Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos”: Esto quiere resaltar el tiempo del adviento, que hemos de encontrarnos con Dios: él hace una parte del camino y nosotros hemos de recorrer otra parte. Dios sale al encuentro de quien practica la justicia y  de quien se acuerda de sus caminos. El mejor modo de preparar el camino al Señor, el modo de encontrarse con Dios, es crear condiciones para poder encontrarnos con el prójimo, especialmente con el necesitado; en ellos y en tantos acontecimientos de la vida, nos sale el Señor el encuentro. 

“Aparta nuestras culpas y seremos salvos... nuestras culpas nos arrebataban como el viento”: La responsabilidad del mal que  hacemos en la vida nos acompaña, a veces como una losa; es como parte del mal que provocamos que abre en nosotros como una herida. Por eso necesitamos que vengas, Señor: por los males que hay en el mundo, pero también porque nos sanes personalmente a cada uno, porque nos salves, porque nos redimas, por que nos abraces como nuestro Padre. Cuando uno contempla la desolación a la que le conduce su errada libertad, se puede poner en actitud de adviento. ¡Ven, Señor! 

“Nadie invocaba tu nombre y nos entregabas al poder de nuestra culpa”: Cuando hacemos experiencias de independizarnos de Dios, podemos experimentar el peso de nuestras culpas. Cuando en la sociedad crecen los fenómenos de la increencia y la indiferencia religiosa, a veces como deseo de librarse de un Dios que parece represor y celoso de la libertad del ser humano, la humanidad no se libra de la culpa; ni siquiera en lo que se ha dado en llamar “la secularización de las conciencias”. El mejor modo de crecer es aceptar a Dios y sus criterios del bien.

 

“Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos obra de tu mano”: Quizá este es el mejor enfoque para vivir el adviento: aceptar que somos obra de Dios, que él nos ha modelado, que estamos en sus manos... y vivir nuestra vida desde esta relación sustancial con Dios; relación que se redescubre, con más fuerza, cuando uno ha vivido de espaldas a este Dios Padre y Redentor, y decide darse la vuelta y ponerse frente a Dios (no enfrentado), para dejarse mirar por Dios y descubrir cómo te mira.