II Domingo de Adviento, Ciclo B
San Marcos 1, 1-8:
“Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

“Consolad, consolad a mi pueblo”. Solemos perder de vista la perspectiva del amor y la misericordia a las personas concretas, cuando nos adentramos en las exigencias reales de la vida y del Evangelio. Si supiésemos mirar en profundidad, con los ojos de Dios, las realidades y las personas, descubriríamos la sed de consuelo que tiene nuestro mundo. ¡Es tanto el sufrimiento que pesa sobre nuestras vidas! Nos adentramos, a veces, en caminos oscuros, donde es difícil encontrar el consuelo de nadie; nuestra libertad nos aleja... Aunque cada uno se distancie del amor de Dios, Dios no deja de salir a su búsqueda para ofrecerle el calor de su regazo. ¿No deberíamos ser profetas del Consuelo de Dios? ¡Qué hermoso compromiso para el adviento!

 

“Hablad al corazón”. A veces da la impresión de que nuestros discursos y solemnidades están alejados de los problemas reales de la gente. Son fríos, distantes, calculados, cuadriculados, litúrgicos... y no acertamos a llevar la vida a las palabras y no conseguimos que las palabras lleguen a la vida. Hablar al corazón quiere decir que hay que considerar las personas (el corazón es la persona, no la sede de los sentimientos) que tenemos delante, no las que quisiéremos tener, y ver cómo son, no cómo quisiéremos que fueran; es aceptar la realidad. Sólo desde ahí se puede construir la esperanza, que se ancla en los deseos profundos de liberación que vive la humanidad, sólo desde ahí se puede soñar con los cielos nuevos y la tierra nueva.

 

“Gritadle: se ha cumplido su servicio, está pagado su crimen”. El mensaje de adviento es liberador. Dile a un preso que alguien ha cancelado su condena, que ya no tiene que pagar por su delito. Nuestras culpas, aunque no solemos aceptarlas como tales, nos paralizan y nos esclavizan. Ha venido Dios a cancelar todos nuestras deudas, a realizar la salvación. ¡Levántate, incorpórate... se acerca tu liberación! Así es la paciencia de Dios, cumple sus promesas; aunque parezca que tarda, es que se demora para que nadie quede fuera de esa liberación: ¡te está esperando para que te incorpores a su salvación!

 

“Preparadle un camino al Señor”. Es el grito del profeta Juan el Bautista en el evangelio, el lema del adviento. El señor viene a consolar, a liberar la humanidad, a cancelar nuestros delitos... pero hemos de poner de nuestra parte para que esa liberación llegue a todos nosotros y a toda nuestra persona. Porque la salvación y la liberación que ofrece Dios no es una realidad totalmente nueva, sino que es la plenitud de lo que la humanidad ha logrado de liberación y progreso. Hemos de construir la base sobre la que Dios levantará los cielos nuevos y la tierra nueva. La mejor forma de preparar el camino es trabajar en la conversión personal, allanando y enderezando todos los criterios y modos de vivir que nos alejan de Dios.

 

“Se revelará la gloria del Señor”. El momento del encuentro con Dios a nivel personal y a nivel de toda la humanidad tiene que ser divino; cuando la salvación se haga efectiva para nuestro mundo y para la humanidad, cuando nos adentremos en los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando experimentemos el consuelo definitivo de Dios, cuando gocemos de su presencia y estemos con él cara a cara, cuando se produzca la segunda y definitiva venida de Jesucristo... “se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos”. El adviento, por eso, no es sólo preparación para el nacimiento del Hijo de Dios, sino que es, también, preparación para el encuentro definitivo con Dios.

 

“Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas...”. ¡Tiene tanta fuerza la esperanza en nuestra vida: la esperanza de un mundo mejor, la confianza en las posibilidades del ser humano, el deseo creciente de encontrarnos con Dios y gozar su salvación... que no podemos ni debemos callarlo!. Se acabaron las afonías, las faringitis y los miedos a la hora de hablar de Dios, de nuestra esperanza. Otro buen compromiso para el adviento: no achicarnos por el hecho de ser cristianos, no silenciar nuestra manera de entender la vida, no dejar que los miedos paralicen nuestra voz.

 

“Dios, el Señor, llega con fuerza; le acompaña su salario, la recompensa le precede”. No me tienes que dar porque te quiera, que lo mismo que te quiero te quisiera... -como dice el poeta-; es cierto que tenemos que vivir nuestra fe gratuitamente, pero las dificultades merman las fuerzas y el empuje, el cansancio mina la espera... por eso necesitamos pensar que ¡a jornal de gloria, no hay trabajo grande!, necesitamos mirar al cielo como acicate en la construcción de un mundo mejor. Nos viene muy bien que nuestra esperanza tire del presente hacia delante y hacia arriba.

 

“Como una pastor... lleva en brazos los corderos...”. Padre, Redentor -decíamos en el domingo anterior-; pastor, decimos ahora. Una sugerente imagen, que expresa el amor de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. ¡En qué buenas manos estamos! Acércate al Consuelo de Dios, escucha cómo te habla al corazón, cómo perdona tus culpas, cómo viene a tu encuentro, cómo se muestra en tu vida, adivina como ve los cielos nuevos y la tierra nueva... y reafirma tu apuesta por Él, tus deseos de preparar sus caminos, tu decisión de alzar la voz en su nombre, tu necesidad de proclamar tu esperanza.