IV Domingo de Adviento, Ciclo B
San Lucas 1:26-38:
“Hágase en mi según tu palabra”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Este ángel debe ser muy zalamero. Con este saludo, ¿cómo le iba a decir María que no a los planes que le proponía? Ya podíamos aprender de él en este tiempo de adviento a relacionarnos con este derroche de bendiciones. “Alégrate, el Señor está contigo”: El motivo de alegría es la presencia del Señor, algo que debería ser incuestionable para una persona religiosa, que concibe su vida desde la relación con Dios. ¿Qué motivo de alegría podríamos encontrar con más fundamento? ¿Es Dios causa de nuestra alegría? “Llena de gracia”: María vaciada de sí y llena de Dios, de sus dones. Nosotros estamos conectados desde el bautismo al venero de gracia que es Cristo; por eso estamos convocados a llenarnos de su vida y de su gracia. “Bendita tú entre las mujeres”: porque has sido agraciada con la plenitud de Dios. María es un modelo para nosotros siempre, pero de un modo más significativo en el Adviento: hemos de dejar espacio a Dios en nuestra vida para poder llenarnos de su presencia. 

“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo...”. Después de ese saludo, gestador de buena disposición en María, viene la propuesta del Ángel. “No temas, has encontrado gracia ante Dios”: El miedo es el factor que más paraliza a las personas ante los aspectos novedosos de la vida, también ante la novedad que supone Dios y su mensaje, pues invita a instalarse en un terreno desconocido: hay que abandonarse confiadamente a las manos de Dios. Que buen ejercicio para este tiempo de adviento, sentirse en las manos de Dios. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo...”. La propuesta no consiste en que le prepare una casa a Dios, como David le dijo a Natán. La propuesta es que sea el nuevo Arca de la Alianza. Pero no tiene que hacer nada, sino dejar a Dios obrar en ella. Es Dios quien la ha preservado de pecado. Es Dios quien va a estar con ella en todas sus empresas. Es Dios quien va a hacerla famosa para que la feliciten todas las generaciones. Es Dios quien va a consolidar su descendencia y el trono de su realeza. Es Dios quien la va a cubrir con su sombra... ¿Qué voy a hacer con todo lo que sé, con tantas cualidades como tengo, con las energías de que dispongo, con las ganas que tengo de entregarme a los demás...? Es cierto que hemos de poner a disposición de los demás lo que somos y tenemos; pero lo principal es que dejemos obrar a Dios en nosotros. La gran revolución de María, fundamental para la vida de los cristianos, para el tiempo del adviento, consiste en hacernos ver que lo decisivo no es lo que tenemos que hacer, sino lo que hemos de aceptar. Los grandes cambios, las grandes conversiones, se producen en un espacio muy reducido: en nuestro interior. ¡Y qué violencia suponen a veces! Ahí está María ante semejante proposición: concebir,   gestar y dar a luz. La semilla crece, cuando duerme el sembrador, sin que él sepa cómo. 

“¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. María está llena de gracia, pero su naturaleza humana tiene una lógica implacable, quiere entender sin mermar su disposición primera; es obvio tener una relación para quedarse embarazada. Y es que Dios no anula la humanidad. Dios no viene a quitarle nada a María; Dios no viene a rivalizar con el hombre, a privarle de todo lo que, por otro lado, antes le dio. Antes bien, viene a plenificar, a colmar, a elevar a su máxima expresión. Nunca se soñó mejor el ser humano que con el aliento de Dios. ¡Cuántas preguntas nuestras a Dios esconden una predisposición negativa! Es humano no entender la lógica de la voluntad del Señor, de los planes que nos va revelando para nuestra vida, de cómo compaginar todo el sufrimiento de la humanidad con su amor infinito... pero, a veces, nos cerramos a su plan en vez de asumir el vértigo del abandono en sus manos. 

“Para Dios nada hay imposible”. Constatación del ángel Gabriel que invita al abandono, que quiere ayudarle a María a dar el paso del “fiat”. Nos adentramos de lleno en el terreno de la fe. Hay siempre una disposición primera hacia Dios, sobre la que construimos todo lo demás: nuestra personalidad, nuestra capacidad de raciocinio, nuestros afectos... La fe acompaña todos estos procesos porque está ahí; pero es difícil, cuando se toma una postura previa en contra de Dios, que los acontecimientos nos acerquen a quien hemos echado antes de nuestra vida. En fin, no nos pongamos tremendos, pues para Dios no hay nada imposible, ni siquiera para sacar hijos de Abrahán de las piedras. Ahí está María, seducida por Dios, interpelada por el ángel con el ejemplo de su prima Isabel. 

“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Aquí estoy. Si le quitamos el tono de desafío, podría ser aquello de “si me buscas, me encuentras”. Aquí estoy, Señor; aquí me tienes; no me he ido huyendo, no me he escondido, no me quiero reservar para otras empresas posibles y también queridas. “Hágase...”, te dejo espacio en mi vida, Señor. Es la palabra sobre la que se sustentan los misterios de la existencia. La creación brota del “hágase” la luz; el niño Samuel dijo “habla, Señor, que tu siervo escucha”; san Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”; Cristo dirá  en el huerto “hágase tu voluntad y no la mía”. Aquí está María entregándose a Dios y a sus promesas. ¡Qué buena tarea de adviento! Dile al Señor “aquí estoy, hágase en mi según tu palabra”.